turismo

Domingo, 2 de noviembre de 2014

CHUBUT-SANTA CRUZ. EXTREMO SUR, DE LA COSTA A LA CORDILLERA

Estepas, glaciares y estancias

El bosque petrificado de Colonia Sarmiento, la Cueva de las Manos, las montañas de El Chaltén y los glaciares de El Calafate, grandes paisajes del sur visitados en una gira terrestre que invita a dormir en estancias, hosterías y lodges patagónicos. Una travesía medular por la Patagonia más profunda.

 Por Julián Varsavsky

¿Sería una arbitrariedad decir que una gira desde Comodoro Rivadavia a El Calafate –tomando como eje la Ruta 40– es el gran viaje patagónico? Desde estas páginas creemos que no. Porque este itinerario es el que mejor resume la diversidad y la mística de una travesía medular por la Patagonia, yendo desde la planicie esteparia al tupido bosque andino, para atravesar la densidad cultural de la Cueva de las Manos, caminar por un bosque petrificado con 65 millones de años y pararse estupefacto frente al fulgor blanco de los glaciares. En el camino uno duerme en antiguas estancias ovejeras sin nadie a la vista en kilómetros a la redonda, llegando a rozar en pocos días la quintaesencia de la legendaria Patagonia, elevada a su máxima expresión.

El Bosque Petrificado Sarmiento, sobre las áridas tierras que fueron un bosque subtropical.

COMIENZO DEL VIAJE Aterrizamos en Comodoro Rivadavia, Chubut, para alquilar un auto y emprender un viaje al que se le puede aplicar con justicia el concepto de travesía. No nos esperan ni remotamente las aventuras y peripecias que sufrieron y también gozaron expedicionarios admirables como Magallanes, Darwin o Musters, pero sí atravesaremos muchos de los lugares que maravillaron a aquellos pioneros, ante cuya talla bien nos podría avergonzar considerarnos viajeros, al menos en el sentido original del término.

Partimos con rumbo oeste por una zona signada por el boom petrolero. A los costados de la RN 26 proliferan centenares de “cigüeñas” –bombas de extracción de petróleo– que ya son parte del paisaje. Nuestro destino es Colonia Sarmiento y al tomar la RP 20 desaparecen las serranías de alrededor. El cambio no es menor desde el punto de vista perceptivo: el paisaje se abre de pronto y el cielo parece agrandarse, despertándonos la sensación de ingresar en una dimensión sin límites.

Hasta Colonia Sarmiento hay 140 kilómetros pavimentados en plena estepa. Y la razón de llegar hasta aquí es conocer el Area Protegida Bosque Petrificado Sarmiento, que no debe confundirse con el Monumento Natural Bosques Petrificados de Santa Cruz, por cierto diferente.

El paisaje de acceso al bosque petrificado, por un camino de tierra, tiene reminiscencias lunares. Aquí y allá, los troncos de piedra desperdigados crean cierto aire prehistórico, como si de un momento a otro un pterodáctilo pudiera aparecer volando sobre los relieves del lugar. Este terreno que hoy está signado por la aridez era otro hace 65 millones de años, cuando lo cubría una selva subtropical poblada por dinosaurios y árboles capaces de superar los 100 metros de altura. Otros tiempos, porque hoy no crece ni la más mínima hierba.

Un guía nos acompaña a pie por unos cañadones con extrañas formaciones sedimentarias de vivos colores. Cada tanto aparecen los grandes troncos eternos convertidos en piedra, que son el resultado de la erosión. A nuestro alrededor el paisaje está despojado de todo ropaje vegetal: la desnudez del terreno exhibe la historia en crudo de la evolución del planeta. Basta apoyar el peso del cuerpo sobre la densidad geológica que está bajo nuestros pies para pensar en la dimensión sobrehumana del tiempo como algo inquietante. En el corte de las paredes vemos franjas de pocos centímetros que son estratos superpuestos, diferenciados solamente por el color, y sin embargo cada una de ellas representa millones de años de vida en la Tierra.

El cañadón del río Pinturas, rumbo a los misterios prehistóricos de la Cueva de las Manos. Foto: Marcelo Cora

RUMBO A SANTA CRUZ Desde Colonia Sarmiento tomamos la RP 20 para ir en busca de la RN 40, ese corte troncal de la Argentina paralelo a los Andes. El destino es ahora la localidad del norte de la provincia de Santa Cruz llamada Perito Moreno, cerca de la Cueva de las Manos.

Por momentos la estepa queda partida al medio por la línea de la ruta, mientras el auto se sacude al ritmo de las ráfagas de viento. Lo que nos rodea son 360 grados de nada absoluta, donde todo está a la vista pero no hay nada para ver. Apenas un salpicado de pastos ralos y la lengua de asfalto que cruza el infinito frente al parabrisas, prolongándose por el espejo retrovisor hasta perderse en un horizonte sin fin.

Pasamos de largo Perito Moreno para alojarnos en la hostería Cueva de las Manos, en cuyas tierras está el famoso sitio arqueológico declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. En lugar de ir a la cueva en auto –como hace la mayoría– elegimos emprender un trekking desde la hostería, atravesando el imponente paisaje con reminiscencias prehistóricas del cañadón por el que baja el río Pinturas.

Seguimos viaje bajando de norte a sur de la provincia –por la Ruta 40– rumbo al Parque Nacional Perito Moreno, que no debe ser confundido con el Parque Nacional Los Glaciares, donde está el glaciar Perito Moreno (quienes no viajen en un vehículo 4x4, o al menos elevado, podrían tener problemas al desviarse hacia el parque en caso de lluvia, porque son 90 kilómetros de ripio).

El Parque Nacional Perito Moreno es bastante desconocido, acaso por su lejanía y aislamiento. Sin embargo es espectacular, con una belleza muy propia y paisajes sin bosques en plena cordillera de los Andes.

El único lugar para alojarse en la zona es la estancia La Oriental, adentro del Parque Nacional. Aquí nos quedamos dos noches para hacer una excursión a la Piedra Clavada y cabalgatas para ver lagunas color turquesa rodeadas de guanacos y ñandúes. La estancia tiene un perfil rústico y sus dueños originales fueron unos uruguayos que se instalaron en la zona en 1915. Además hay aquí un camping con luz eléctrica, cocina, baño y duchas.

De regreso en “la 40” seguimos hacia el sur rumbo al pueblo de El Chaltén, en busca de los bosques andinopatagónicos. Al fondo de la ruta se levanta un macizo de piedra con filosos picos nevados, donde sobresalen el Fitz Roy y el Torre, en cuya cima el alemán Werner Herzog filmó el dramático final de Grito de piedra, un film sobre dos escaladores musicalizado con “La muerte de Isolda”, de Richard Wagner.

El Chaltén es un pueblo con casas triangulares a dos aguas, escondido en un descomunal anfiteatro de montañas, a la sombra de los 3448 metros del Fitz Roy. Esa misma tarde hacemos un trekking hasta la laguna Capri y seguimos de largo 120 kilómetros más por la RN 40 para alojarnos en la estancia La Estela. A la mañana siguiente vamos al lago Viedma para navegar en un catamarán hasta el glaciar y caminar sobre el hielo.

En el borde del Mirador del glaciar Upsala, explorando a caballo los hielos patagónicos.

EL CALAFATE, DESTINO FINAL “La 40” nos lleva finalmente hasta El Calafate, donde nuestro objetivo es internarnos en uno de los lugares más remotos del Parque Nacional Los Glaciares, hasta la estancia Cristina. Un catamarán nos lleva hasta allí pasando frente al glaciar Upsala.

Desembarcamos en la antigua estancia, hoy un lujoso alojamiento con veinte habitaciones que mantiene su estilo original en plena nada, al que dedicamos dos noches.

La sofisticación del desayuno –en un comedor al abrigo de una muralla de álamos– es la muestra perfecta del refinamiento gastronómico de la estancia: panes saborizados con aceitunas negras y orégano, ciabatta (un pan italiano), panes blancos y negros de campo recién horneados y –entre otras varias delicias– un multicereal con harinas de trigo, arroz y centeno, quínoa, avena, semillas de sésamo negro, blanco e integral, y semillas de chía, girasol y zapallo.

Pero el momento cumbre de todo el viaje llega con una cabalgata hasta el Mirador del Upsala: es entonces cuando, desde lo alto de un cerro, vemos cómo se elevan las cúpulas de hielo del glaciar, puntas de hielo que brillan como catedrales transparentes desde el cielo hasta que se pierden serpenteando a nuestros pies.

Dormir en una estancia patagónica es algo así como el ideal de aislamiento para el viajero en busca de una desconexión radical. Y de todas ellas, Estancia Cristina acaso sea la más radicalmente patagónica, tanto por la idea de alejamiento que genera como por tener dos de los paisajes más asombrosos de la Patagonia: el Mirador del glaciar Upsala y el Cañadón de los Fósiles, un descomunal valle de piedra pulida por el paso de un glaciar donde hay improntas petrificadas de calamares gigantes. Un sitio remoto hoy habitado por cóndores que se ven desde muy cerca.

Al salir a recorrer las inmensidades solitarias de la Estancia Cristina, uno tiene la sensación de que la Patagonia está deshabitada y nosotros vamos descubriendo un mundo virginal nunca pisado por el hombre. El paisaje se extiende a sus anchas frente a nosotros mientras el cielo se nos viene encima. Así caminamos y cabalgamos durante horas –imitando con muchas ventajas a los viejos exploradores– y sin cruzarnos nunca con nadie.

Estamos incluso días enteros sin ver más que a los pocos que nos rodean en la estancia. Es decir que disfrutamos de la desolación patagónica con una sensación de aislamiento absoluto del mundo, como acaso eso sea posible en muy pocos rincones de la Tierra. Lo curioso es que, en medio del paisaje inhóspito y virginal, reposamos también con sumo confort, dormimos con calidez y saboreamos de una gastronomía gourmet con ingredientes locales, que pocos soñarían posible en el “reino de la soledad”.

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Eolo Lodge, el hotel con ventanales a la estepa y a la soledad en El Calafate.
 
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