turismo

Domingo, 3 de agosto de 2014

CHUBUT. AVISTAJES Y RUTAS DE PIONEROS

De ballenas y galeses

Un paseo por Puerto Madryn, Península Valdés, Trelew y el pueblo galés de Gaiman, para aproximarse a la fauna marina pero también al pasado de los colonos que poblaron la región. Capillas, riqueza paleontológica y ballenas dibujan el itinerario de la costa chubutense.

 Por Mariana Lafont

Fotos de Mariana Lafont

Puerto Madryn es el punto de partida para recorrer la Península Valdés, famosa en el mundo por su sorprendente fauna marina: lobos y elefantes marinos, orcas y la ballena franca austral. Cada año, entre junio y diciembre, este cetáceo llega a la península para tener a sus crías. Las ballenas pueden verse fácilmente desde la playa en El Doradillo, pero lo ideal es embarcarse para poder acercarse un poco más. Además de naturaleza, Puerto Madryn y alrededores albergan el rico pasado cultural galés, pueblo que arribó con muy pocos recursos a estas remotas tierras en 1865 protegiendo idioma y tradiciones. Hoy se realizan festivales musicales y culturales, así como el tradicional y suculento té galés, en tanto un recorrido por el viejo camino de las capillas galesas –en el corazón del valle del río Chubut– permite remontarse a los tiempos de la colonización galesa en la Patagonia. Para completar un paseo por la región, nada mejor que zambullirse en su pasado prehistórico en el Museo Egidio Feruglio de Trelew y en el Parque Bryn Gwyn cerca de Gaiman.

DUEÑA DEL MAR Puerto Madryn, a orillas del Golfo Nuevo, es la puerta de entrada al mundo de la ballena franca austral y a una fascinante fauna marina. Cada año, miles de turistas visitan la ciudad y la Península Valdés para presenciar un espectáculo único. Este cetáceo viaja desde las gélidas aguas del sur hasta las acantiladas costas patagónicas, bañadas por el Mar Argentino. Al fin del otoño, entre 450 y 600 ballenas arriban a estas aguas tranquilas para aparearse, parir y amamantar, transformando este lugar en uno de los mejores sitios de reproducción y cría de esta especie en el mundo. La ballena franca austral fue muy perseguida por los balleneros entre el siglo XVII y principios del XX, pero en 1937 se firmó el Acuerdo Internacional para la Regulación de la Cacería de Ballenas, dándoles protección total, y en 1984 fue declarada Monumento Natural Nacional en Argentina.

Para verla se puede caminar por la amplia costanera de Madryn y tenerla de acompañante. Con suerte, quizá se vea cómo esa gran masa corporal sale del agua, se eleva y da un gran salto en plena rutina citadina. Otro sitio, a 17 kilómetros, son las playas de El Doradillo, donde las madres juguetean con sus ballenatos a metros de la costa. Al nacer, las crías miden cinco metros de largo y en la adultez llegan a los 13 o 15 metros, pesando 40 o 50 toneladas. En su cabeza se destaca una gran boca con más de 200 barbas que filtran el agua reteniendo su alimento principal, el plancton. Pero uno de los rasgos más llamativos son las callosidades que salen al endurecerse la piel y donde hay crustáceos diminutos. Estas callosidades son un patrón único para reconocer ejemplares.

Para tener un mejor acercamiento vaya a Puerto Pirámides, en Península Valdés, a 100 kilómetros de Puerto Madryn. En este llamativo accidente costero –unido al continente por el istmo Carlos Ameghino– además de ballenas hay elefantes y lobos marinos de un pelo (en Punta Norte y Punta Delgada), orcas, pingüinos de Magallanes e infinidad de aves marinas. Y para los amantes del buceo son un imán sus aguas límpidas (¡y frías!). La península tiene dos extensas hendiduras: el Golfo San José, al norte, y el Golfo Nuevo, al sur. Y en ese llano, estepario y monótono paisaje se ven guanacos, zorros, ñandúes y liebres patagónicas. Desde Puerto Pirámides salen embarcaciones con gente de todo el mundo maravillada por estar tan cerca de algo tan monumental como una ballena. Durante dos horas y media la lancha se transforma en un cetáceo más que se mueve con total naturalidad sin perturbar la rutina de las ballenas. Uno de los momentos más emocionantes es el apareamiento, que se realiza en forma “cooperativa”. Varios machos se ayudan (y compiten) entre sí para copular a una sola hembra y la actividad puede durar horas. Finalmente, la hembra es inseminada por varios machos pero sólo uno fecunda al único óvulo. La gestación dura un año y sólo nace una cría por vez. Luego del nacimiento, madre y ballenato están juntos por dos años, hasta que la cría se vale por sí sola.

DE GALES A LA PATAGONIA Una visita al antiguo camino de las capillas galesas, en pleno valle del río Chubut, evoca los avatares de los primeros colonos galeses en la Patagonia del siglo XIX. Pese a la aridez de la estepa, el clima, la soledad y los escasos recursos, hombres y mujeres protegieron idioma y tradiciones de su amada Gales. El galés es un pueblo de raíz celta, un grupo nómada de origen indoeuropeo que había ocupado gran parte de Europa y pese a estar disperso logró preservar sus costumbres. Luego fue confinado a las Islas Británicas, donde se estableció: pero por problemas religiosos entre Enrique VIII y el papa, Inglaterra firmó en 1536 un acta de anexión de Gales, trató de eliminar su idioma y convertir a sus habitantes en ingleses. Ante la opresión, la única salida fue emigrar a países como Estados Unidos, Canadá, Australia, Nueva Zelanda e, incluso, Brasil, aunque la radicación en países de habla inglesa no resultó justamente por la influencia del idioma. Era preciso encontrar un lugar totalmente aislado para crear una colonia que no se “contaminara” por la influencia exterior y en la cual sólo se hablara galés. Lo ideal era un sitio deshabitado y sin gobierno propio, para que no los terminara asimilando.

La idea de instalar una colonia en la Patagonia se gestó en 1850, basándose en los escritos de Darwin y Fitz Roy. Luego Lewis Jones y Love Jones Parry –líderes del proyecto– contactaron al gobierno de Bartolomé Mitre e iniciaron las gestiones. Para el gobierno argentino era una oportunidad de poblar un territorio deshabitado y codiciado por Chile. En Gales se convocaron colonos, mientras el gobierno local buscaba tierras, víveres y herramientas para facilitar la colonización. Finalmente, el 28 de julio de 1865 llegó la nave Mimosa a la zona del actual Puerto Madryn, con unos 150 pioneros. Por falta de agua potable hicieron 62 kilómetros hasta el valle del río Chubut y se establecieron en un sitio al que bautizaron TreRawson (pueblo de Rawson en galés, un homenaje al ministro argentino que había facilitado su inmigración). Luego siguieron avanzando por el valle y fundaron Gaiman, Trelew y Dolavon; desde allí cruzaron el desierto hasta los Andes y fundaron otra colonia. Los primeros años de los colonos fueron muy duros, con pésimas cosechas de trigo por desconocimiento de clima y terreno, inundaciones y continuas sequías. Pese a todo lograron superar el hambre gracias a las buenas relaciones con los tehuelches, que les enseñaron a montar a caballo y cazar con boleadoras. Luego idearon excelentes sistemas de riego y redes de canales hasta que lograron cosechar trigo de máxima calidad.

CAPILLAS EN RED Cultura y tradición fueron puntos clave para para sobrellevar los momentos difíciles, desarrollar un gran sentido de comunidad y sobrevivir en la soledad patagónica. Las reuniones sociales, la literatura, la música y la religión eran parte de su vida cotidiana. Al principio estas actividades se hacían al aire libre, pero el duro clima obligó a usar graneros y casas particulares hasta que se levantó la primera capilla. La arquitectura de los templos galeses se adaptó a los materiales disponibles en la zona y como los galeses eran hábiles constructores hicieron edificaciones con estilo y aptas para la intemperie. Los primeros templos eran de adobe, con techo de paja y barro, hasta que se consiguieron ladrillos cocidos a la vista y chapa ondulada de zinc para los techos. Uno de los sellos inconfundibles son las áncoras metálicas (con forma de S o X) ubicadas en los laterales o el frente, usadas para fijar los muros, ya que no contaban con estructuras de hormigón armado. Las capillas tenían un salón principal rectangular, con púlpito al fondo, ventanas laterales y frontales alargadas, grandes bancos y dos pasillos que comunicaban a las puertas de entrada. El revestimiento interior y el mobiliario eran de pinotea. No había ornamentos o imágenes religiosas y las lámparas colgantes eran de porcelana y funcionaban a kerosén. Las capillas esparcidas a lo largo del valle del río Chubut distan diez kilómetros entre templo y templo, son muy similares entre sí y sólo se diferencian por el estilo de algunas ventanas góticas.

Además de practicar el culto, las capillas eran una suerte de centro cultural de usos múltiples. Los domingos, además del servicio y los encuentros corales, funcionaba a la mañana la escuela dominical, donde los niños aprendían a leer y escribir el galés, principal objetivo de los colonos para conservar su lengua y, con ella, su tradición. Los días de semana las capillas cumplían la función de escuela; por eso muchas se convirtieron en las primeras primarias de Chubut. Luego llegó el edificio propio y hoy junto a cada capilla hay una escuela. De las 34 capillas que llegó a haber hoy quedan 16.

PATAGONIA FOSILIZADA De paseo por Puerto Madryn se puede ir a Trelew y visitar el MEF, Museo Paleontológico Egidio Feruglio, con su moderna propuesta museística. La Patagonia es reconocida en el mundo por la variedad y tamaño de sus yacimientos fósiles: para resguardar este tesoro se creó este museo en 1988 honrando a un geólogo italiano que había llegado al país en 1925 e hizo grandes investigaciones. Los comienzos del MEF fueron modestos; la primera sede estuvo en una vieja mueblería de 700 metros cuadrados y con tres personas se montó una completa infraestructura que siguió creciendo hasta llegar a la sede actual, de más de 3000 metros cuadrados.

De ese modo nació un proyecto que busca salir de los esquemas tradicionales museísticos. Prueba de ese quiebre y ese cambio es el gran hueso ubicado en el comienzo del recorrido y que dice: “Se puede tocar”. Ese simple gesto táctil logra un acercamiento único entre la gente y el museo. Además hay un gran ventanal que da a una sala donde se puede ver a los paleontólogos trabajando en huesos encontrados durante las expediciones de exploración. Estas salidas se realizan entre septiembre y abril, cuando el clima es más benigno en Patagonia. Para tener un pequeño acercamiento a lo que sería una salida de campo, antes o después de visitar el MEF vale la pena acercarse a Gaiman y visitar el Parque Paleontológico Bryn Gwyn que, en galés, significa “loma blanca”. Allí hay un recorrido a pie de 1500 metros que atraviesa las distintas formaciones geológicas y si bien es autoguiado conviene hacer el trayecto con un guía para entender mejor lo que se vez.

El muelle de Puerto Madryn, en el centro, donde no es raro ver ballenas al amanecer.

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Una capilla galesa de ladrillos, sucesora de las primeras, hechas con adobe y techo de paja.
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