turismo

Domingo, 22 de febrero de 2015

RíO NEGRO. PLAYAS DORADAS Y SIERRA GRANDE

Puro rumor de mar

Sobre el golfo San Matías, entre Las Grutas y Puerto Madryn, Playas Doradas se abre camino como un balneario con kilómetros de costas casi vírgenes y muchas opciones para el buceo.

 Por Emilia Erbetta

En Playas Doradas todo el tiempo suena el mar, y no es una figura de mala poesía: en esta pequeña villa balnearia que se asoma al golfo San Matías, a medio camino entre Las Grutas y Puerto Madryn, el silencio nunca es absoluto. De fondo siempre está ese rumor, entre fascinante y terrible. Si el mar se siente así, en todo el cuerpo, es porque no hay otros estímulos que distraigan: ni paradores con música fuerte, ni vendedores ambulantes o cuatriciclos. Lo que hay es un minúsculo “centro”, dos kilómetros de playa central (más otros cinco de playas casi vírgenes), y un mar de agua turquesa y algo cálida.

No se puede hablar de Playas Doradas sin hablar de Sierra Grande, que creció a la sombra de la minería y se desinfló cuando la mina de hierro –96 kilómetros de túneles subterráneos y 500 metros de profundidad– cerró en 1991, por un decreto presidencial. Así Sierra Grande quedó a la deriva, sin una razón para existir más que la voluntad de permanecer de sus habitantes. A 30 kilómetros de esta ciudad, Playas Doradas siempre estuvo, sólo que hasta mediados de los ’80 no parecía ser más que agua, arena, y el porfiado viento patagónico.

FRENTE AL MAR Las primeras casas se levantaron entre 1986 y 1989, de cara al mar pero respetando su espacio: las construcciones empiezan a 200 metros del agua. Desde siempre, Playas Doradas era el lugar donde la gente de Sierra Grande iba a pasar los fines de semana, pero la falta de infraestructura –literalmente, recuerdan los lugareños, no había nada– no daba para mucho más. Hasta que alguno de estos visitantes ocasionales vio más allá y quiso quedarse. Por eso las historias de los pioneros de Playas Doradas están llenas de relatos de juventud, de parejas fascinadas que vieron futuro donde otros veían una playa solitaria, y que levantaron hosterías y posadas, en muchos casos con sus propias manos. Uno de estos tantos pioneros es Jorge Natali, entusiasta de Sierra Grande y Playas Doradas desde los 23 años, cuando se mudó con su mujer, Olga. “Cuando éramos jóvenes veníamos con un montón de amigos y armábamos carpas y disfrutábamos del mar. En el ’88 compré este terreno, empecé a construir y en el ’96 abrí con cinco habitaciones. Todo lo construí yo, con mis manos”, recuerda Natali, dueño de la hostería que tiene la mejor vista de Playas Doradas: desde sus ventanales se ve la unión del arroyo El Salado con el mar y la salida de la luna como si fuera el amanecer.

Las historias de vida de los hombres y mujeres hablan de cómo es este lugar, un paraíso para aquel que quiere y puede verlo, como Laura Rico, que durante el año es psicóloga en Bariloche y en el verano abre un restaurante frente al mar: “Playas Doradas tiene una combinación bastante interesante, que tiene que ver con su fuerza, que está en el viento, en la aridez, en el mar, y en lo agreste, pero a la vez está en lo pequeño, en lo insignificante. Uno viene de lugares como Bariloche, donde la belleza de la naturaleza es exuberante, y acá en cambio la admiración requiere una observación minuciosa”.

Hacia el sur de la playa principal hay otras playitas, algunas rocosas, otras con forma de hoya, limitadas por restingas, donde a la tarde se ve a hombres y mujeres hurgar en busca de erizos y pulpitos. Entre unos pequeños acantilados está Playa Los Suecos, elegida en la década del 70 por los suecos que trabajaban en Sierra Grande en la empresa Hipasam, que gestionaba la mina. En esa época, las chicas suecas hacían topless y nudismo en esa playita oculta y los lugareños se acercaban fascinados por esas rubias que se paseaban al sol sin ropa.

En diciembre del 2013, el municipio de Sierra Grande inauguró el “Paseo del cuis”, un sendero de interpretación que bordea la costa. Son 800 metros de baja dificultad señalizados con cartelería sobre la fauna y flora de la zona. Aunque el carácter informativo del sendero es valioso, lo mejor del paseo es la vista del golfo, que contrasta con la aridez patagónica.

PARAISO DE BUZOS Hace 25 años, Carlos Zapata se quedó en la ruta. Iba camino a Puerto Madryn a bucear, pero quedó varado en Sierra Grande. Así conoció Playas Doradas y nunca más se quiso ir. Es operador de buceo y también hace excursiones de pesca. “El lugar es prácticamente virgen, con un montón de lugares particularmente bellos, como Punta Pozos, Punta Colorada, el cerro Bellido, la desembocadura del arroyo El Salado. Es una costa con muchos accidentes, lo que hace que cada sector tenga distintos ecosistemas”, explica. Esta particularidad hace que sea perfecta para el buceo pero también para hacer kite surf y kayak.

A los buzos les gusta Playas Doradas por la transparencia del agua, el fondo rocoso y la gran variedad de flora y fauna subacuática. “Es un lugar interesante porque se pueden realizar todas las especialidades de buceo técnico: buceo profundo, buceo de corriente, buceo con traje seco, buceo nocturno y reconocimiento de especies”, enumera Zapata. Además, el mar esconde un parque subacuático, con cuevas, puentes de piedra y arrecifes artificiales, y el naufragio del Santa Cecilia, un pequeño barco de madera que se hundió hace unos 50 años.

TRANQUILA Y SEGURA “La seguridad es patrimonio turístico de Playas Doradas”, dice José Pezzano, que nació hace 54 años en Puerto Deseado y después de unas décadas en Buenos Aires necesitó parar. Así llegó a Playas Doradas (las historias de “cambio de vida” son comunes acá) y construyó hace 14 años el complejo de habitaciones frente al mar con el que hoy trabaja durante la temporada y los fines de semana largos. El es una de las 200 personas que viven en Playas Doradas durante todo el año, y asegura que tanto en verano como en invierno no hay que preocuparse: se puede dejar la puerta sin llave. Cuando llegó a Playas Doradas no encontró el mismo paisaje que 15 años antes habían encontrado Estela García y su marido, El Chovy Torres. En un video casero del año ’89, conservan imágenes de lo que era este lugar cuando compraron su lote. Para empezar, no estaban las 1300 casas que hay hoy (la mayoría para alquilar), porque la suya fue una de las primeras. Tampoco había tendido de luz, ni agua, ni calles marcadas. “Eso sí –advierte Estela–, algo no cambió: sigue siendo la misma playa, eso está igual: es el mismo amor, la misma playa.”

La búsqueda de pulpitos y erizos en la restinga, un pasatiempo de grandes y chicos. Foto gentileza Carolina Jaureguiberry

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Las formaciones que rodean a Sierra Grande son ideales para la escalada y el rappel.
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