turismo

Sábado, 11 de octubre de 2014

SAN LUIS. EN LAS SIERRAS DEL NOROESTE

Pueblitos puntanos

Papagayos, Villa Larca, Cortaderas, Villa Elena, Los Molles y Carpintería son algunas de las localidades con algunos cientos o pocos miles de habitantes, encadenadas a un lado de las sierras que dividen San Luis de Córdoba. Sabores regionales y piedras que hacen historia.

 Por Pablo Donadio

Fotos de María Clara Martínez

Sobre la RP1 la Costa Puntana inicia un encadenado de pueblitos entrañables, cada uno con su personalidad y por lo menos un atractivo, que bien saben cuidar y promocionar. Para llegar hasta allí tomamos la RN8, que tiene como gran destino Villa Mercedes, pero antes de llegar desviamos al norte en Juan Jorba, el primer paraje en la unión con la ruta provincial. Desde entonces el campo será el protagonista, y promediando el camino los ondulantes paisajes se sucederán hasta dar vida a la sierra. La Punilla, Palo Verde, El Sauce y El Recuerdo –dedicados al agro como casi todo aquí– muestran sus camionetas cargadas de fardos, maquinaria agrícola desvencijada y moderna, y algunos silos y tranqueras de un tramo netamente productivo. Luego el asfalto comienza a mostrar carteles que ofrecen hospedajes, comidas y hasta excursiones: así el turismo inicia su tarea en este corredor serrano. De día, estos pueblitos son como piezas de un entramado mayor que se autoabastece en productos y visitas; de noche, cada localidad es una posta luminosa en la falda comechingona.

El Palmar de Papagayos, uno de los atractivos centrales del camino por la RP1.

PAPAGAYOS El extenso campo de palmeras caranday, repartido desde el retiro del pavimento hasta la montaña, anuncia la bienvenida a Papagayos. El pueblo es pequeño pero bien pintoresco, y no llega a los mil habitantes. En vez de estar a lo largo de la ruta, como muchos otros, la cruza en diagonal y se esparce entre el río veraniego que lleva su mismo nombre y la curva que dibuja la RP1. Sus diez o quince manzanas están íntimamente ligadas a los bosques naturales de palma, defendidos por igual con estudiosos y artesanos. De hecho, expertos de la Universidad Nacional de Córdoba desarrollaron un proyecto de extensión que perseguía la protección de esta especie, afectada por la tala y el fuego. Los destinatarios directos fueron los propios artesanos que vieron peligrar su actividad, pero también la población en general. Si bien muchos cortadores aseguraron trabajarla sin dañarla, las conclusiones tras los talleres dieron sus frutos. Muchos se interiorizaron sobre la germinación, incluso con la posibilidad de una producción en vivero que permita un desarrollo ambientalmente sustentable. Así Papagayos trabaja desarrollo a nivel turístico: lo concreto hoy es el crecimiento de las actividades, que tienen su fuerte en las caminatas del palmar, especialmente cuando el atardecer pinta la sierra de rosa.

EL BALNEARIO Embalsando el arroyo Del Medio, el San Miguel y el Conlara, el dique Piscu Yaco es la novedad de Villa Larca, y el balneario local por excelencia. Construido hace cuatro años con fines turísticos, pero también para no desperdiciar el agua que se perdía en la sierra, se formó un tajamar con un sector de playas de arena. Especialmente los fines de semana, el pueblo se congrega para disfrutar del kayak y otros emprendimientos, como una tirolesa que llega de la sierra a la propia lagunita. Bares y paradores completan servicios para pasar una tarde en familia y con amigos. Para llegar hay que pasar el pueblo tres kilómetros y entrar hacia la sierra por una avenida ancha de ripio. Eso hace a caballo y desde San Miguel, el paraje enfrentado al dique en el kilómetro 25, Don Gauna. “Yo soy nacido en esa faldeo donde arranca el dique, así que esta sierra la conozco así...”, dice Gauna sacudiendo una de sus manos, mientras la otra sujeta las riendas. Tanto él como José Vieira ofrecen cabalgatas de tres horas que recorren el lugar, a $ 100 la hora por persona. Los dos baqueanos organizan también una salida al filo, con la alternativa de dormir del lado cordobés en carpa y un buen asado mediante. Otra posibilidad es caminar dos kilómetros alrededor del dique por la circunvalación que la propia obra tiene para disfrutar de su espejo de agua, visitando la cascada que llega del arroyo Del Medio.

La sierra puntana, ideal para la práctica de deportes de aventura, pero también para el descanso.

BUENOS VECINOS La comarca Cortaderas-Villa Elena prácticamente parte de un mismo poblado dividido a uno y otro lado de la ruta. Desde Elena, como dicen aquí, se va a una quebrada plagada de transparentes vertientes y riachos, donde se destacan dos cascadas, la Esmeralda o Chica, y la Grande, con 60 metros de caída. Un par de kilómetros arriba, el agua vuelve a ser protagonista y un arroyo atraviesa el poblado de Los Molles, que da nombre al sitio y recuerda los árboles que se extendían cubriendo desde las laderas de las Sierras Comechingones hasta el valle del Conlara. Ese curso de agua, y balnearios como El Talar, son ideales para pasar fines de semana de acampe en la tranquilidad o visitas diarias que pueden incluir la travesía a los Siete Saltos, las caídas de agua escalonada sierra arriba. Internándose más en la sierra, aseguran que un pequeño vallecito conocido como Aguada del Bosque permite apreciar los curiosos tabaquillos (además de molles), que sólo nacen entre los 1200 y 3500 msn. Esas quebradas son sobrevoladas por cóndores, grandes protagonistas de estos pagos, y suelen ser un espacio frecuentemente elegido para los campamentos. Pero sólo es posible acceder acompañados por baqueanos: y esta vez no hay tiempo para eso, ya que hemos pactado con Bonifacio y Ana –propietarios del campo Piedra de Luz– una visita a su nuevo criadero de truchas. Sembradas en barriles alimentados por agua que baja de la sierra, las truchas crecen sin prisa pero sin pausa, y se venden frescas a $ 120 el kilo. Aunque el atractivo mayor de la estancia es la caminata al cerro de la Piedra Partida ($ 70 por persona, con guía), que se corona con tortas fritas y mate al regreso.

CARPINTERIA La posta final lleva a las cabañas de Posta Raíces, en Carpintería. “Llevamos ya varios años acá, pero aún el lugar nos sigue pareciendo maravilloso y no lo hemos visitado por completo”, dice Carina, una santafesina que llegó aquí con su familia y se enamoró de su geografía. “En la sierra se hace parapente y aladelta, hay senderos para caminar tramos cortos hasta el refugio Manuel o largos hasta la antigua mina de Pueblo Escondido, y tenemos un trencito de trocha angosta que recorre los campos”, cuenta. Ese tren es el de Pablo y Trudy, dos apasionados por el ferrocarril que tras largos años de dedicación armaron un ramal en su propiedad sobre el faldeo. Una excursión de tres horas releva la flora virgen (molles, talas, espinillos, cocos y chañares), cruzando accidentes naturales y un viaducto en curva hasta la estación Monte Bajo, donde hay una panorámica de la sierra y el valle. La visita termina cuando en el living de la familia aparecen las tortas alemanas, el té, café o cerveza, para despedir el atardecer.

Chivito de por medio, Hernán, gran asador y marido de Carina, nos invita a Santa Rosa de Conlara y al cercano Parque Provincial Bajo de Veliz, que atesora una gran historia. Creado para resguardar los 12 kilómetros de formación de la Era Paleozoica, de unos 286 millones de años, es un sitio de gran valor por sus paredones de laja San Luis, una suerte de hojaldre milenario en cuyas capas están las distintas etapas de la tierra, sus procesos geológicos y biológicos. Y sus tesoros: una araña fosilizada de casi 60 centímetros de longitud, la más grande del mundo. “Fue por casualidad, ya que mi suegro compró lajas para revestir la casa y en medio de una apareció esto”, dice Pierina Ciancia, que todos los días, salvo cuando duerme o sale de compras, recibe turistas en el living de su casa, la Sala Temática Paleontológica de Santa Rosa. Según dice, todo Veliz supo ser una laguna barrosa, luego solidificada, que formaba parte de un territorio mayor incluido en Gondwana. “Le parece grande, ¿no?”, pregunta. “Porque éste es apenas el cefalotórax, le falta todo el abdomen, así que imagine lo que era.”.

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Pierina muestra la impronta de una especie de helecho en la piedra.
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