turismo

Domingo, 19 de julio de 2015

TIERRA DEL FUEGO . TRES DíAS EN EL FIN DEL MUNDO

Ushuaia, zona de promesas

Frío y extremos: Ushuaia lo garantiza en esta temporada invernal, que se disfruta sobre un par de esquíes, al calor de un ventanal resguardado sobre el Beagle o en plena navegación por las aguas australes. Una experiencia para disfrutar en la gran isla del sur.

 Por Emilia Erbetta

Toda nevada, Ushuaia parece cubierta por toneladas de helado de limón, una textura brillante interrumpida por árboles, autos, casas y personas que fracturan la blancura dominante. El agua que cae de los desagües de los techos no alcanza a tocar el piso, se congela a medio camino y forma estalactitas puntiagudas como una cresta punk. La vista es deslumbrante y extrema: la ciudad más austral del mundo está enmarcada por los Andes Fueguinos (sólo acá la cordillera va de oeste a este y no de norte a sur) y las aguas frías del Beagle, en las que las mujeres yámanas –el pueblo canoero que dominó estas tierras antes de la llegada de las expediciones europeas– buceaban desnudas buscando algo para comer.

Fundada en 1884 para garantizar soberanía argentina en el fin del mundo, Ushuaia está ubicada en la costa sur de la isla grande de Tierra del Fuego, que comparten Chile y Argentina. Para recorrerla en invierno hay que abrigarse bien y tener en cuenta que a las seis de la tarde ya está oscuro. Por las calles de esta ciudad de 60 mil habitantes es fácil distinguir a los locales de los turistas: los primeros van muy abrigados y los segundos vamos disfrazados como michelines, con una superposición de abrigos, gorros, bufandas y guantes con la que buscamos paliar el invierno del fin del mundo, donde la temperatura entre junio y agosto oscila apenas entre los -2 y 3. La capital de Tierra del Fuego es chica si se la compara con otras capitales provinciales, pero enorme si pensamos que hasta mediados del siglo XX era casi una aldea: el censo de 1970 contó apenas un poco más de 5600 habitantes.

LA SIBERIA ARGENTINA Durante las primeras décadas del siglo XX, Ushuaia tenía mala fama. No era, como ahora, un destino gastronómico y deportivo casi de lujo, capital hemisférica de cruceros y tierra prometida para los “venidos y quedados” que llegaron desde otros puntos del país y del globo, atraídos por la mitología del fin del mundo. Durante más de cuatro décadas fue la última estación de un viaje infernal que terminaba en el Presidio Nacional, que funcionó entre 1902 y 1947, cuando Juan Domingo Perón ordenó su clausura. Hoy en el ex complejo penitenciario –declarado Monumento Histórico Nacional en 1997– funcionan el Museo del Presidio, el Museo Marítimo, el Museo Antártico y el Museo de Arte Marino.

Cuando llegamos, son las cuatro de la tarde y todavía queda algo de claridad. La nieve cubre todo y hay que mirar por dónde caminamos para no resbalarnos. Una vez que traspasamos el portón, vemos que de esa masa blanca emergen dos esculturas de hierro: un hombre sentado (a sus pies hay un perro, pero no lo vemos) y otro, delgado y orejudo, que carga con sus brazos débiles unos baldes, con la nieve a la altura de la cintura. La figura del más flaquito es una obvia referencia al Petiso Orejudo, quizás uno de presos más famoso que tuvo la cárcel del fin del mundo.

Con visitas guiadas gratuitas, el viejo edificio, recuperado en 1994, recrea la vida de los internos y los guardias en ese lugar terrorífico y helado, construido por los presos con piedras de las montañas cercanas. Las antiguas celdas y pasillos del museo albergan una muestra que reconstruye la historia del penal y de la ciudad. Sin embargo, en la parte más informativa del museo no hay texto, ni fotos, ni documentos: el Pabellón 1 o histórico –el primero en ser construido, en 1902– fue mantenido tal y como se lo encontró, por lo que no está pintado, ni iluminado ni calefaccionado. Aunque es un lugar cerrado, hace un frío demencial y las celdas se abren a los costados del pasillo, peladas, sin puertas, como una dentadura arruinada. Ninguna foto puede transmitir lo que ahí transmiten el frío y la oscuridad.

La visita al Museo Marítimo y del Presidio es casi obligada en Ushuaia. El recorrido que venga después es opcional pero seguramente incluirá buscar refugio y alguna bebida caliente para devolverle temperatura al cuerpo en alguna de las chocolaterías que hay en la ciudad o en Ramos Generales, un viejo almacén convertido en café y restaurante sobre la calle Maipú, muy cerca del complejo de museos.

NATURALEZA EN BLANCO Y NEGRO A las ocho de la mañana todavía no salió el sol. Veintiséis kilómetros separan el centro de esquí Cerro Castor de la ciudad y en el camino el paisaje parece pintado con carbonilla: las siluetas negras de las lengas sin hojas invaden las laderas blancas de los cerros. Una vez que llegamos al cerro Krund (el centro de esquí está en su ladera sur), para los principiantes el trance de pasar de transeúntes a esquiadores es parecido a convertirse en astronautas: una vez calzadas las botas hay que aprender a caminar de nuevo. Todo un desafío que no enfrentamos solos: nos ayuda Santiago, instructor y casi padre por las próximas dos horas. El nos va a enseñar a avanzar con los esquíes puestos, nos va a advertir cuando estemos a punto de caernos y nos va a alentar cuando finalmente logremos deslizarnos en una pendiente suave. De fondo, nos vigila el Monte Olivia, el más alto de los que rodean a Ushuaia, con 1326 metros.

Santiago es de Bariloche y esta es su primera temporada en Cerro Castor. Cada verano se va para Andorra, a hacer la temporada de invierno en España. Lo mismo, pero de allá para acá, hace Vincent, el instructor español que lleva dos horas enseñándole a esquiar a un hombre brasileño y su hijo chiquito. El nene aprende rápido y una y otra vez se sube a la cinta transportadora para volver a deslizarse por la pista poco inclinada que usamos los principiantes. “Este cerro es de lo mejor, está al nivel de cualquier centro de Europa tanto en medios de elevación como en pistas y gastronomía”, asegura este valenciano que ya lleva dos años moviéndose entre Andorra y Tierra del Fuego. Vestido todo de naranja, Vincent destaca también la nieve fueguina, que por sus características (es seca y se hace polvo) es perfecta para esquiar. La jerarquía del Cerro Castor es más que una apreciación: con 31 pistas para esquí y snowboard, más de 10 medios de elevación y buena calidad de nieve, entre el 5 y 12 de septiembre será sede del Congreso Internacional de Instructores InterSki 2015.

CANAL DE LOS CAZADORES Por donde hoy está el Beagle, con sus 180 kilómetros de largo, alguna vez transitó un gran glaciar. “Todo eso pasó hasta hace muy poquito tiempo, 10 mil años. El paisaje que vemos es muy joven”, explica la guía María Isabel Ledesma mientras el yate Akawaia, del resort Los Cauquenes, avanza por el canal en dirección al faro Les Eclaireurs y las islas Brigdes, bautizadas así en homenaje a Thomas Bridges, el primer hombre blanco que se instaló en la provincia, con una misión anglicana.

La navegación es tranquila: en invierno es común que las aguas del canal estén calmas. Después de pasar muy cerca del faro y de una colonia de lobos marinos llegamos a la playa Karelo, donde bajamos para hacer una caminata, sin meter los pies en la nieve, que la cubre casi por completo. A metros de la costa hay una casilla precaria construida con listones de maderas, un refugio de pescadores y marisqueros donde termina el mundo.

Bajada de antorchas en el Cerro Castor, el centro de esquí más austral del mundo.

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Nieve por latitud, un tesoro invernal que promete una de las temporadas más largas del país.
 
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