turismo

Domingo, 8 de febrero de 2015

BUENOS AIRES. MIRAMAR A LA HORA DE LA PLAYA

Con vista al mar

A 50 kilómetros de Mar del Plata, Miramar suma a sus actividades del año el calendario propio del verano. Además de playa, pesca y gastronomía gourmet, ofrece arte, naturaleza, fiestas y hasta tiro con arco, con opciones para todos los gustos y edades.

 Por Lorena López

Siempre hay alguien que fue a Mar del Sur. En toda conversación presencial o de Facebook, ya que corren los tiempos virtuales, siempre alguien cuenta que se enamoró de esta balneario ubicado a 15 kilómetros de Miramar. ¿Los motivos? Playas enormes, un silencio más enorme todavía, un misterioso hotel abandonado (hoy en proceso de renovación) que dio lugar a varios cortometrajes y quizá la presencia de figuras del espectáculo. Que veranean, si no en el anonimato, al menos con mucha discreción.

Pero quizás el mayor atractivo de esta tranquila villa balnearia es que está a pocos minutos de Miramar, una ciudad que permite pescar desde el muelle o embarcándose (con garantía de captura de meros, corvinas, gatuzos, cazones y pescadilla), hacer surf entre algunas de las olas más consistentes de la costa argentina, realizar la clásica travesía por las dunas y hasta animarse al sandboard en el Médano Blanco, además de muchas otras actividades que no tienen estrictamente que ver con la playa ni con el verano, como los encuentros de skaters o el huevo gigante de chocolate que se arma para las Pascuas en la plaza principal y que luego se reparte entre todos los presentes.

Un recorrido del Vivero Dunícola, que también se puede conocer a pie y a caballo.

UN CLASICO Lo primero es lo primero, así que comenzamos con una recorrida por el Vivero Dunícola (“marca registrada” de Miramar), que en verdad es un parque recreativo de coníferas donde es posible hacer vigorizantes caminatas, andar en bici, probar con la tirolesa o realizar una cabalgata, apreciando el paisaje y reconociendo aves, sobre todo si se elige salir bien temprano a la mañana o al atardecer. A nosotros nos toca el trekking con bastones, lo que nos permite caminar mucho sin cansarnos y con la aventurera sensación de estar avanzando tierra adentro. Justamente luego de andar un rato nos encontramos con otro de los clásicos de la ciudad: el Bosque Energético, una forestación que tiene la particularidad de ser siempre fresca y más bien oscura, debido a que la densidad de su follaje no permite que entre demasiada luz. “Algunas personas disfrutan de experiencias curiosas y emocionantes que muchas veces no se pueden explicar”, cuenta Carlos Pagliardini, director de Turismo. Y algo de esto hay porque uno siente una calma casi palpable, como si se pudiera tocar el aire de este pequeño bosque que remite a cuentos de la infancia y donde algunos visitantes hasta se abrazan a los árboles. Es cuestión de acallar la mente y probar.

Luego de una posible experiencia mística, hay muchas otras opciones, según nos cuenta nuestro guía: probar vuelos de bautismo en el aeroclub local en un Piper bliplaza, en un Cessna e incluso en planeador, ir a practicar golf en el Cardón Miramar Links de 90 hectáreas, iniciarse en el buceo en un estanque ambientado como si fuera el fondo del mar y animarse a practicar tiro con arco. Esta actividad incluso es para los más chiquitos, ya que las clases se toman a partir de los cuatro años y enseguida despierta interés: no es para menos, considerando que con un poco de técnica y siguiendo las instrucciones se logran divertidos resultados.

Al atardecer, la peatonal miramarense se anima y se convierte en el centro social.

LO QUE PIDE EL PALADAR Un punto fundamental dentro de las vacaciones es lo que se come, sobre todo cuando se viaja en familia y el helado de la tarde o las cenas se convierten en salidas, muchas veces sujetas a debate y discusiones. Cocina mexicana, salteña, japonesa, húngara, pescado en todas sus variedades, salsas, fusiones e innovaciones, casas de té y hasta chipá (tibio y acompañado de mate, ideal para la playa): la oferta de posibilidades de comidas es tan amplia que la decisión en sí misma puede llevar un buen rato.

Por suerte nosotros tenemos ya todo pautado y, luego de pasar por unas pastas maravillosas, el infaltable asado y un sutil lenguado a las finas hierbas, una de nuestras comidas tiene que ver con algo distinto: platos crudiveganos. La creadora es Carla, quien lleva adelante el restaurante Lotus dentro de la Hostería Villasol. Dueña de una voz suave y dulce, es capaz de preparar maravillas multicolores mientras conversa con nosotros y cuenta las bondades para cuerpo y alma de comer sano, rico y consciente: es decir, sabiendo lo que nos llevamos a la boca. Además es la gestora de una propuesta inusual y seductora: una cena vegana y orgánica con una meditación previa frente al mar. “La idea es compartir un momento de paz y de amor y luego disfrutar de los sabores de la naturaleza”, resume y cuenta que cada vez más personas prueban este tipo de alimentación vegetariana que utiliza gran cantidad de semillas, arroces, legumbres y especias de distintas partes del mundo. Para nosotros, además de tragos con menta, limón, jengibre y algunas cosas secretas, nos ha preparado un plato con arroz yamaní, pasas de uva hidratadas, nueces, tomates secos, aceite con pimentón y unas ramitas de fenogreco. ¡Probar para creer!

Los proveedores de Carla son, en su mayoría, los integrantes de la Feria Verde Miramar, un grupo de productores locales que garantizan productos frescos, orgánicos y de calidad. Además representa un paseo para el turista, ya que dos veces por semana la feria se arma y es posible ir a pasear y comprar los productos, que van desde hortalizas y plantas ornamentales hasta panificados integrales y cosmética natural. “Soy productora apícola y, además de miel y jalea real, también llevo a la feria las hortalizas y los huevos que producen mis padres”, cuenta Claudia, mientras remarca que la feria tiene un espíritu solidario y promueve el respeto a la tierra. Otra muestra de ayuda mutua es que otra de las integrantes de la feria lleva trabajos de las hilanderas de Mechongué, un pueblo ubicado a 45 kilómetros de Miramar, que no siempre pueden recorrer esa distancia para mostrar sus productos.

ARTE COMO PROPUESTA Con tiempo y a pie. Esa es la mejor forma de recorrer el circuito de los murales, donde se ven las 14 obras de distintos artistas que trabajaron con técnicas de esgrafiado y mosaiquismo, en alto y bajorrelieve. Caminamos entre estos altos muros con imágenes que gritan, callan o simplemente están pero ante las cuales no es posible ser indiferente porque su fuerza atropella y conmueve. Eso sí: como a todo lo importante, hay que dedicarle tiempo. Ir y venir entre los muros, mirarlos desde un lado y desde el otro. Comentar y callar, tomar fotos y no tomar, intentar descifrar y disfrutar, compartir y guardar. “Hoy el Parque Cultural nos resulta parte del paisaje, casi no puedo recordar este espacio antes cuando estaba vacío, es como si los murales hubieran estado siempre aquí, como la naturaleza, y sólo faltaba que alguien los descubriera”, describe Pagliardini. “Los murales nacieron de un proyecto de la artista plástica miramarense Marité Svast y fueron creados en el marco de la Primera Bienal Internacional de Arte Miramar, un espacio donde el municipio y todas las instituciones de la ciudad se unieron para lo que fue una fiesta, donde todos compartieron el arte como catalizador; la próxima edición se realizará del 17 al 26 abril de este año.”

¿Y cuál es la diferencia entre artista y artesano? Más allá de alguna que otra dudosa definición, no lo sabemos a ciencia cierta. Por ejemplo, ahora estamos en el taller de un hombre que se dedica a la cuchillería y cuyos diseños toman la forma de sus sueños y deseos: un cuchillo que parece un pez, otro una lanza, otro un homenaje a las películas de cowboys. Cuando le preguntamos a Juan por qué hace lo que hace, no nos dice mucho, simplemente se encoge de hombros, se ríe y nos muestra su taller, donde trabaja muchas horas por día (y también encuentra la felicidad, según sus pocas palabras). Allí mismo vende sus creaciones, con el nombre de Forjados del Monte.

El último lugar que nos queda por visitar es un tambo de vacas raza Jersey, que se caracterizan por una leche con mayor tenor graso que la que consumimos habitualmente. Aquí nos recibe Daniel, un licenciado en Ciencias Políticas que por esas cosas de la vida un día sintió que quería “hacer otra cosa” y comenzó a capacitarse para elaborar quesos. Y ha logrado unos tan sabrosos y contundentes que se venden como pan caliente (rico maridaje, dicho sea de paso) en la zona: “Mis clientes son la gente de Miramar y vecinos, quizás alguien de Chapadmalal, pero a Mar del Plata no llego porque me lo compran antes”, cuenta con una sonrisa mientras agrega que el ahumado y el que tiene pimienta son los más pedidos. Una novedosa posibilidad para llevar como presente, autorregalo o souvenir de las vacaciones en Miramar.

La línea de playas de la ciudad, una de las más familiares de la costa atlántica.

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Diversión náutica en una “banana”, para animarse sin vértigo a las piruetas en el agua.
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