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Sábado, 30 de abril de 2016

ESCOCIA > EL CASTILLO DE EDIMBURGO

El asedio sin fin

Traiciones, engaños tácticos, coronaciones y homicidios se reviven dentro de sus murallas, junto a la Piedra del Destino, la Corona de Escocia y el Cetro Real. Una fortificación de 2000 años que encierra una épica inigualable y escribe largas páginas de historia bélica.

 Por Julián Varsavsky

Las iglesias góticas rematadas en punta de aguja, con sus rugosidades ennegrecidas por la humedad, crean un aura sombría en Edimburgo. Las esqueléticas enramadas de los árboles en invierno y los cuervos sobrevolando las estelas de piedra de un cementerio refuerzan el bucolismo de los callejones angostos con reminiscencias medievales. Sin embargo, cuando el sol asoma oblicuo algún atardecer, entre las torres-reloj y las cúpulas de los palacetes victorianos, la piedra rústica se torna rosácea e irradia el romanticismo propio de la ciudad –muy distinto al de Florencia o Venecia- otorgándole otra efímera cara. Allí se mezclan los estilos de cada época con coherencia pretérita, excluyendo los diseños de los siglos XX y XXI.

En esta capital algo pequeña hay 16.000 construcciones catalogadas con valor histórico. Su arquitectura del siglo XVIII está casi intacta y sobrevive lo mejor del estilo georgiano en todo el Reino Unido, que se extendió hasta comienzos del siglo XIX. Pero también la irregular geografía aporta un toque de misterio con sus pétreas mesetas inclinadas, inexplicables a simple vista.

El eje histórico de la ciudad es la calle Royal Mile, que conduce a un rocoso cerro volcánico coronado desde hace diez siglos por el castillo de Edimburgo, una fortaleza fundamental en términos estratégicos pero con un valor simbólico casi tan precioso como el militar: el deseo de monarcas ingleses y escoceses por poseerlo generó decenas de asedios, haciéndolo pasar de manos un total de 26 veces. Es decir que miles de soldados murieron al querer escalar sus casi imposibles barrancos de piedra a lo largo de dos milenios. Todo por apoderarse de este baluarte encantado con un magnetismo que enloquecía la voracidad de los hombres, conduciéndolos a los actos de arrojo más inimaginables en tiempos en que el combate era frente a frente, espada en mano, y luego a cañonazo limpio.

Las armaduras medievales se exponen en los museos del antiguo edificio.

DESDE LA EDAD DEL HIERRO Información documentada indica que ya en el año 898 a.C. el hombre se hizo fuerte en los altos de la colina que domina Edimburgo, a 80 metros de altura desde la superficie de la ciudad. Aquel pionero habría sido el legendario rey Ebraucus de los bretones.

Un foso ya seco rodea los altos muros. Se ingresa cruzando un arco almenado y un gran portal de madera donde montan guardia las estatuas de hierro de los guerreros independentistas Robert the Bruce y William Wallace. Adentro se camina por empinadas calles de piedra que suben y bajan, surcando este microcosmos que amuralla un laberinto de escaleras y recovecos, para conducir a patios internos y largas balconadas con cañones gigantes con bombas del tamaño de una pelota de basquet.

Ya dentro del periodo histórico, se ha comprobado la existencia de un castillo desde el reino de David I en el siglo XII. De aquel tiempo perdura la capilla de Santa Margarita, el edificio más antiguo en Edimburgo.

En una sala bien custodiada se expone la Piedra del Destino. Dice la leyenda que fue usada como almohada por el patriarca Jacobo cuando, según Libro del Génesis, soñó a Dios para llegar a él por una escalera al cielo. En 1296 Eduardo I de Inglaterra se hizo con la piedra y la adosó a su trono. Desde entonces ha sido usada en las ceremonias de coronación de los reyes de Inglaterra y luego de Gran Bretaña.

Las otras piezas célebres de esta sala son la Corona de Escocia usada desde 1540, de oro puro con perlas, diamantes y amatistas; la gran Espada del Estado y un cetro de plata rematado con una esfera de cristal de roca obsequiado por el papa Alejandro VI en 1494. La venerada Piedra del Destino fue robada a Escocia por el rey Eduardo I en 1296 y permaneció en la londinense Abadía de Westminster hasta 1996 (en 1950 unos estudiantes escoceses la recuperaron en secreto pero los ingleses dieron con ella tres meses después). La espada, el cetro y la corona se salvaron del saqueo al ser ocultados fuera del castillo para que no cayeran en manos del invasor inglés Oliver Cromwell en 1652. Reaparecieron años más tarde cuando se aprobó la unión de Inglaterra con Escocia. En la actualidad se la lleva a Londres para cada coronación.

LOS VAIVENES DE LA HISTORIA Aquella invasión inglesa de 1296 por parte de Eduardo I derivó en la Primera Guerra por la Independencia de Escocia. Edimburgo fue tomada en esa ocasión en apenas tres días, incluyendo el castillo, lo cual resultó en el robo de sus tesoros.

Pero en 1314, gracias a un ataque sorpresivo liderado por Thomas Randolph, los escoceses recapturaron la fortaleza en plena noche con 30 hombres, que escalaron la montaña con ayuda de un soldado inglés que traicionó a los suyos y conocía una ruta más o menos accesible por la cara norte.

En 1333 Eduardo III volvió a sojuzgar a Escocia: su invasión inició la Segunda Guerra de la Independencia. El recinto amurallado cambió de manos otra vez con la ayuda de una artimaña. Williams Douglas, lord de Liddesdale, se hizo pasar por un mercader que iba a entregar provisiones a la guardia del castillo. Así logró que le abrieran las puertas y colocó su carro de madera, impidiendo que volvieran a cerrarlas. Entonces entraron en combate sus fuerzas escondidas en las cercanías desde la noche anterior. En un ataque relámpago mataron al centenar de guardias ingleses.

Así se fueron sucediendo los asedios y las tragedias en el castillo, como la ejecución en 1440 del conde de Douglas, de apenas 16 años y acusado de conspiración, en presencia del rey James III, de diez años de edad. También hay fugas legendarias como la de Alexander Stewart, duque de Albany, encerrado en la Torre de David. Se le acusaba de querer destronar a su hermano, el rey James III, y su ardid fue emborrachar a los guardias antes de escapar por la ventana con una soga. Huyó a Francia y luego a Inglaterra para aliarse con Eduardo IV y marchar sobre Escocia con la armada inglesa, a las órdenes del futuro Ricardo III.

Artillería de gran escala para la época reforzaba la imagen inexpugnable de la fortaleza.

LA INVENCIÓN DE LA PÓLVORA La fortificación ya milenaria se convirtió en fábrica de cañones. Y a diferencia de otros castillos medievales, no perdió su función militar cuando el surgimiento de la pólvora convirtió al arte de derrumbar muros en un juego de niños. En 1573 la reina inglesa Elizabeth I envió un ejército de mil hombres con cañones que dispararon tres mil veces durante doce días sobre el castillo, hasta que cedieron las defensas.

Durante la Primera Guerra Mundial un zeppelin alemán arrojó una bomba sobre el castillo. Pero la última acción militar importante ocurrió en 1745 durante el alzamiento de los jacobitas, que buscaban devolver el trono a la casa de los Estuardo y tomaron Edimburgo sin resistencia. Sin embargo el castillo no se rindió. El plan era doblegarlo por hambre y sed hasta que el general George Preston bombardeó las posiciones jacobitas en la ciudad desde las alturas, causando algunas bajas civiles. Como los jacobitas carecían de artillería, desistieron del enfrentamiento y se retiraron.

Todos los reyes de Inglaterra tuvieron entre ceja y ceja al legendario castillo de Edimburgo. Se podría escribir una enciclopedia de historia política y colonialismo con los acontecimientos ocurridos aquí. Y otra de artes militares que estudie la evolución de las tecnologías de guerra, incluyendo el progreso de las torres centrales, que pasaron de ser cuadradas a circulares para que, al contacto con las balas de cañón, éstas rodaran hacia los costados sin tumbar la estructura. Serían miles de eruditas páginas escritas sin extender el objeto de estudio más allá del perímetro estricto de las murallas, donde el peso de la historia sobre nuestra espalda produce una sensación física muy concreta al caminar sobre estos adoquines tantas veces ensangrentados, fruto de milenarias lealtades.

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Una iglesia gótica precede al legendario castillo, codiciado y asediado durante siglos.
 
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