turismo

Domingo, 7 de junio de 2015

ESPAñA. ARTE Y ENCANTO DE TOLEDO

Surrealismo hecho realidad

Influencias árabes, judías y cristianas se estrechan la mano en la ciudad donde Luis Buñuel y Salvador Dalí compartían aventuras en la vida y en el arte. Un paseo por Toledo, que a pocos kilómetros de Madrid abre una amplia ventana sobre la historia española.

 Por Jimena del Mar González

Fotos de Jimena del Mar González

Pensar en Luis Buñuel y Salvador Dalí componiendo escenas y pintando en algún bar de Toledo podría ser parte del dar rienda suelta a la imaginación que se proponía el surrealismo, movimiento que encarnaron hasta la médula tanto el cineasta como el pintor de los relojes derretidos. Pero lejos de pertenecer al mundo de los sueños, puede que haya sido una realidad. De jóvenes ambos pasaban mucho tiempo en esta ciudad de Castilla-La Mancha, y ese dato parece suficiente para despertar la curiosidad de cualquier viajero. ¿Qué habrán visto en Toledo Dalí y Buñuel?

La lista es inmensa, pero se puede empezar por las calles empedradas, las murallas y su arte plasmado en cuadros, iglesias, en la Catedral, en el paisaje y en la arquitectura. Por todo eso y mucho más la Unesco la nombró Patrimonio de la Humanidad en 1986.

Numerosas tiendas en la ciudad atestiguan la tradición en cerámica de Toledo, ya desde el siglo XI.

CIUDAD DE TRES CULTURAS A unos 70 kilómetros de Madrid, Toledo es accesible en tren desde la estación Atocha en apenas 25 minutos, o en autobús en menos de una hora. Desde los primeros instantes se percibe que sus paredes tienen mucha historia: de hecho, se la conoce como la “ciudad de las tres culturas”, porque convivieron mayormente en paz musulmanes, cristianos y judíos, manteniendo sus respectivas costumbres y creencias.

Esa unión se palpa al visitar la Mezquita del Cristo de la Luz, un edificio que en la Edad Media se adaptó como parte de una iglesia y se caracteriza por sus nueve bóvedas distribuidas en tres naves paralelas. También se puede recorrer la judería, el barrio de la Sinagoga del Tránsito: este edificio se construyó con un permiso especial, porque en esa época –alrededor de 1350– estaba prohibido construir templos judíos. Sin embargo, el rey Pedro I de Castilla hizo una excepción y dio su consentimiento para agradecer el apoyo brindado por los judíos toledanos en las luchas fratricidas con los Trastámara, a mediados del siglo XIV. En la sinagoga también funciona el Museo Sefardí, en el que se exhiben elementos de esta cultura, como libros, accesorios y trajes típicos que permiten hacerse una idea de las costumbres y la vida de los judíos de España durante la Edad Media.

Otra de las joyas del circuito religioso por las calles de Toledo es la catedral de Santa María, de majestuosa e imponente arquitectura. Comenzó a ser construida en 1227, sobre los cimientos de una mezquita, y se terminó 300 años más tarde al finalizar las obras del retablo y del coro, uno de sus rincones más bellos. Vale la pena detenerse a observar el tallado meticuloso de los asientos de madera de este sector, coronado por un inmenso órgano. La también llamada Catedral Primada de España mide 120 metros de largo por 60 metros de ancho y está compuesta por cinco naves, sostenidas por 88 columnas y 72 bóvedas.

El circuito religioso no estaría completo sin pasar por la Iglesia de Santo Tomé, imperdible porque en una de sus capillas se encuentra la gran obra de El Greco El entierro del Conde de Orgaz. El cuadro fue pintado por el artista griego entre 1586 y 1588, y el uso de los colores, la luz y la transparencia lo convirtieron en su pintura más famosa. Representa el supuesto milagro por el que San Agustín y San Esteban descendieron del cielo para enterrar a Don Gonzalo Ruiz de Toledo, señor de la Villa de Orgaz. Cuenta la historia que estos santos decidieron enterrar ellos mismos a Don Gonzalo como homenaje por su vida dedicada a la fe. El cuadro refleja este momento con un estilo manierista, en el que se distingue claramente el cielo de la tierra y la muerte de la vida eterna. La Virgen María, San Juan Bautista, Santo Tomás, Noé con su arca y el rey Felipe II son algunos de los rostros incluidos en este viaje que relata con sus trazos cómo el alma del señor de Orgaz asciende a los cielos. Pero el dato más curioso es que el propio artista quiso formar parte de su obra y se retrató como un asistente más al entierro perdido entre la multitud, mientras su hijo es quien advierte del milagro que está teniendo lugar.

Milagroso hubiera sido que Dalí pintara su propia versión de “El entierro del Conde de Orgaz” y se dibujara entre la multitud con su amigo Buñuel o con Federico García Lorca, también de la partida cuando viajaban a Toledo. Pero más que retratar sus estadías en Toledo, Dalí y sus amigos se dedicaban a pasar el rato y liberar su creatividad. Fue probablemente en esos momentos cuando a Buñuel se le ocurrió fundar “La Orden de los Caballeros de Toledo”. Una organización tan seria que podía expulsar a sus miembros, pero tan divertida que entre las reglas que debían cumplir sus integrantes estaban, por ejemplo, “vagar durante toda una noche por Toledo, borracho y en completa soledad; no lavarse durante la estancia; acudir a la ciudad una vez al año y amar a Toledo por encima de todas las cosas”, según lo explicara el propio Buñuel.

Para “vagar”, en Toledo, bien valen tanto el día como la noche. Sus calles angostas, sus callejones, sus construcciones en piedra y sus miradores que dejan ver hasta el río Tejo y más allá invitan a soñar despiertos mientras las horas se diluyen como en “Los relojes blandos” de Dalí.

Y para seguir con el plan de disfrute, perderse entre los callejones y los cobertizos de Toledo es una alternativa entretenida. El Cobertizo de Santo Domingo el Real puede definirse como una calle techada, sobre la cual se une el Convento de Santa Clara con el de las Comendadoras de Santiago. Los construían, supuestamente, para facilitar la comunicación entre vecinos. Son pocos los cobertizos que quedan en Toledo y según cuentan los historiadores esto se debe a la reina de Castilla Juana I, apodada “la Loca”. Hacia el 1500 había muchísimos cobertizos, por lo que las calles estaban poco iluminadas y el sol rara vez alcanzaba las ventanas. A Juana “la Loca”, no contenta con esa situación, se le ocurrió que un señor a caballo armado con una lanza los midiera. Si podía pasar, el cobertizo seguiría en su lugar, pero si quedaba atascado debía ser derribado. Y ese fue el principio del fin de este tipo de cerramientos, prohibidos desde entonces por la regia voluntad de la hija de los Reyes Católicos.

Durante la noche, estos paseos por callejones y cobertizos se tiñen de otro color para mostrar la cara más relajada de Toledo. Los faroles con luz tenue que iluminan la ciudad crean el ambiente justo para disfrutar de unos tragos en las terrazas de los bares o para comer un buen plato de migas en alguno de sus restaurantes. Las migas manchegas son conocidas en toda España y son una receta típica que los campesinos pobres hacían para aprovechar el pan duro. La tradición se conserva hasta hoy y se consiguen con huevo revuelto, chorizo, panceta y uvas, el toque “sano” de este plato alto en calorías, pero delicioso. Otra opción son las típicas tapas –presentes en toda España– acompañadas con una rica caña o con una “clara”, que no es más ni menos que cerveza con jugo natural de limón. Bebidas que seguramente habrán probado una y otra vez los caballeros de “La Orden de Toledo”, al menos aquellos que pretendían cumplir con la regla de “vagar durante toda una noche por Toledo, borracho”. Borrachos o sobrios, los artistas de ayer y los visitantes de hoy pueden confirmar las palabras del guionista y dramaturgo francés Jean-Claude Carrière, que acompañó en su juventud a Luis Buñuel y Salvador Dalí en muchos viajes a Toledo y la describió como un “lugar propicio para alumbrar los sueños”.

Vista desde uno de los miradores de la ciudad hacia el distintivo Edificio de Infantería.

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En el s. XV terminó de construirse el frente principal de la Catedral Santa María de Toledo.
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