turismo

Domingo, 4 de enero de 2015

CHILE. FRUTILLAR Y LA REGIóN DE LOS LAGOS

Un cuento chileno

El pueblo de Frutillar parece dibujado frente al lago Llanquihue. Fue fundado en 1856 por colonos alemanes, cuyos descendientes mantienen su gastronomía típica, la arquitectura con techos a dos aguas y una impronta musical coronada con la Semana Musical, a fines de enero, en el moderno Teatro del Lago.

 Por Julián Varsavsky

Fotos de Julián Varsavsky

Frutillar parece un dibujo junto al lago Llanquihue, uno de esos cuentos musicales que emiten melodías al pasar las hojas. La extrapolación del ambiente de una antigua aldea alemana es tan perfecta, con sus casas de techos a dos aguas y chimenea entre la vegetación, que es posible imaginar que en algún lugar de las montañas de la Selva Negra desa-pareció por un sortilegio alguna vez una aldea. Como si en un abrir y cerrar de ojos todos aquellos pobladores y sus casas hubieran cruzado el océano por la noche para aparecer en el sur de Chile, a comienzos del siglo XIX.

Además de los jardines de las casas con tulipanes, dalias, camelias, cerezos y ciruelos, en Frutillar se respira música. La tradición musical alemana fue una forma que encontraron los primeros colonos para no desarraigarse de sus antepasados. Así surgió una música coral que lleva más de un siglo de desarrollo, y una Semana Musical que va por su edición número 47 y ha convocado a figuras de la talla del chelista Yo-Yo Ma. El evento transcurre en un moderno teatro de conciertos que parece flotar sobre el lago, casi una desproporción para un pueblo de 5000 habitantes, comparable acaso con lo que fue en su momento el Teatro de la Opera de Manaos, en medio de la selva.

LA MUSICA Y EL PAISAJE La coherencia arquitectónica y el cuidado de los jardines frente al lago crean en Frutillar el aura perfecta para vivir un idilio de amor, entregados a la contemplación del paisaje y a la música. El pueblo se recorre completo a pie en poco más de media hora. En la costanera hay estatuas que remiten a la música, como una gran clave de sol, una lira y un piano para sacarse fotos. Al pasar frente a la histórica Casa Richter, levantada en 1895, hoy Escuela de las Artes, salen por la ventana las notas de una sonata para piano de Brahms interpretada por una estudiante. En una cuadra cerca de allí, una serie de casas alpinas de madera tienen nombre propio: Wolfang Amadeus Haus, Richard Haus, Ludwig Haus y Johann Sebastian Haus.

Este año la Semana Musical será entre el 27 de enero y el 5 de febrero, con músicos de Chile, Argentina, Alemania, Estados Unidos, Polonia y Rusia. Según Flora Inostroza –presidenta de la Corporación Cultural “Semanas Musicales” de Frutillar–, “este año tendremos pianistas de muy buen nivel y música de cámara muy variada, incluyendo conciertos barrocos con instrumentos de época. Además ofreceremos la novedad para nosotros de tener música de cámara en el formato de piano con percusión, y dúos de guitarra con flauta”. En total habrá 20 conciertos en el Teatro del Lago y otros en lugares cercanos como Puerto Montt, Puerto Varas, Llanquihue, Río Negro, Osorno, La Unión y Valdivia.

El Teatro del Lago es una verdadera joya arquitectónica. El 80 por ciento del edificio está levantado sobre pilotes dentro del lago, y en su extremo norte hay un anfiteatro para presentaciones más íntimas con 279 espectadores. Al caminar por su interior se aspira un inconfundible aroma a madera, y en el segundo piso hay una vista maravillosa del lago.

La sala principal de conciertos tiene capacidad para 1178 personas y un centenar de músicos en un foso. También hay dos restaurantes para comer con vista al lago y los volcanes, ambientados con temática musical.

LA RAIZ ALEMANA Uno de los lugares más interesantes del pueblo desde el punto de vista de la arquitectura tradicional europea es el Museo Colonial Alemán. Está en un gran parque con jardines sobre una colina, donde a través de casas antiguas y objetos de campo se relata la historia de Frutillar, fundado en 1856 por campesinos alemanes expulsados por la Revolución Industrial. Aquellos colonos construyeron sus casas junto a la bahía del lago y se dedicaron a labores agroganaderas, incluyendo tambos, molinos, destilerías de alcohol y curtiembre. El lugar era paso obligado entre las ciudades de Puerto Montt y Osorno, así que tuvo un rápido desarrollo. Hoy Frutillar vive esencialmente del turismo.

En el museo se recrea el interior de una casa familiar de la época construida con maderas nativas como el roble, el avellano y el laurel, ambientada con objetos donados por los descendientes de los colonos. También hay un molino de agua con una gran rueda que se usaba para moler el trigo, un proceso que se observa hasta el día de hoy. En la reproducción de la casa de un herrero se muestra cómo era un taller de forja con su fragua, el fogón, el yunque, las fresadoras, los martillos, los cinceles y los zunchos.

El otro edificio de interés arquitectónico es el Templo Luterano, el único monumento histórico de la ciudad, terminado de construir en 1934 con maderas locales en estilo neogótico. En su interior tiene un órgano que se usa durante la Semana Musical. Este templo frente al Teatro del Lago es un buen lugar para comenzar la recorrida por Frutillar, bordeando el lago con una hermosa vista a los volcanes Osorno, Calbuco y Puntiagudo.

La costanera da a la playa de arena volcánica con su hermoso muelle con glorietas de madera, donde se oyen los trompeteos de las bandurrias.

SALTOS Y VOLCANES Desde Frutillar se hace una excursión de día completo para visitar los saltos de Petrohué y el volcán Osorno. Por un lado está la excursión tradicional subiendo las laderas del volcán con la aerosilla de un centro de esquí. El recorrido comienza en auto por las laderas en medio de un denso bosque hasta que la vegetación decae, dejando lugar a un paisaje pedregoso de color rojizo y negro por la vieja lava.

El primer tramo de la aerosilla nos deja en el borde de un viejo cráter. Y el segundo tramo llega muy cerca de la cima, con una panorámica que abarca el cerro Tronador, el río Petrohué y el lago Llanquihue. Para los más aventureros hay un ascenso de dificultad media que dura siete horas y se hace con guía.

El paseo se completa con la visita a los saltos de Petrohué dentro del Parque Nacional Vicente Pérez Rosales, a los que llegamos con una caminata de 15 minutos para ver los saltos de agua color esmeralda.

Un gran reloj cucú inspira –herencia germánica obliga– el restaurante Oclock.

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Una antigua carreta en el Museo Alemán, que homenajea a los pioneros europeos.
 
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