turismo

Domingo, 20 de julio de 2014

SAN LUIS. PROPUESTAS PARA TODOS, TODO EL AñO

El microclima mágico

La histórica Villa, con su benéfico microclima y su promedio anual de 300 días de sol, invita al turismo aventura, a descubrir senderos serranos en cuatriciclos, a pie y a caballo, a vivir como un pueblo comechingón y a paladear el gustoso chivito puntano.

 Por Dora Salas

Fotos de Dora Salas

“Merlo es mi lugar en el mundo”, afirma Juan José, un uruguayo radicado en la Villa, donde se dedica a transfers y paseos, mientras conduce desde el aeropuerto de la capital puntana hacia la ciudad ubicada en el noreste de San Luis, sobre la falda occidental de las Sierras de los Comechingones.

Una soleada y diáfana tarde invernal enmarca sus comentarios durante los 190 kilómetros de autopista entre el aeropuerto Brigadier Mayor César Raúl Ojeda y la Ciudad Villa de Merlo, tercer microclima del mundo detrás de las costas californianas y de Suiza, aunque algunas fuentes citan a las islas Canarias en el lugar del país alpino. La interrelación de factores topográficos y ambientales da origen a esta joya climática, dueña de una atmósfera cuyas proporciones de ozono son más elevadas que las normales, generadora de óxido nitroso y con altos porcentajes de ionización negativa, que produce relajación y reduce el estrés.

LOS NUMEROS IDEALES Merlo, con una temperatura media anual de 20 grados, una altitud que oscila entre los 800 y los 1200 metros sobre el nivel del mar y la orientación del cordón montañoso que frena los vientos húmedos del Atlántico, atrapa desde las primeras décadas del siglo pasado a quienes buscan descanso y aire puro, pero energizante a la vez.

Estas características funcionan durante todo el año como imán turístico, pero también para los “venidos y quedados” a vivir en la Villa que, a la par de los “nacidos y criados” en ella, tratan de preservarlas y sumar actividades que permitan su mayor aprovechamiento.

El ecoturismo y el turismo aventura son el eje de las nuevas propuestas, que apuntan sobre todo a jóvenes y adolescentes, para los que también hay un boliche nocturno, bares y cervecerías. Parapentismo para emular a los pájaros, tirolesas para balancearse a varios metros de altura por cables de acero que unen laderas serranas, rappel para desafiar descensos verticales y senderismo para adentrarse en la naturaleza son actividades que se agregan a cabalgatas y ciclismo por sendas poco transitadas.

La mañana se presenta ideal para trepar hacia el Filo de la sierra, a unos 2100 msnm, y alcanzar el faldeo limítrofe entre las provincias de San Luis y Córdoba. “A ponerse los cascos, los guantes y los anteojos de sol”, invita Claudio, responsable y guía de Parada Fox, experto en travesías “para todas las edades” con cuatriciclos 4x4 de 500cc.

Entre pajas bravas, cuarzos blancos y rosados, restos de mica que destellan al sol y rocas cuyo origen se remonta al Precámbrico, la mirada se pierde hacia el Valle de Conlara, del lado merlino, y el Valle de Calamuchita, del lado cordobés.

Los cuatriciclos, después de cómodos 11 kilómetros de ascenso por ruta asfaltada, superan otros tantos en huellas resbaladizas, desafiando montículos y vertientes como si saltaran de roca en roca. En total, dos horas y media de travesía hasta el Hueco del Cencerro, un refugio a 2000 msnm junto al arroyo Horco Molle, con saltos y piletones que en verano invitan a zambullirse.

Entre cóndores y águilas moras, sauces mimbre y tabaquillos, el nombre del lugar “lo pusieron los mineros que trabajaban en la zona, rica en wolframio y cuarzo, además de otros minerales y piedras semipreciosas, de los años ’20 a los ’50 del siglo pasado”, explica Francisco Roure. Y sin vacilar, mientras encabeza la caminata hacia una gran “chimenea de cuarzo” natural, como Juan José Capdevielle enfatiza que ha encontrado “su lugar” en la soledad y los cielos estrellados del refugio.

Al recorrido se suma Lola Bejarano, de la cordobesa Estancia Corralito, que organiza cabalgatas “de cuatro o cinco días para cruzar la Sierra de los Comechingones, desde La Paz, en Córdoba, hasta El Hueco del Cencerro” para llegar al refugio de Francisco, donde el “vecino más cercano está a ocho kilómetros”.

Durante el regreso a la Villa, una pareja de cóndores pone el broche de oro a la aventura sobrevolando majestuosa los cuatriciclos que zigzaguean hacia el valle.

El Algarrobo Abuelo, un imponente ejemplar que es el gran emblema de Merlo.

PEQUEÑO CENTRO Lejos de los senderos empinados, el Centro Histórico urbano, puesto en valor y con calles semipeatonales, comienza en la Plaza Fundacional. “Junto a la preexistente Capilla de Nuestra Señora del Rosario, de 1720, el comandante Juan de Videla, por orden del Marqués de Sobremonte, oficializó en 1797 la creación de la Villa de Melo –que una posterior deformación fonética transformó en Merlo– en memoria del virrey del Río de la Plata Don Pedro Melo de Portugal”, explica Gabriel Magnago, docente de la Tecnicatura de Turismo en la facultad local y guía merlino.

La capilla colonial, con paredes de un metro de espesor, pisos de gruesos ladrillones e imágenes antiguas del Santo Cristo y de la Virgen Patronal, fue declarada Monumento Histórico Nacional. Frente a ella, la fundacional Plaza Sobremonte luce la reconstrucción del aljibe de fines del siglo XIX, el primero comunitario de la Villa, y alberga en el ramaje de sus plátanos –como un “verdadero dormidero de aves”– a tordos locales y viajeras golondrinas provenientes de Estados Unidos.

A pocos metros, la vieja casona de Felipe “Pocho” Urquiza, fallecido cuentista y poeta, ofrece en una bien ambientada pulpería cocina de olla y “vermú”, mientras el Almacén Juancito y la cantina Don Rafael, en la tradicional casa del pionero italiano Santiago Ciancia, esperan con “criollitos”, “galletas” y “pan de piso” rigurosamente cocidos en horno de leña.

“Padre y señor del bosque,/ Abuelo de barbas vegetales”, escribe el poeta Antonio Agüero, oriundo de Merlo, en la “Cantata del Abuelo Algarrobo”, saludo a un ejemplar blanco de ese árbol de unos 1200 años de vida. Su tronco se alza gigantesco entre poemas y grabados de Beatriz N. Ramírez, familiar del escritor, en el predio que ella administra y abre a los visitantes.

También Leopoldo Lugones, nacido en Córdoba, estuvo vinculado a Merlo, donde solía descansar en una casa del barrio de Piedra Blanca, pues su esposa, Juana González, había nacido en la Villa. El camino cultural merlino incluye, frente al Casino Dos Venados, una espectacular obra del escultor argentino Pérez Celis (1939-2008): El ojo del tiempo, cuyos dos relojes de sol –uno vertical y otro horizontal– marcan la hora solar corregida por longitud local y huso horario.

A más de mil metros de altura, junto al límite entre San Luis y Córdoba.

COMECHINGONES Para viajar en el tiempo, el Parque Temático Yucat, Tierra de Comechingones permite “trasladarse al siglo XVI, alrededor de 1550, conocer la vida cotidiana de los antiguos habitantes del Valle de Conlara, sus casas, su vestimenta y sus creencias”, dice Alberto Segade, creador del emprendimiento familiar. “Queremos que no se pierdan los valores de esta civilización”, agrega, y destaca que instalar las escenografías sobre el pueblo comechingón le exigió seis años de estudios. “Ahora, en el paseo, todos somos comechingones”, sintetiza mientras pinta máscaras en el rostro de los visitantes. Finalmente, el circuito termina con una consigna que subraya el secretario de Turismo local, Miguel González Santa Cruz: “Soy vecino, soy turista”, una iniciativa de cinco municipios, dos de San Luis –Villa de Merlo y Potrero de los Funes– y tres cordobeses, La Falda, Santa Rosa de Calamuchita y Villa Carlos Paz, con descuentos del 20 por ciento en más de 500 establecimientos para los residentes. Como para que lo aprovechen los visitantes que estén pensando en convertir a Merlo en “su lugar”.

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Paseo entre la roca viva y el cuarzo blanco, un viaje al Precámbrico puntano.
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