turismo

Domingo, 31 de mayo de 2015

RíO NEGRO. BARILOCHE ANTE LA TEMPORADA DE INVIERNO

Con la vista despejada

La erupción del volcán Calbuco llegó hace algunas semanas, desparramó ceniza y se fue. Pero con el cielo nuevamente libre sobre sus paisajes de ensueño, Bariloche se prepara para la temporada alta de invierno con excursiones lacustres y actividades de turismo activo.

 Por Nora Goya

Fotos de Nora Goya

“Acá está todo bien”, repiten los habitantes de Bariloche al referirse a la erupción del volcán trasandino Calbuco, que hace algunas semanas cubrió el cielo de cenizas y los noticieros de imágenes de una ciudad opaca. Sobre todo, destacan que sólo fue un episodio menor. El Calbuco se encuentra a 100 kilómetros en línea recta desde Bariloche y entró en erupción el 22 de abril, luego de 43 años de inactividad. “Se suspendieron los vuelos sólo durante cuatro días y rápidamente se limpiaron las calles y las casas para la continuidad las actividades”, asegura Matías, guía local y oriundo de Bariloche.

Pero es inevitable: cada erupción en la región hace recordar lo ocurrido en 2011, cuando Bariloche quedó a oscuras por dos días y la lluvia de cenizas afectó las actividades de la zona durante meses tras las erupciones del también chileno Cordón del Caulle-Puyehue. Aquella vez, “la ciudad quedó sin conectividad aérea durante ocho meses y había zonas donde las cenizas formaron un colchón de entre 20 y 30 centímetros”, recuerda Matías mientras compara las dos erupciones.

“De aquel episodio aprendimos mucho”, se hace eco Nahuel, que vive en Bariloche desde hace 15 años. Aunque el impacto del Calbuco fue mucho menor, “estamos en una zona volcánica y tenemos que aceptar que estos episodios van a pasar: por eso ahora estamos más organizados”.

Ejercicio matinal en el Circuito Chico, con los cielos barilochenses ya despejados.

EL DESTINO CLAVE Bariloche es uno de los destinos más clásicos de la Argentina para algunos momentos clave de la vida: como mínimo, luna de miel, viaje de egresados y primer viaje iniciático para mochileros y amantes del turismo aventura, que tienen un extenso abanico de posibilidades durante todo el año.

La prueba de este aprecio se hizo tangible con las donaciones recibidas por los habitantes que ayudaron a la recuperación tras las erupciones de 2011. “Recibíamos montones de escobillones para que pudiéramos barrer las calles”, comenta Matías, recordando la solidaridad y el trabajo en conjunto que impuso la naturaleza. Esta vez se repitió el fenómeno; y también su consecuencia: erupción, y solidaridad.

A partir de junio, en Bariloche comienza la temporada alta de invierno. Habitantes y prestadores se preparan para recibir a los amantes de la nieve, mientras si el clima lo permite siguen las actividades clásicas, como el trekking hasta los miradores del cerro López, ideal para realizar en pareja, en familia o con grupos de amigos; así como la excursión a la Isla Victoria y el Bosque de Arrayanes. Esquí y snowboard atraen a los más aventureros, mientras la navegación es una alternativa válida para los que quieran disfrutar el mágico entorno frente a la cordillera.

Vista otoñal de los bosques y lagos, mientras Bariloche se prepara para la nieve.

BRAZO TRISTEZA Desde la Bahía Lopez se puede comenzar la navegación por el brazo Tristeza del Nahuel Huapi. Sandro espera a bordo de “Mamai” para embarcar y realizar un paseo inusual: porque este brazo del lago es uno de los menos explorados, y permite de algún modo sentirse fuera de los circuitos más conocidos, imaginando cómo era la región cuando fue recorrida por los primeros expedicionarios.

Durante la navegación se ven, como huella de las glaciaciones, paredes de roca cortadas que forman la costa del brazo, varias cascadas que deben su caudal a los deshielos y las lluvias –como la Cuatro Hilos– y hasta algún arcoiris formado por la magia del sol y el agua pulverizada en forma de fina llovizna. Esta zona de Bariloche es la que concentra mayor cantidad de precipitaciones, por su cercanía con la selva valdiviana chilena. La humedad del clima genera una vegetación cada vez más intensa, abundante en coihues, arrayanes y alerces.

El sector oeste del brazo del lago conforma una Reserva Natural Estricta, que protege numerosas especies vegetales y es también el hábitat de la nutria de agua dulce o huillín, especie simbólica del Parque Nacional Nahuel Huapi. Este animal, sin embargo, es muy difícil de avistar: lo más probable es que durante el paseo los visitantes se topen con numerosas aves, desde cóndores hasta caranchos, chimangos y cauquenes. En un día despejado, corona el paisaje la silueta del imponente monte Tronador, de 3450 metros, que se eleva sobre el paisaje con sus glaciares y cumbres nevadas.

Pero la travesía por el lago implica también desandar la historia del Parque Nacional Nahuel Huapi, que comenzó en 1903 cuando el perito Francisco Moreno donó a la Nación tres leguas cuadradas de tierras ubicadas en el límite de los territorios de Neuquén y Río Negro. Con sólo 23 años, Moreno fue el primer hombre blanco en llegar al lago Nahuel Huapi partiendo desde el Atlántico, atraído por la geología y la historia de la región, donde algunos territorios todavía estaban en disputa entre los gobiernos de la Argentina y Chile.

Las tierras donadas por el Perito Moreno se convirtieron en el núcleo del primer Parque Nacional de la Argentina, nombrado inicialmente en 1922 como Parque Nacional del Sud. En 1934, el Congreso estableció la creación del Parque Nacional Nahuel Huapi y le asignó un territorio mayor.

La navegación a bordo del “Mamai” continúa por las aguas turquesas del lago “hasta el fondo” del brazo Tristeza, como señala Sandro alargando expresivamente la o. Al llegar a una de las pocas playas que se forman en la costa, los pasajeros descienden al bote “casi maceta”, así llamado por el uso que le había dado su dueño anterior, y luego comienza un trekking por el bosque de abundante vegetación. La caminata bordea la costa del río, donde se pueden observar cómo las truchas nadan entre las rocas hasta la cascada Frey, un lugar idílico en el corazón del bosque.

El caudal de agua que se desliza por la roca, pulida por años de erosión, varía según la época del año: por eso los guías recomiendan llevar buen calzado, para prevenir alguna caída con la piedra húmeda o el musgo que se forma en el suelo.

Después de las fotos frente a la cascada, los pasajeros emprenden el camino de regreso por el bosque. Al llegar cerca de la costa, el sonido de un cuerno sobresale entre los ruidos del bosque y llama la atención de todos: es la presentación de Ricardo, un músico que realiza su interpretación de temas “jazzeros” y tangos con un saxo y una flauta traversa, dando un concierto en medio de la naturaleza para finalizar la excursión.

Esta travesía se suma a otras de gran adrenalina que se realizan en la época de tiempo más favorable, como el rafting por los ríos Limay y Manso, las cabalgatas en la zona de estepa patagónica o el vuelo entre los árboles realizando canopy o tirolesa en Colonia Suiza, otro de los lugares imperdibles de Bariloche, que se cubre de nieve en invierno, vira al rojo en otoño y se pinta de verde en primavera.

RICO Y DULCE “Llao Llao” significa en lengua “rico, rico” o “dulce, dulce”, y hace referencia a un hongo comestible que crece en los árboles de la cordillera como el coihue o la lenga. Quienes los probaron aseguran que “no tienen gusto a nada”, pero que podrían llegar a ser percibidos como “dulces” si se considera la dieta que llevaban las comunidades de pueblos originarios, muy alejada de la abundancia de azúcar de quienes hoy suelen considerarlo soso. Este hongo es “bastante amistoso con el árbol, ya que no lo mata, y con el tiempo deja como secuela esos nudos que se pueden ver en muchas especies”, comentan habitualmente los guías que explican sus particularidades.

A este hongo naranja debe su nombre el Llao Llao, emblemático hotel proyectado en los años ’30 por el arquitecto Alejandro Bustillo. Simultáneamente con la apertura del establecimiento comenzaron distintas iniciativas para explotar el potencial turístico de Bariloche, inicialmente con las excursiones a la Isla Victoria y el Bosque de Arrayanes realizadas por el barco “Modesta Victoria”, construido en 1937. De hecho Bustillo eligió el área de Puerto Pañuelo para levantar el Llao Llao no sólo por su belleza natural, sino también porque desde el puerto parten varios paseos por los lagos.

Ochenta años más tarde, ingresar al lobby del Llao Llao transporta al turista a los tiempos en que fue construido el edificio. Troncos de ciprés en las paredes, ilustraciones, pinturas, fotografías; enormes salones de eventos con coloridas alfombras y un jardín de invierno frente al lago –ideal para tomar una merienda con delicada vajilla– invitan a sentirse por un rato en aquellos años en que ser turista era un privilegio de pocos, y Bariloche una de las primeras y más deseadas metas.

Diseñado en estilo canadiense, con su característico techo de tejuelas de alerce, el primer Llao Llao fue inaugurado en 1938 y alojó a miembros de la aristocracia y el mundo diplomático hasta que un incendio –un año más tarde– destruyó totalmente el edificio. La reconstrucción llevó más de un año, pero se reinauguró el 15 de diciembre de 1940.

Y hoy como ayer, su ubicación frente al lago es ideal para aprovecharlo como punto de partida. Santiago, un rosario que desde hace siete años trabaja en Bariloche ofreciendo excursiones en kayak, brinda a los visitantes antes de comenzar la travesía una charla rápida sobre la utilización de los remos y las medidas de seguridad necesarias para disfrutar de la excursión. Vestidos con traje de neoprene, chaqueta, salvavidas y remo en mano, los visitantes pueden subirse al kayak para remar en el lago durante una hora y media.

El recorrido que se realiza sobre la costa del lago sirve para poner en práctica las indicaciones recibidas minutos antes, mientras se identifican en la costa especies como coihues, cipreses, arrayanes y maitenes entre la vegetación que bordea el espejo de agua dulce.

A lo largo de los años, el Llao Llao atrajo a huéspedes ilustres y celebridades nacionales e internacionales. Hasta que cerró sus puertas, en 1978: sin embargo, su espíritu se mantuvo intacto entre los habitantes de Bariloche y en los visitantes ocasionales que llegaban hasta el hotel aunque sólo fuera para realizar una foto lejana del emblemático edificio en su bellísimo entorno. A diferencia de otros hoteles de aquella época de oro o aun anteriores, como el Club Hotel de Sierra de la Ventana y el de Mar del Sur, que terminaron abandonados o destruidos, el Llao Llao tuvo más suerte: después de 15 años de inactividad, en 1993 volvió a abrir sus puertas como un resort que ofrece un menú completo de actividades: piscina al aire libre, clases de arquería, caminatas, paseos en mountain bike, canchas de golf y de tenis, y actividades para niños en el Club Nahuelito.

En diciembre de 2007 fue inaugurada el Ala Moreno, con impactantes vistas del lago Moreno y el cerro Tronador. Este sector se conecta con el ala Bustillo a través de dos puentes y cuenta con 43 nuevas habitaciones, distintivas por sus grandes ventanales y vistas sobre el lago Moreno y el cerro Tronador. Y en el invierno que está por llegar, cuando la nieve corona los cerros circundantes, todo el paisaje barilochense parece completarse para formar la postal perfecta del destino más tradicional de la Patagonia argentina.

Interior del hotel nacido en los años ’30, cuando también comenzaba el turismo en la región.

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Navegación hasta la cascada Frey, un lugar idílico en el corazón del bosque andino.
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