turismo

Sábado, 30 de abril de 2016

SALTA > MúSICA Y ARTESANOS EN UNA CALLE CON HISTORIA

Movida en “la Balcarce”

Peñas y gastronomía en el corazón de la movida de la capital salteña, a pasos de la antigua estación de tren, donde cada fin de semana una feria artesanal tienta con cajitas de alpaca, tejidos y dulces. Entre lo tradicional y lo nuevo, un renacimiento urbano acompañado de aromas y sabores.

 Por Dora Salas

¿La Balcarce? ¿Va a cenar solita?”, pregunta asombrado el taxista y su locuacidad se desata. “Es una calle que pasó de la oscuridad a la luz. Cuando dejó de funcionar el tren era una zona muerta… daba un poco de miedo ir”, agrega.

El comentario es preciso, porque “la Balcarce” empezó a ser resignificada durante la durísima crisis económica del año 2000, cuando “los desocupados que había causado la política de la década del ’90 éramos muchos y a veces no teníamos ni monedas para comprar pan”, cuenta Tupac Puggioni, de 46 años, dueño de La Vieja Estación, “donde vive el folklore”, según se anuncia en la fachada de su amplio local.

El empresario gastronómico, que se define como “un militante político” -al igual que su abuela y su abuelo y sus padres muertos a manos de la Triple A y de la dictadura sucesiva- que supo aprovechar “la capacidad de organización” aprendida en esa actividad. “Sabía juntar personas detrás de un objetivo común, planificar y concretar eventos, hacer propaganda, volantear”, comenta y explica que todo lo aplicó para contribuir a transformar la “zona abandonada” de “la Balcarce”.

El área de la estación del ferrocarril, que se encuentra en la esquina de las calles Balcarce y Ameghino, a diez cuadras de la plaza central de la ciudad, la 9 de Julio, tuvo intensa actividad hasta la privatización de la línea durante el gobierno de Carlos Menem. A partir de entonces “todo murió”: “Los playones de depósito de la carga que llegaba o partía quedaron paralizados, en los alrededores había locales abandonados, unos pocos barcitos de mala muerte, personas desocupadas en las veredas… todo oscuro”; “el lugar se convirtió en tierra de nadie, mal iluminado y sin perspectivas”, coinciden las explicaciones que, por separado y sin conocerse, dan el taxista y Tupac.

Es difícil imaginar ese período lúgubre pues ahora la noche en el Paseo Balcarce es sinónimo de peñas, bombos, guitarras, canciones y danzas tradicionales, buena gastronomía y vinos regionales, entre otras propuestas.

En La Vieja Estación, por ejemplo, se alternan los platos tradicionales -como la humita, los tamales y las empanadas- con la carta gourmet. Tupac me aconseja probar los medallones de lomo de llama y lo hago mientras las numerosas mesas se van ocupando con turistas extranjeros y argentinos, además de algunas familias de la propia ciudad. A la hora de los postres me ofrecen una degustación de dulces de cayote y mamón, batatas en almíbar, higos, quesillo, cuaresmillo, zapallitos en almíbar y miel de caña.

Ambientación y buenos vinos, la apuesta del Café del Tiempo en la calle donde se vive la noche salteña.

DE JÓVENES Y ESTUDIANTES El pasaje de una situación a otra fue gradual, y nada fácil.

“Eramos jóvenes con buena onda, poca plata y muchas ganas” de superar la crisis, dice Tupac y menciona, entre otros, a su hermano menor, Fidel, y a Carlos Urtasun, fotógrafo, y sus hermanos dedicados a la cocina y hoy dueños del Café del Tiempo.

Primero instalaron un centro cultural al que dieron el nombre de Jorge Cafrune en recuerdo del padre de Tupac y Fidel, Hugo Puggioni, un tandilense que había acompañado en una gira sureña al cantante “gaucho del Norte”.

A las citas mensuales del Centro Cultural Cafrune se fueron sumando estudiantes universitarios y otros jóvenes. “De a poco empezó a crecer una movida estelar” con buena música de distintos géneros. Las propuestas se fueron diversificando y del centro cultural se pasó a las peñas. La Vieja Estación abrió sus puertas el 23 de marzo de 2000, con espectáculos en vivo y restaurante.

Los bares y restaurantes de la Balcarce, desde Ameghino hasta la avenida Entre Ríos, en general funcionan de noche, pero algunos también al mediodía. Cada local -actualmente son alrededor de sesenta- tiene su impronta, pero para cenar o almorzar vale la pena buscar la buena carne, incluyendo cabrito y llama, las famosas empanadas salteñitas, y las humitas y tamales.

En “la Balcarce” se reúnen la gente, la música, los tragos y la comida, tradicional o gourmet.

TELARES Y ARTESANÍAS Los fines de semana entre las 10.00 y las 21.00 la Balcarce se hace peatonal desde la avenida Entre Ríos y la calle Ameghino para ceder espacio a una feria de artesanos que ahora también se extiende a algunas calles transversales con sus más de 200 puestos.

La feria nació en paralelo al centro cultural y los pequeños bodegones de la primera época de la movida. Allí estaban los Urtasun y los Puggioni, entre otros, que empezaban a ayudarse entre ellos. Al comenzar con la Feria de Artesanos suponían que iba a ser sólo por un fin de semana, pero en eso se equivocaron, porque se mantuvo, crece y se diversifican los productos que ofrece.

Puestos multicolores a un lado y otro de la calle ofrecen dulces típicos del Noroeste, como el de cuaresmillo, licores, semillas y yuyos, tejidos de lana de llama, cerámicas, fuentes y cajitas de madera con adornos de alpaca, objetos en madera de cardón, trabajos en cuero y tantos otros productos.

Me ofrecen probar una “miel de uva” y la artesana Gabriela me explica que es “mosto concentrado” en dos versiones, una sólo dulce y otra con pimienta y ají “especial para condimentar carnes”. Me agrada y compro dos frascos. Mientras estoy abonándolos veo sobres con semillas e hierbas. Uno contiene “pepitas de uva trituradas” y promete diferentes beneficios para la salud comiendo media cucharita por día con cualquier alimento o bebida. Me llama la atención y los sumo a mi cuenta.

Por supuesto no faltan las mantas de lana, los chales, chalecos y ponchitos de lana de llama, las cajas para sobres de té de madera y alpaca, los portarretratos de esos mismos materiales, los chocolates y huevos de pascua, y mucho más.

El tejido en telar es una tradición que suele pasar de madres a hijas y una artesana me explica que ella ya está dejando toda la responsabilidad a su niña adolescente. “La lana de llama viene hasta la ciudad de Salta desde los cerros, muy lejos, tarda hasta diez horas el viaje”, cuenta y agrega que sólo usa “los colores naturales de la lana, blanco y marrón”. Y con orgullo destaca que “la lana de oveja se tiñe, la de llama no”.

Algunos de estos artesanos y artesanas están en el paseo Balcarce desde el inicio de la feria, hace quince años. “Las ventas tienen buenos momentos y períodos en que se vende menos… Igual que el turismo, a veces hay más y otras menos, depende de la economía”, reflexiona Gabriela, que de todos modos apuesta a crecer con sus productos naturales. Tiene motivos para esa esperanza pues la movida de la Balcarce “es uno de los atractivos de Salta y figura en guías internacionales”, según afirmó en una entrevista uno de los “pioneros” Urtasun.

La reactivación del recorrido del famoso Tren a las Nubes, con cabecera en la estación de Ameghino y Balcarce, es otra alternativa de optimismo para la zona, pues su itinerario en la Cordillera de los Andes, ascendiendo hasta 4200 metros de altura, es un atractivo fuerte para el turismo nacional y sobre todo internacional.

Si el Paseo Balcarce deja con ganas de ver más artesanías, en autobús (para tomarlo se necesita una tarjeta similar a la Sube porteña) o taxi se puede llegar al Mercado Artesanal, ubicado en una hermosa finca colonial.

Desde el teleférico, la Santa antigua y la moderna se funden en el trazado regular de sus manzanas de origen colonial.

ORIGINAL Y COLONIAL “Tu destino es enamorarte, tu destino es la más linda”, pronostica la publicidad oficial del Ministerio de Cultura y Turismo provincial. Y la posibilidad de que eso ocurra es alta por el entramado de naturaleza e historia, que fusiona la cultura originaria con la colonial.

En la capital salteña, además de la recuperación de la calle Balcarce, impacta el Museo de Arqueología de Alta Montaña, donde se pueden apreciar los niños de Lullaillaco –el Niño, la Niña del Rayo y la Doncella- encontrados en 1999 perfectamente conservados en el volcán homónimo a 6780 metros sobre el nivel del mar. Una presencia en el hoy de la cultura incaica, con sus cuerpecitos y atuendos unidos a los 146 objetos de su ajuar.

Casonas coloniales con balcones cerrados de madera y grandes portales, conventos e iglesias -como la Catedral Basílica, la Iglesia de San Francisco, su campanario y museo, y el Convento de San Bernardo, de fines del siglo XVI- merecen atención durante la estadía en la capital provincial, al igual que el Museo Histórico y el Museo de Bellas Artes.

Antes de emprender otros circuitos a través de la fascinante naturaleza entre el trópico, los Andes y la Puna, una caminata hasta el monumento a Martín Miguel de Güemes. Conmueve pensar en esa figura de la historia nacional que, con sólo 21 años, se destacó por su coraje durante las Invasiones Inglesas de 1806 al mando de los 80 jinetes que abordaron y tomaron la nave La Justina, de la escuadra del almirante Home Riggs Popham, encallada por una bajante de las aguas frente a Buenos Aires.

Como despedida, el Cerro San Bernardo brinda una perspectiva diferente de “la Linda” durante el ascenso de diez minutos en las pequeñas cabinas del teleférico que parte del Parque San Martín y se encarama hasta la cima entre la vegetación exuberante y las nubes.

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Homenaje al Cuchi Leguizamón. Su estatua, ubicada frente a la empanadería que visitaba.
 
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