turismo

Domingo, 9 de noviembre de 2014

CHACO. NUEVO PARQUE NACIONAL EN LA FIDELIDAD

El Chaco estrena Impenetrable

El flamante Parque Nacional El Impenetrable, recién creado, en el nordeste del país, protege el último reducto virgen de monte chaqueño y la tercera masa boscosa en importancia en Sudamérica. Es la esperanza de subsistencia para el felino más grande de Sudamérica, el yaguareté, y un anclaje para quienes buscan biodiversidad.

 Por Sonia Renison

Hay un rincón del planeta donde la noche, cuando se puebla de estrellas, se funde con la tierra que compite en belleza a través de los destellos que reflejan los yacarés. Sí, así como lo lee. Pobladores y reyes de un pozuelo de agua asoman sus ojos apenas curiosos con el crepúsculo y cierran un círculo perfecto de negros, azules y dorados que se extiende hacia el infinito. La sombras del monte chaqueño de El Impenetrable cobijan la escena, que sucede en el corazón de esta región única en el mundo, tercera masa boscosa del continente, declarada hace sólo pocos días Parque Nacional El Impenetrable, en el noroeste de Chaco.

Este mismo rincón forma parte de lo que fue la estancia La Fidelidad, que de tan grande abarcaba en sus 250 mil hectáreas parte de Chaco y Formosa, unida por el río Bermejo y Bermejito. Desde hace diez días, es parque nacional en el sector de la provincia de Chaco y su elemento distintivo es el buen estado de conservación del ambiente, en el que se expresan el Chaco Seco y el Chaco Húmedo con un sinfín de especies, en muchos casos endémicas, típicas de la región.

Además de las 165 especies de aves, son los mamíferos los que atrapan la atención: en especial los monumentos naturales como el yaguareté, los tapires, el chancho quimilero, el tatú carreta y el oso hormiguero, que representa hoy el símbolo del nuevo parque. Algunos de estos animales, y en especial el tapir, quedaron registrados en las fotografías tomadas gracias a la veintena de “cámaras trampa” que lograron instalar los grupos ambientalistas a cargo de relevamientos en los últimos dos años. Incluso fue posible ver hace pocos meses, durante un recorrido por el ahora parque nacional, un tapir que en pleno mediodía trotaba por el mismo camino y, al percibir el ruido del motor del vehículo, se sumergió de pronto en el monte. Fuera de toda lógica naturalista –dado que los expertos en avistaje recomiendan acercarse a los sitios naturales siempre de madrugada o cuando cae la tarde, porque es el momento en el que los bichos están con mayor actividad–, el tapir marchaba tranquilo por el camino interno de la estancia.

EN CAMPO Y ARMONíA La visita al campo fue complicada, en particular por los permisos de un administrador nombrado a cargo mientras se dilucidaban los temas de jurisdicción y gestión. Pero se pudo concretar y compartir así la vida en el campamento que durante un año funcionó junto a la entrada principal de la estancia, en el Paraje La Armonía, y que hoy está instalado en Nueva Población, todo junto al parque.

Desde Juan José Castelli –considerada la ciudad portal de El Impenetrable– la ruta es de asfalto hasta Miraflores. Luego se suceden pueblos y parajes en los que el monte devuelve la imagen que le da el nombre: Impenetrable. Hay montes de cactáceas enormes, tipo candelabro gigante, que alcanzan hasta los tres metros. Y tramos de ruta revelan especies gigantes como un palo borracho al que le acreditan siglos de existencia, y que apenas se puede rodear entre tres personas con los brazos extendidos. En medio del camino hay caseríos, y en una entrada particular de mil metros de tierra se divisa la casa de Francisco García, quien, radicado en Miraflores, pasa la mayor parte del tiempo aquí, con la producción ganadera. Su campo corre junto al río Bermejito y con tan sólo caminar por los fondos, si uno cruzara nadando el curso de agua, pisaría el suelo de La Fidelidad. Contento, junto con el parque Francisco espera “que llegue la luz”: de todas formas se las arregla con una batería de auto y un horno de barro cuando está por aquí. La semana pasada hubo un día de lluvia, y eso también lo pone contento porque le hace bien al campo. Sonríe cuando se le consulta qué bichos ha visto en su vida por aquí. Afina la voz, como estirando la oración, y cuenta que vio “de todo, osos hormigueros, tapires, tatúes”.

Unos minutos más tarde se llega al Paraje La Armonía, donde viven unas 150 familias y se encuentra la Escuela 362, a la que asisten unos diecisiete alumnos. Hay otras poblaciones en los alrededores, como Nueva Población, Fuerte Esperanza, Nueva Pompeya, Wichí y Sauzalito, que pertenecen al departamento de Güemes y donde conviven familias de criollos y comunidades qom, wichís y mocovíes. Este es el verdadero desafío, porque muchos de los pobladores trabajaron en la estancia, que tenía su propio aserradero, y en la cría del ganado. Pero ahora, desde que se instaló la idea de preservación y del nuevo parque, las visitas se repiten entre biólogos, naturalistas, ecologistas y periodistas: este nuevo vaivén les permitió a los más avezados idear distintas formas de servicios, desde el pan casero hasta las tortas fritas o empanadas. Aunque un buen asado es parte del atractivo cuando se junta un grupo de gente. Cabrito, chancho o vaca, todo va al asador.

LOS COMIENZOS Desde que se generó con fuerza la idea de parque nacional en la estancia, hubo un primer campamento dentro del campo. A partir de diciembre de 2012 se instaló fuera del predio. Allí los agentes de conservación provinciales –los guardafaunas Carlos Aguer y Miguel Gheringhelli– hicieron patria desde su pequeño carromato, su base para dirigir los operativos de control para evitar la caza furtiva y el robo de rollizos. En el primer campamento también hubo rotación de guardaparques nacionales, aunque el formoseño Alfredo Argañaraz –que venía desde la Reserva Natural Formosa– tenía mucha experiencia en campo e hizo buen equipo con los locales y con los naturalistas como Lucas Dramer, que hace un voluntariado y es posible que –linterna en mano– muestre al visitante algún escorpión rescatado de la corteza de un árbol. En el recambio de guardaparques también estuvo por aquí Marcos Malaespina, del Parque Nacional Copo, de Santiago del Estero, gente acostumbrada al clima, que en verano es álgido mientras en el resto del año es necesario hasta contar con un abrigo de polar, por la noche y temprano a la mañana.

La vida en el campamento de investigadores tiene lo suyo también. Ducha diseñada con bolsas tipo arpillera y tachos de cinco litros que portan una flor y una canilla que alcanza justo para el baño. Esto es naturaleza pura, dijimos. Entonces el sanitario es un “baño seco”: está protegido por una frágil estructura que sostiene tres cortinas, y la letrina, a la que se le arroja una lata de cenizas, que se producen en el fogón principal, bajo el algarrobo, a veinte metros de las carpas, de las cuales una está destinada a despensa y cocina, y donde todo cuelga impecable de las ramas de los árboles. Nada de estar por el suelo adonde llegan los bichos. Los bichos grandes, hay que aclarar.

NATURALEZA PURA La naturaleza extrema que reina en la zona es la que invita a que un recorrido dentro del hoy parque nacional sea inolvidable. Quizás un lector desprevenido imagine un gran desierto de cactos gigantes. Sin embargo, al unirse el Chaco Seco y el Húmedo a esta altura, lo colosal de El Impenetrable es que se cruzan cañones, cauces antiguos de los ríos que serpentean dibujando meandros sobre las zonas de llanura. Y en ese juego, bañados y lagunas se forman para albergar concentraciones de especies de flora y fauna diferentes. Desde el paraje La Armonía la barrera de ingreso a la estancia marca un camino principal de tierra que conduce directamente al viejo casco de La Fidelidad, que se anuncia con unos ocho palos borrachos que forman una galería de bienvenida. Si uno pudiera entrar al viejo edificio, vería que todavía está el aljibe en el patio central cerca de la cocina y en el interior algún que otro mueble del estilo de las cómodas de madera de los años ’70. Hay algunas maquinarias desperdigadas y un olor penetrante que denuncia la presencia de murciélagos. Junto a la casona principal, toda de ladrillos impecables, hay otra en ruinas por completo y que en la fachada, arriba, exhibe las iniciales JB: de Jorge Born, dicen los pobladores, y remiten a la historia anterior cuando en 1920 los Born compraron la estancia. Desde el casco se abren otros caminos, más cerrados por la falta de movimiento, y donde el monte abraza de nuevo como queriendo proteger los secretos de la naturaleza. Uno conduce directamente al río Bermejo. Y ahí sí, el monte se transforma en bosque y en galería que balconea hacia las playas, por momento barriales, en un codo del río inmenso. La costa de enfrente ya es Formosa.

Emociona estar parado en un punto tan inmenso, tan puro, tan virgen y de naturaleza plena. Huellas de todo tipo se distinguen claramente junto a la orilla. Los bichos se acercan a los cursos de agua temprano por la mañana antes del amanecer, o en el atardecer, para emprender su cacería nocturna, según dicen los entendidos. Y si aguarda un ratito, puede ser que escuche detonaciones, algún disparo: es que los formoseños aún no hallaron la fórmula para que sus 100 mil hectáreas sean también parque nacional. Mientras tanto aquí, en Chaco, la historia que comenzó con una tragedia –por el crimen de su último dueño– resurge con la nobleza de cuidar la naturaleza.

Estas casi 130 mil hectáreas de la antigua estancia La Fidelidad preservarán un rincón único del planeta, donde se unen dos ecorregiones, el Chaco Húmedo y el Chaco Seco, la tercera masa boscosa en importancia del continente: el monte del Gran Chaco americano.

Una ojeada a un mapa mostrará claramente la franja que conforma el interfluvio, un corredor delimitado por el río Bermejo y el Bermejito, o Teuco y Teuquito, que a su vez es fundamental para la conexión entre las yungas de Salta y Jujuy con el Bosque Atlántico Interior, la selva misionera. Quizá la fuerza de la razón gobierne la emoción de los amantes de la naturaleza y los defensores teóricos de la ecología para que elijan conocer esta región del planeta en el corazón del Chaco argentino y contribuir con su visita a que se logre el desarrollo sustentable tan proclamado. Sería algo así como un turismo militante. Y mucho más. Es contribuir y formar parte del surgimiento de un parque nacional en el último reducto de verdadero Impenetrable. Hecho en la Argentina.

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