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Domingo, 25 de octubre de 2015

MUNDO > DESDE EUROPA HASTA ASIA Y AMéRICA

Plazas de la revolución

La plaza es un símbolo de la política en muchos países donde hizo historia el socialismo. Desde Moscú a La Habana y de Hanoi a Beijing, pasando por Managua, fueron escenario de revoluciones, anuncios de independencia y otros momentos clave de la historia de cada nación.

 Por Julián Varsavsky

Fotos de Julián Varsavsky

Una de las primeras plazas de la historia todavía existe: el ágora de Atenas, centro público de reunión hace 2000 años. En todos los países hay plazas ligadas el devenir histórico-político, y en el caso varios países socialistas esas plazas acuñaron la extraña costumbre de exhibir a los líderes revolucionarios embalsamados.

Es casi imposible destruir una plaza y por eso perduran siglos, incluso milenios: un ejército les puede pasar por encima, o una bomba atómica caerles del cielo como en Hiroshima, pero a lo sumo tumbarán sus monumentos. De los varios géneros de plaza, las revolucionarias son uno de los más singulares.

La legendaria Plaza Roja moscovita, con el Kremlin y la emblemática catedral de San Basilio.

GRAN PLAZA MOSCOVITA La Roja de Moscú es el arquetipo de plaza revolucionaria, la que inauguró el culto inmoderado al líder, con la impresionante costumbre de embalsamar su cuerpo. Aquí instalaron para su exhibición pública a Lenin y Stalin, este último removido cuando Khrushev denunció sus masacres.

Al caminar por la Plaza Roja, la primera impresión es que parece más angosta que en las fotos. Entrando por la cara norte aparece a la derecha la pirámide escalonada de granito rojo del mausoleo de Lenin. En el otro extremo se levanta con brillos multicolores la extravagante Catedral de San Basilio.

Visitar la tumba de Lenin es un espectáculo no exento de cierto morbo, pero difícil de saltear: la ilusión de pararse frente a la historia. Desde la cola se va creando cierto suspenso, mientras nos acercamos al edificio con aires de zigurat mesopotámico. Al descender unos peldaños hasta la marmórea cámara mortuoria, aparece en penumbras la caja de cristal donde el revolucionario “santificado por Stalin” parece dormir la siesta cubierto por una manta hasta la cintura, trajeado, con la cabeza sobre una almohada y las manos a la vista.

Guardias con cara de piedra controlan la circulación en torno a esa especie de reliquia hecha con despojos humanos. Nuestro “histórico” encuentro con Lenin dura 40 fantasmales segundos y la impactante imagen inicial es la única que queda grabada en la mente: Lenin mantiene aún parte del magnetismo que tenía en vida, con sus rasgos eurasiáticos de ojos pequeños y filosos con “patas de gallo”, nariz maciza, arcos superciliares bien marcados, el fino bigote con chivita y la cabeza casi esférica cuya media calva no transmite vejez sino firmeza de convicciones.

La Plaza Roja como tal es puro adoquín: lo que impacta son los edificios alrededor, limitando por el lado occidental con los muros del Kremlin. Pero son adoquines pisados por mucha historia, sobre los cuales desfilaron los soldados del Ejército Rojo rumbo al frente de batalla contra los nazis.

La plaza Ba Dinh de Hanoi, con el mausoleo que guarda el cuerpo del líder vietnamita Ho Chi Mihn.

LA PLAZA DE HO CHI MIHN El segundo líder revolucionario embalsamado para instalar un mausoleo en una plaza fue Ho Chi Mihn, aquel delgadísimo guerrillero vietnamita de 1,65 metros de altura que se dio el heroico lujo de derrotar al ejército de la Francia colonial y luego a los imperialismos japonés y norteamericano, torciéndoles el brazo a tres de las fuerzas armadas más poderosas de la historia moderna, cada cual a su turno.

Su mausoleo se visita en la capital, Hanoi, junto a la histórica plaza Ba Dinh donde Ho Chi Mihn declaró la independencia de Vietnam el 2 de septiembre de 1945. El líder comunista murió en 1969 –antes de ver su última victoria– y su mausoleo se inauguró en 1975.

En la cola para entrar al neoclásico panteón de granito gris se mezclan vietnamitas de todo el país con viajeros el mundo entero. Adentro el ambiente sepulcral se parece bastante al que rodea a Lenin: el cuerpo –con su tradicional traje abotonado de caqui gris de batalla– irradia también cierto don de liderazgo, con su barbita puntiaguda, el cabello blanco, los ojos como cuchillos y las manos extendidas un poco por sobre el vientre.

Rodeando el mausoleo hay grandes jardines con 250 especies de plantas y flores de todo Vietnam. Y cubriendo los lados de la plaza están el Palacio Presidencial, la cancillería, la Asamblea Nacional y la milenaria Pagoda del Unico Pilar. A la salida de la tumba caminamos hasta la cercana casa que habitó Ho Chi Mihn, con su estanque rodeado de palmeras donde el revolucionario y poeta criaba peces de colores.

Mao –con la Ciudad Prohibida detrás– preside la plaza Tiananmen, símbolo de Beijing.

LA PLAZA DE MAO La histórica plaza Tiananmen de Beijing está algo modernizada: en los postes de luz hay cámaras de seguridad y frente a los muros rojos de la Ciudad Prohibida una pantalla electrónica gigante emite videos políticos y paisajes chinos muy bien musicalizados. Fastuosa por los cuatro costados, su rectángulo mide 880 metros de largo por 500 ancho: es la plaza más grande de la tierra, donde los domingos los niños remontan barriletes con cola de dragón que miden hasta diez metros de largo.

Aquí Mao declaró el 1 de octubre de 1949 la República Popular China, ante medio millón de personas. Durante la Revolución Cultural, encabezó aquí manifestaciones de un millón de chinos, y otros tantos seguidores le rindieron homenaje al morir en 1976. Pero la plaza fue también epicentro de las protestas de 1989 que culminaron en masacre.

Alrededor de Tiananmen se levantan el Congreso Nacional y los museos de Historia China y de la Revolución. La plaza en sí fue creada en 1417 a la medida de las proporciones de la arquitectura imperial. En su sector sur está el imponente mausoleo donde descansa Mao embalsamado. Al entrar, guardias con guantes blancos apuran el tránsito de personas, mientras tratamos de captar la escena a las apuradas, aunque no se ve otra cosa que la surrealista caja de cristal con el líder vistiendo el traje de famoso “cuello Mao”, cubierto casi hasta el pecho por una bandera roja con la hoz y el martillo en amarillo.

REVOLUCIóN NICA Por la avenida Bolívar de Managua llegamos a Plaza de la Revolución nicaragüense, donde 200.000 personas se reunieron el 20 de julio de 1979 para recibir a las tropas sandinistas vitoriosas. Uno de sus lados lo ocupa el señorial Palacio de la Cultura, antiguo edificio presidencial y luego Asamblea Nacional, escenario de uno de los episodios clave de la historia moderna del país.

El 22 de agosto de 1978 un comando sandinista liderado por Edén Pastora llegó a la Asamblea Nacional vistiendo uniformes de la guardia presidencial. Cada vez que el dictador Somoza iba hacia un lugar, se adelantaba su guardia personal para desarmar a los guardias locales, por miedo a que estuvieran infiltrados. Eso mismo hicieron los sandinistas disfrazados, y con el ardid tomaron el Congreso en plena sesión, donde había varios familiares de Somoza. Luego de 48 horas se negoció la entrega de los rehenes a cambio de la libertad de los comandantes Daniel Ortega y Tomás Borge más otros prisioneros, 500.000 dólares y dos aviones para la fuga.

Hoy cuelgan en la fachada del Palacio de la Cultura dos gigantografías con retratos del general Sandino y Carlos Fonseca Amador, fundador del Frente Sandinista de Liberación Nacional en 1961, caído en combate. Frente al Palacio Nacional se levanta una estatua de Sandino y en diagonal están las tumbas de Fonseca Amador y Borge.

El cuarto lado de la plaza se cierra con la que fuera alguna vez la catedral más fastuosa de América Central, inaugurada en 1938 con grandes vitrales, bajorrelieves, mármoles de Carrara, un altar tallado en una sola pieza de alabastro decorado en oro, y un armazón de hierro monumental traído desde Bélgica. El templo se mantiene en pie pero en estado ruinoso por el terremoto del 1972, irradiando un aura de fastuosa decadencia con estatuas de santos amputadas, ventanales sin vidrios y cielorrasos derrumbados. En su torre-reloj el tiempo se detuvo a las 12.35 de aquel fatídico 23 de diciembre.

En la famosa plaza habanera, el relieve escultórico del Che inspirado en la foto de Korda.

FIDEL TIENE LA SUYA En la Plaza de la Revolución de La Habana Fidel Castro dio su dramático discurso anunciando la muerte del Che en 1967. Al acercarnos a la plaza, lo primero que vemos a la distancia es el blanco monumento de 30 metros de alto en homenaje a José Martí. Y ya de cerca cobra forma la impactante imagen del Che tomada de la foto famosa de Alberto Korda, convertida en un relieve escultórico gigante en la fachada del ministerio del Interior. En 2009 se agregó una obra similar con el rostro del comandante Camilo Cienfuegos en el edificio del Ministerio de Informática y Comunicaciones.

La Plaza de la Revolución es la tribuna política por excelencia de Cuba, donde por primera vez un 1° de Mayo desfilaron las milicias populares de obreros y campesinos en 1959. Allí se declaró a Cuba “territorio libre de analfabetismo” y Salvador Allende habló en 1973. En 1997 se hizo por primera vez aquí una guardia de honor al comandante Ernesto Guevara, al regresar sus restos a Cuba.

La plaza fue construida durante la dictadura de Batista, quien pretendía mejorar su imagen erigiendo un monumento en honor a Martí. Para ello se llamó a concurso internacional y hubo un ganador. Pero Batista desconoció al jurado y otorgó el proyecto a quienes habían quedado terceros, uno de cuyos autores era su ministro de Obras Públicas. Así surgió una de las plazas más grandes del mundo, para cuya construcción hubo que desplazar a centenares de habitantes de un barrio marginal. Esto generó un fuerte conflicto político y jurídico, hasta que la gente fue indemnizada. El abogado que asumió la defensa de esas personas, en 1951, fue el Dr. Fidel Castro Ruiz.

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