turismo

Domingo, 27 de septiembre de 2015

BUENOS AIRES. UNA CIUDAD CON ALTURA

De arriba abajo

Para cambiar la perspectiva sobre la geografía porteña, basta observarla desde arriba. Varios edificios emblemáticos y con historia permiten una nueva mirada desde lo alto, para descubrir rincones insólitos, cúpulas y el encanto urbano de una Buenos Aires que crece sin techo.

 Por Graciela Cutuli

La gran ciudad no suele tener muy buena prensa. “Selva de cemento” es el (des)calificativo mínimo de quien se ve desbordado por el tránsito, las multitudes, el laberinto vial de una megalópolis que concentra varios millones de habitantes. Pero ¿qué tiene Buenos Aires que al mismo tiempo funciona como un imán para el turismo internacional? Por un lado es la puerta de entrada a los grandes destinos argentinos, desde Iguazú hasta Tierra del Fuego. Y por otro tiene un encanto propio que conviene volver a descubrir. Hacerlo desde arriba es una buena forma de cambiar la perspectiva.

MIRADORES PORTEÑOS El programa Miradores de Buenos Aires, impulsado por los responsables del Patrimonio Cultural de la ciudad, permite acceder gratuitamente a cuatro edificios representativos: el Automóvil Club Argentino, sobre la Avenida del Libertador, que desde su antigua confitería del piso 9 extiende la vista hasta Figueroa Alcorta, el puerto y el Río de la Plata; el Hotel Panamericano, cuyo espectacular balcón sobre la Avenida 9 de Julio permite ver el Obelisco y el Teatro Colón “a vuelo de pájaro”; la Galería Güemes, en plena “city” porteña, con un panorama en 360 grados que asoma a las cúpulas del Microcentro, la Plaza de Mayo, San Telmo y hasta la costa uruguaya, en los días más claros; y la basílica Santa Rosa de Lima, sobre la Avenida Belgrano, construida por el arquitecto Alejandro Christophersen en un estilo “románico-bizantino de Perigord” y cuya cúpula imponente es un distintivo del barrio de Balvanera. Para Miradores de Buenos Aires hay que inscribirse, ya que las visitas –que son gratuitas- tienen un cupo limitado. Y puede ser una buena idea complementarlas con un paseo por el Casco Histórico de Buenos Aires, que el próximo 3 de octubre organiza una visita por los pasajes porteños, cada uno con una historia por descubrir. En esta ocasión se visitarán los pasajes San Lorenzo, Giuffra, Galería del Viejo Hotel, Paseo de los Anticuarios y Mercado de San Telmo.

CCK Y EL BAROLO Buenos Aires, sin duda, tiene mucha más altura para ofrecer. Aunque falta el acceso al Kavanagh, rascacielos que dominó durante mucho tiempo el cielo porteño, hoy se tiene una vista única desde el Centro Cultural Kirchner, único punto panorámico público en la ciudad, donde no se paga entrada ni hay que inscribirse. Desde el piso 9 del antiguo Correo, en Sarmiento y Leandro N. Alem, hay vista rica en contrastes hacia la Plaza de Mayo, la Casa Rosada y Puerto Madero. En otro extremo está la torre del Parque de la Ciudad, con sus exagerados 200 metros de altura y un mirador a los 175 metros habilitado los fines de semana y feriados: es el equivalente al piso 60 de un edificio, y por su ubicación en el sur de la ciudad ofrece una vista radicalmente diferente y enriquecedora sobre el urbanismo porteño, con sus aciertos y desaciertos.

Y finalmente –pero no por eso menos importante, como reza el refrán– el Palacio Barolo, sobre la Avenida de Mayo, es el único que ofrece una experiencia digna de contar y supera ampliamente a la sola subida hacia su mirador. Todo se debe a dos hermanos, Miqueas y Tomás Thäringen, bisnietos de un hombre que trabajó en el edificio, decididos a recuperar esa herencia y recrear la historia de esta obra maestra de la arquitectura porteña, allí donde Italia y Dante aparecen en plena españolísima Avenida de Mayo. Los hermanos Thäringen promueven el mito de la vinculación entre el edificio y la Divina Comedia: datos no les faltan, considerando que el Barolo mide 100 metros (como los 100 cantos de la obra dantesca) y tiene 22 pisos, como las estrofas que componen cada uno de los cantos de la Commedia. “La planta baja y los dos subsuelos representan el Infierno –dice Tomás, guía de los visitantes cual Virgilio vestido a la usanza de principios del siglo XX–; el Purgatorio va del primer piso al 14, y el Paraíso es la torre, de los pisos 14 a 22”. Casi simbólicamente, del Infierno al Puragorio se sube rápido, en ascensor. Pero del Purgatorio al Paraíso la cosa es más trabajosa... y bien vale la pena. Se asciende a pie, por un pasadizo con escaleras que lleva hasta el espectacular faro de la torre. Desde aquí, en el anochecer de los primeros días de junio, se ve alineada la Cruz del Sur. ¿Más juegos numéricos? La cúpula de vidrio es octogonal, una alusión al número que representa el infinito. Durante todo el año, se ve un panorama espectacular sobre el centro de la ciudad, mágico por las noches cuando –misteriosamente– la sombra de Batman se proyecta sobre los edificios circundantes. Además de contar sobre el curioso proyecto de traer a Buenos Aires las cenizas del poeta italiano, la visita se enriquece según el día con un brindis con copa de vino “Palacio Barolo”; conciertos de violín; clases de tango y la imperdible presencia de un Dante Alighieri de ficción que desempeña su papel a las mil maravillas recitando algunas tercinas en la lengua original. Eso sí: no hay abandonar ninguna esperanza al entrar....

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Miqueas y Tomás Thäringen, encargados de contar la historia del Palacio Barolo, donde trabajó su bisabuelo.
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