turismo

Domingo, 22 de marzo de 2015

ARGENTINA TURISMO CON EMPRENDEDORAS, EDUCADORAS Y CIENTíFICAS

Mujeres tenían que ser

Una arqueóloga subacuática, una bibliotecaria, una maestra rural que brinda clases al pie del Qhapaq Ñan y una ceramista que invita a los turistas a hacer su propia ollita en plena Puna salteña son parte de un universo de emprendedoras que se distinguen en cada rincón de la Argentina donde un viajero hace pie para impregnar de cultura el alma.

 Por Sonia Renison

La mano firme de Alejandra Alejo sostuvo el micrófono sobre un escenario rodeado de pantallas gigantes que proyectaban su imagen a la enésima potencia en el salón de conferencias del majestuoso centro de convenciones salteño. El silencio pareció eterno, Pero la voz clara y la explicación sencilla sobre la propuesta de Thuru Maki, su taller de cerámica en San Antonio de los Cobres, que invita a los viajeros a participar y aprender la técnica de la cerámica ancestral, terminó en un aplauso cerrado entre las más de trescientas personas que asistieron a las primeras jornadas de turismo sustentable #FuturSalta 2014. Y selló un vínculo entre la realidad y los proyectos, con esta propuesta turística que apunta a que la gente visite la ciudad y permanezca un día más compartiendo actividades capaces de convertir el viaje en una experiencia.

La diversidad que ofrece el territorio argentino es su distinción frente al mundo y cobra dimensión en especial con los emprendedores. Si uno es viajero, si elige conocer a las gentes que pueblan cada rincón del país, ésta es una de las formas de llegar al corazón de cada lugar y volver con una mirada diferente, con un aprendizaje distinto y con ideas renovadoras.

Historias compartidas De norte a sur, del Litoral a Cuyo, son sensaciones, historias compartidas y pequeñas experiencias las que pueblan el recuerdo entrañable de los viajeros. Lejos de la Puna y hacia el extremo patagónico junto al mar, fue la arqueóloga Dolores Elkin quien desde una plataforma flotante, frente a las costas de Puerto Deseado, hizo del océano su oficina y se sumergió junto con su equipo de expertos durante quince años para reconstruir la historia de la corbeta Swift, hundida hacia 1770. Las piezas rescatadas se pueden admirar en el Museo Municipal Mario Brozoski que, además, abarca la historia del hallazgo realizado por jóvenes deseadenses en los años ’80. Sobre todo, su trabajo significó la creación del equipo que integra el Programa de Arqueología Subacuática del Instituto Nacional de Antropología y Pensamiento Latinoamericano del Conicet. Touché.

Las historias cobran fuerza a cada paso; será que Puerto Deseado talló sus cimientos con el paso de piratas, corsarios y adelantados, y luego con el esfuerzo de los pioneros y las luchas de los peones. Luchas que hoy impulsan a las nuevas generaciones, como la de la bibliotecaria Marisa Mansilla, que también junto a un equipo reconstruyó –esta vez en tierra– las páginas de la Patagonia Rebelde. Esa historia se puede recorrer en un circuito que une las casonas e instituciones donde sucedieron los hechos de-sencadenantes del fusilamiento de un millar de trabajadores entre la primavera de 1920 y el verano de 1921, y que mantiene vigentes el historiador Osvaldo Bayer.

Pero uno puede remontarse mucho más en los años y llegar al pie de uno de los tramos del Qhapaq Ñan, Camino Principal del Inca, declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco el año pasado. Está en plena Catamarca verde, junto a los valles y en la zona vecina a Tucumán, donde los establecimientos de antaño eran tan grandes que abarcaban ambos territorios: muchos llaman aún “Las Estancias” a la zona de Aconquija. El Pucará, con sus más de 113 recintos de piedra, es uno de los atractivos por recorrer y es al pie del cerro donde permanece como testigo del tiempo. Es en la escuela –como siempre– donde uno aprende un millón de cosas. Claudia Cedrón, la directora del establecimiento rural 489 “El Pucará”, sonríe y sin demorarse responde que todos los rincones de la escuela son sus preferidos. Unos 18 alumnos van a clases y, si el clima lo permite, hacen sus juegos en el patio. Uno de ellos es “Diablo o Virgen”, que se asemeja en sus formas al antiguo “Poliladron”. Un día entero no le alcanzará al viajero para conocer este mundo y sus secretos cotidianos.

Como aquí, el mapa rutero del país conduce a otros lugares que resguardan cientos y miles de años. Y no se trata sólo de sitios arqueológicos: porque en suelo catamarqueño, donde cada julio es el epicentro de la Fiesta Nacional e Internacional del Poncho, las teleras “belichas” (oriundas de Belén) y todas las artesanas de cada pueblo de Catamarca exhiben su técnica de tintes naturales y su arte en las manos, para hacer maravillas junto a las tramas. Una de ellas es Guillermina Zárate, que con fineza y voz dulce y suavísima cuenta cómo hila la fibra de vicuña, mientras muestra los ovillos pequeñitos que forma esta fibra semipreciosa y su resultado en ponchos, piezas y corbatines de un tejido que casi iguala a la seda en su fineza, y cuando se la combina revela un cierto brillo y suavidad. Sus piezas han dado la vuelta al mundo. Pero la historia con los camélidos avanza en cada tramo de suelo andino, y es en estas prendas donde se estampa un tramo de la cultura americana.

Mujeres de Mendoza Dicen que en el sur mendocino empieza la Patagonia. La flora achaparrada, la imagen desértica y los ríos cristalinos dibujan un paisaje más cercano a los del sur que al típico cuyano, con los montes de álamos que al terminar la cosecha del vino se vuelven dorados con el sol del otoño. Es justo allí, dice un sancarlino de ley como Ricardo Funes –apasionado de la vieja ruta 40, quien mantiene vivo el circuito junto a los puesteros de la zona del arroyo Papagallo y del paraje La Jaula– por donde se llega al dique Agua del Toro y hasta se atraviesa la estepa para acceder a la laguna del Diamante, que refleja el volcán Maipo y dibuja esta forma sobre sus aguas turquesas.

La travesía parece eterna, pero la idea es sentir la vivencia de quien habita esta región desde tiempo inmemorial. Por eso, cuando uno llega al puesto de campo El Tropezón, es “La Gringa” –Gloria Salinas, aquí criada– quien convida al visitante con sopaipillas (tortas fritas), mate y café. Ya lo tiene organizado, si se le avisa por radio. Cuenta anécdotas de crianza y revela el nombre del lugar, donde funcionaba un bar medio siglo atrás: por entonces los días de fiesta los puesteros “se tropezaban” cuando se retiraban del lugar con alguna copa de más –cuenta pícara–. Las labores de campo adentro, con el rodeo de los distintos puestos de campo, se pueden conocer en esta región que se denomina las tierras de los “Luffi” , por las familias originales.

Un par de horas más tarde se llega al paraje La Jaula, donde funciona una escuela desde hace cincuenta años y donde los alumnos desarrollaron un museo temático de la vida rural en lo que fue el salón donde funcionó, en sus primeros años, la escuela albergue Yapeyú. Vida y obra. Su directora y la maestra cuentan acerca de esta experiencia de la enseñanza rural, pero la visita guiada con los chicos es la clave del lugar.

La nota queda abierta, para saber la riqueza de cada persona que conoce como la palma de su mano el lugar donde vive y puede contarlo. Es importante comprender el ritmo que impone la naturaleza y la manera de ver el mundo en cada rincón. Si es por miradas y por mundo, quizá la que deja un cachetazo de enseñanza es la que brindan los “amaichas” en los Valles Calchaquíes, en suelo tucumano, Cada verano, con el fin de la cosecha y el carnaval, mientras las provincias eligen reinas, es en Amaicha del Valle donde se realiza la Fiesta Nacional de la Pachamama. Este año fue la número 68. Pueblo comunero que posee la propiedad de sus tierras desde la época colonial reconocida por cédula real, además de cacique tienen un Consejo de Ancianos donde se debaten las cuestiones que atañen a todos, y es también el que elige a la Pachamama de Oro. Por idoneidad, experiencia de vida y sabiduría, al llegar a tan adelantada edad fue distinguida María Mercedes Rasgido de Suárez, con catorce hijos biológicos, ocho de crianza, noventa nietos y ciento seis bisnietos. Tomá.

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Imagen: Gentileza Mintur y Alejandro Guyot
 
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