turismo

Domingo, 28 de septiembre de 2014

CHILE. VALPARAíSO, ALTA Y BAJA

La vida en los cerros

Viento, fuego, agua y terreno son los cuatro elementos en los que se asentó “Valpo”, el gran puerto chileno, un gran anfiteatro donde se sube y baja por los cerros en ascensor o escalera sin abandonar nunca ese gen de fiesta y vida comunitaria que caracteriza a la ciudad.

 Por Guido Piotrkowski

Fotos de Guido Piotrkowski

“Valparaíso no fue fundada, ni inaugurada, tampoco fue pensada, diseñada ni planificada. El carácter de esta ciudad lo hizo su gente, que se instaló hacia arriba, como pudo, donde pudo y como quiso. Entonces, salvo unos pequeños barrios como Cerro Alegre y Concepción, todo el resto es autoconstrucción. Cada uno sabe hacer sus casas, nadie ha contratado arquitectos o ingenieros. Es una herencia cultural, fue hecho por la masa”, asegura Julio Medina Correa, profesor de Filosofía y guía del paseo Mini Trole. “Valparaíso existe gracias a un patrimonio fundacional: el viento. Es una condición sustantiva. Diría yo, que el viento es el rey, el soberano total de este espacio”.

Atardecer sobre Valparaíso, el puerto sobre el Pacífico donde reina la “autoconstrucción”.

PASEO POR “VALPO” El tour sale a diario desde el plan, la parte baja de la ciudad, centro administrativo, comercial y financiero. Parte frente al puerto, en la plaza Sotomayor. Ronald es el dueño de esta camioneta Volkswagen verde a la que disfrazó de trole: le puso una barra de hierro en el techo como las que llevan los verdaderos, que aún hoy se utilizan como transporte público y constituyen una de las tantas razones por las que “Valpo”, como le dicen a la ciudad, es Patrimonio de la Humanidad desde 2003. Este paseo poco turístico para turistas en Mini Trole recorre 33 de los 42 cerros, adentrándose en barrios adonde los viajeros no llegarían solos.

Los españoles eligieron este puerto porque tenía viento sur y norte, ideal para entrar y salir de la rada (pequeña bahía) con sus barcos a vela. “Entonces –retoma Julio– el viento, que permitió que existiera este lugar, también se fue constituyendo en la influencia más radical de nuestra vida doméstica. Por ejemplo, aquí las mujeres no usan vestidos. Es imposible, por el viento.”

El trole atraviesa ahora la avenida Brasil, la calle de los monumentos. Casi toda la parte baja es relleno. “Ha sido una gran proeza, en 500 años le hemos quitado 600 metros al mar”, comenta Julio, que habla rápido y sabe mucho. “Cuando llegaron los españoles estaban los changos, una etnia que no conocía las guerras ni las armas. Eran pescadores e inventaron los botes con piel de lobo de mar inflada. Tenían vocación por la fiesta, por el ‘carrete’ como decimos nosotros, y ese es el primer piso de nuestro gen cultural. En Valparaíso toda la gente celebra”. Los changos, además de pescar, sembraban trigo y hacían chicha para sus celebraciones. Los españoles creyeron que los nativos podían ponerse “tan belicosos como los mapuches”, según afirma Julio, y alrededor de 1590 se fueron. Por ese entonces, las mercancías salían desde El Callao, en Perú, para ir a Europa a través del Cabo de Hornos. Valparaíso quedó desocupado y fue elegido cono refugio de piratas. “Por eso podemos decir que el contrabando es el segundo gen cultural de la ciudad. Se produjo un boom económico, la fiebre del puerto. Todo el mundo vino a instalarse, porque había para pasarla bien y ganar dinero.”

El Mini Trole trepa laderas, comenzando por los cerros más humildes, algunos afectados por el gran incendio reciente. En cada una de las quebradas hay pibes remontando barriletes, o volantines como les dicen acá. Las casa son de chapa y desde cualquier punto se ven el mar y el puerto. Más allá, al otro lado de la cordillera, en un día de sol se llega a ver el Aconcagua. Se dice que cuando llegó el correo, como no había direcciones, era el color de la casa el que la identificaba.

“Esta ladera es muy especial para mí –señala Julio en un alto en el cerro– porque demuestra físicamente lo que es la arquitectura popular. La gente tiene que priorizar para construir, y la mayor parte de la inversión se la lleva el muro de contención. Primero hay que construir el muro, si no el cerro se te viene.” Julio se apasiona explicando este desorden que constituye levantar un hogar en medio de esta topografía adversa. “Aquí hay una conjunción entre el viento, el fuego, el agua y el terreno. Son cuatro elementos que no todos los barrios latinoamericanos en colinas tienen. Y hay que resolverlo.”

La Caminata del Inmigrante por Cerro Alegre concentra restaurantes y hoteles boutique.

COCINA Y CERVEZA Cristian Muñoz se crió de sur a norte de Chile, cambiando de geografía según cambiaba el destino de su padre marino. Así imaginó su restaurante, una fusión de todas estas tierras. “Este cambiar de ciudad era también cambiar de alimentación”, recuerda Muñoz, luego del almuerzo en Cocina Puerto, el restaurante que abrió en Cerro Alegre tres años atrás. “La idea es poner el acento en los productos del mar y fusionarlos con productos de tierra”. En Cocina Puerto se pueden comer crema de mariscos, piqueo de ceviche de centolla o un clásico del campo chileno como la humita, que en general viene con ensalada de tomate y cebollita. Pero Muñoz le da su toque fusión con frutos de mar: ostiones, camarones, almejas y cholitos salteados. “Si bien es comida con notas gourmet, lo hacemos más coloquial, más cercano. Hemos logrado que la gente del barrio también venga. Y para mí eso es fundamental. Encontré este lugar y decidí apostar mis fichas acá.”

Cerro Alegre y Concepción concentran la mayoría de hoteles boutique, bares y restaurantes. Y la gastronomía de excelencia se ganó un lugar en medio de estas laderas que serpentean, suben y bajan, para terminar siempre oteando el horizonte.

Valparaíso es la cuna de la cerveza chilena. Los británicos fueron una de las oleadas de inmigrantes más grandes y fue un irlandés, Andrew Blest, quien a falta de cerveza en el puerto en el que había anclado comenzó a elaborarla en 1825. La historia la cuentan de principio a fin en la Cervecería Altamira, ilustrada con muy buenos gráficos y mapas que adornan sus paredes. Todo culmina con una degustación de los tres tipos de cerveza Ale –rubia, ámbar y negra– acompañada de los platos que maridan con cada una: ceviche para la rubia, quesadillas con carne mechada para la ámbar y salchichas ahumadas para la negra.

Vista de la ciudad, en permanente subibaja siguiendo el vaivén de su terreno.

INMIGRANTES “Valpo te enamora”, dice Josefa Palomero, santiaguina de nacimiento y porteña por adopción. Josefa es dueña del hostel La Valija, y gerente de la Asociación Gremial Disfruta Valparaíso, integrada por una veintena de hoteles, restaurantes, galerías de arte y tiendas de diseño.

La Caminata del Inmigrante es un paseo organizado la Dirección de Turismo, un recorrido por las pintorescas calles y puntos panorámicos de los Cerros Alegre y Concepción. Cuestas, pasajes, callejones, miradores y graffitis, muchos graffitis. La ciudad entera está dibujada, cada fachada es una obra de arte. Los graffiteros son felices en Valpo: sólo tienen que tocar la puerta y pedir permiso al dueño de casa, nada de andar pintando a escondidas. También es un trabajo rentable: locales, restaurantes, hoteles y hasta la municipalidad los contratan.

“Cuando fue declarado Patrimonio, en 2003, este sector revivió. Acá había un hotel y un restaurante. En diez años fue un cambio increíble”, asegura Fabián Díaz Rojas, guía de la Dirección de Turismo, durante una caminata que abarca los principales puntos y miradores de estos cerros, como el Paseo Gervasoni, el Paseo Atkinson y el Paseo Yugoslavo. “Todo empezó aquí, y luego se extendió en los cerros aledaños. Cuando los inmigrantes ingleses y alemanes llegaron, tuvieron que construir acá arriba. La gente que trabajaba en el puerto vivía acá, e inventó, de alguna manera, un estilo de vida –explica el guía–. El legado es patrimonio por la forma de construcción en los cerros, por la forma de vida que tienen los porteños. Subir y bajar las escaleras y los funiculares. Es un patrimonio realmente cultural, que rescata una forma de vivir.” Los ascensores o funiculares son fundamentales, una joya histórica de las que hubo unas treinta en funcionamiento y hoy quedan una decena que suben y bajan transportando moradores ya acostumbrados al traqueteo o turistas asombrados y un poco temerosos.

Al partir, recuerdo las palabras de Julio Medina Correa, el guía del Mini Trole. “Vivir en Valparaíso es vivir en comunidad. Para entrar a tu casa tienes que pasar por la del vecino. Usar la misma escalera, que es al mismo tiempo la calle, la plaza, el centro de reunión, de pololeo (noviazgo). Valparaíso es también una cuenca en la que el viento lleva y trae sonidos, se escucha todo.” “Como estamos en un anfiteatro, todos te ven, y además todos viven juntos. Valparaíso es un pueblo que vive reunido. Acá todos se conocen, todos nos llamamos de vecino, la gente cuida de los chicos comunitariamente. Cuando hay tragedias, la viven juntos. Pero cuando hay fiesta, también la viven juntos. Es la no intimidad, acá todo el mundo sabe el color de ropa del vecino.”.

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Un viejo ascensor en desuso, intervenido como obra de arte, domina uno de los cerros.
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