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Domingo, 8 de mayo de 2016

TUCUMAN > MIRANDO LOS CIELOS DEL NOROESTE

Vuelta por el universo

Una noche en el observatorio de Ampimpa, un proyecto que nació con la llegada del cometa Halley y se transformó en una institución educativa con programas para el turismo. Un viaje galáctico entre la luna y el sol, cráteres y nebulosas, Júpiter y Saturno.

 Por Guido Piotrkowski

Fotos de Guido Piotrkowski

El Infiernillo es la división de los cielos, una cortina de nubes, una barrera invisible que detiene la humedad de la selva tucumana y la deja suspendida en los cerros de Tafí del Valle. Al transitar este paso montañoso ubicado a 3200 metros de altura, luego de atravesar el sinuoso y ascendente camino desde Tafí para comenzar el descenso hacia la franja árida de los Valles Calchaquíes, se abre la senda a un cielo siempre diáfano, bajo el cual se extiende un desierto infinito de cardones, uno de los mejores rincones del norte argentino para la contemplación de los astros, un paraje ideal para dormir bajo un manto de estrellas.

Es por eso que hace treinta años, en las puertas del diminuto poblado de Ampimpa, se instaló una estación científica para seguir al cometa Halley, el otrora famoso asteroide que poco antes del año 1986 despertó la curiosidad de la comunidad astronómica mundial y la inquietud de la humanidad. Muchos vislumbraban, en su cola de fuego, una amenaza latente para la Tierra, muchos creyeron que el fin del mundo se acercaba a la misma velocidad de aquel barrilete que viajaba incendiado por los agujeros negros del universo. Así nació el Observatorio Astronómico de Ampimpa, como parte de la red International Halley, que tenía como objetivo seguir al cometa desde dos años antes de su acercamiento a la Tierra hasta dos años después de su alejamiento.

Pasado el furor y el temor por el cometa con más prensa que se haya aproximado a nuestro planeta, el observatorio se transformó en una institución que, sin perder de vista su origen científico, le sumó una impronta educativa y le encontró su veta para el turismo, siempre ávido de nuevas experiencias.

Los cielos de los Valles Calchaquíes, 320 días despejados y un manto de estrellas ideal para la observación astronómica.

CIENCIA Y EDUCACIÓN “Al principio era solo una estación científica, después comenzamos a ver y percibir el enorme déficit que había de parte de los chicos”, dijo el director de la entidad, Alberto Mansilla, durante un encuentro previo a nuestro paso por el observatorio, en el Hotel Francia de San Miguel de Tucumán. “Al observatorio muchas veces se lo relaciona sólo con la astronomía, y en realidad es una institución dedicada a la enseñanza de las ciencias. Nosotros brindamos talleres de física, de energía solar, de geografía”, explicaba Mansilla, con quien nos reunimos previamente porque no podría estar en Ampimpa para nuestra visita. Es que el observatorio, además de recibir estudiantes, se desplaza por todo el país. Cuenta con un equipamiento didáctico y científico que se traslada para poder llevar a cabo sus campamentos científicos en aquellas escuelas que no puedan acercarse hasta los Valles Calchaquíes. Por eso que Mansilla se aprestaba a viajar a Río Turbio, en la Patagonia. “Estamos con 300 kilos de material científico, aparte de las cosas del observatorio, tenemos en paralelo un laboratorio móvil. De todas maneras, el cielo que tenemos en los Valles Calchaquíes no lo podemos trasladar. Pero llevamos telescopios, astrocámaras, prismáticos de gran campo astronómico”.

Los campamentos duran alrededor de una semana y son multidisciplinarios “Es bueno que tenga una mirada mas amplia y no segmentada a una sola disciplina. Tratamos de incorporar las nuevas tecnologías que van apareciendo y que tardan en agregarse al sistema educativo para que los chicos las vean rápidamente”.

Pero no sólo de escuelas y estudiantes vive el observatorio: hay también propuestas para viajeros en este lugar que fue declarado de interés turístico por la Secretaría de Educación y el Ente Tucumán Turismo. “El turismo es una tarea más atípica para nosotros, y adaptamos la infraestructura”, contaba Mansilla. Las actividades arrancan a las ocho de la noche y terminan a las diez de la mañana. Por eso, para pernoctar en el observatorio cuentan con algunas cabañas rústicas construidas en medio de un bosquecito de pinos. Durante la noche se hacen observaciones varias, hay charlas y se proyectan videos. Pero también hay lugar para los viajeros que no quieran, o no dispongan, del tiempo necesario para pernoctar. Es un programa más breve, que termina a las once de la noche. “La gente se va dormir y cuando hay algo interesante para ver se los despierta –explicaba Mansilla–. El cielo de la madrugada es el mejor, porque las corrientes de aire se estabilizan. Las condiciones ideales son entre las tres y las cuatro de la mañana”.

La Cuesta de los Cardones, en el sinuoso camino que va de Tafí del Valle hasta Ampimpa.

AL AVISTAJE Llegamos al observatorio durante un día inusualmente nublado para estos lares. El Infiernillo nos falló –pensé desconcertado– luego de haber pasado tres días bajo las nubes permanentes y las lluvias intermitentes de Tafí del Valle. Creía que una vez cruzado aquel sitio donde se las nubes se estancan, donde la humedad cesa y el aire se vuelve menos denso, donde la exuberancia vegetal se desvanece abriendo paso a una tierra yerma y árida, rica en cardones y algarrobos, encontraríamos el cielo siempre diáfano que domina estos pagos, donde anuncian 320 días de sol al año. Desesperanzado, creí que era el peor día en la historia para llegar a un observatorio, esperaba un firmamento inmaculado y un sol rabioso, pero sobre la cúpula aún cerrada de la capsula que atesora el telescopio, sólo había nubarrones, y ni siquiera una gota de viento que pudiera llevárselos.

Eran las cuatro de la tarde cuando desensillamos en la cabaña Sagitario, a la espera de una noche bajo las estrellas, que a esa altura pintaba para pasar bajo un cielo encapotado. Y esperamos el atardecer imaginando figuras en los cardones, entre mate y mate, oteando el horizonte y soplando nubes. Le rezamos a la Pachamama y al dios Inti. Pero poco después del ocaso, el milagro ocurrió, y un viento imperceptible barrió el cielo. Ahora sí, los astros se pusieron de mi lado, pensé.

Julio es nativo de Amaicha del Valle, la comunidad indígena autónoma que está al lado de Ampimpa. El es quien nos recibe en este emprendimiento oculto en un bosque de pinos en lo alto de un cerro custodiado por cardones centenarios. Desde chico, Julio se pasaba los días y las noches mirando el cielo con voracidad, uniendo estrellas para dibujar constelaciones. Aunque soñaba con tener un telescopio, un instrumento que sólo conocía por los manuales escolares, nunca tuvo uno. “Los telescopios siempre me gustaron”, recuerda Julio, que hace veinte años trabaja en el observatorio, pero que antes de recalar acá hizo de todo. Cumplió el sueño del pibe, y se puede decir que hoy en día es un experto astrónomo. Según Mansilla, maneja el telescopio mejor que él. “Esta aprendiendo a ser guía porque conoce a la perfección el observatorio y el cielo mejor que nosotros”, me había adelantado el director durante nuestro encuentro en la capital tucumana. Julio se capacitó en parte con Mansilla, quien le enseñó acerca de las cartas estelares, pero buena parte de su aprendizaje fue autodidacta: su curiosidad por el universo lo llevó a mirar “todo lo que se puede” en Internet.

Pero además del estudio y de haber nacido en estas tierras de cielos pródigos, el conocimiento de Julio es ancestral. Vale la pena resaltar que los pueblos originarios vienen leyendo los astros desde el comienzo de los tiempos, y sus calendarios solares y lunares determinaban sus cosechas. Su ritmo de vida siempre fue regido por la lectura del cielo. “Estamos haciendo un programa para que la gente sume a su acervo cultural el conocimiento científico, entonces las escuelas de la comunidad nos visitan gratis. Los recibimos y tratamos de que traigan su acervo, y al mismo tiempo reciben información científica sobre esos cielos maravillosos que ellos tienen”, explicaba Mansilla, recalcando la importancia de darle trabajo a los lugareños, a quienes capacitan para atender a los visitantes. “Son sus tierras, nosotros tenemos una cesión temporaria, y le damos prioridad para trabajar a la gente de la zona”. Solamente cuando hay campamentos científicos contratan universitarios para llevar adelante la tarea docente.

Julio es hombre de pocas palabras, así que cuesta entablar el diálogo y ganar su confianza, más allá de los tecnicismos astronómicos que intenta traducir al lenguaje cotidiano, bajando al llano la información de las nebulosas, los cúmulos y las constelaciones, las lunas, los satélites y estrellas que tienen miles de miles de millones de años luz. El universo es angustiante.

Julio se mueve con destreza dentro de esa cápsula que alberga el telescopio, lo calibra e invita a ver la luna, que está ahora en su cuarto creciente. Tira información, explica que lo que ahora vemos por el ocular son los cráteres y los volcanes de lava. “Ahora vamos a dar un poco más de aumento para ver si podemos ver mejor ese cráter”, dice y vuelve a calibrar el gran telescopio. Después, enciende una pantallita que cuelga de la pared: es una computadora con información didáctica del universo. Datos, gráficos y números abrumadores. Un rato después, Julio hace girar, manualmente, el techo de la cúpula, para apuntar el telescopio en dirección a Júpiter. Dice que lo descubrió Galileo Galilei, que tiene varios satélites o lunas, pero que sólo podemos ver cuatro de ellos y que las manchas rojas que podemos atisbar a través del ocular son tormentas. “Se ven las banditas”, agrega, para que estemos atentos al anillo que lo cruza, parecido al de Saturno. El primer avistaje de la noche finaliza con la nebulosa de Orión. “A la madrugada vamos a poder ver Saturno –avisa y se despide para descansar–. Marte también, pero no es tan interesante. Júpiter y Saturno son los mejores para observar”.

A eso de las cinco de la mañana, Julio toca la puerta para ver Saturno, hace un frío intenso, pero vale la pena el madrugón para ver los anillos estelares más famosos. Luego dormiremos hasta el amanecer, cuando Julio toque la puerta nuevamente y nos arranque de la cama para un nuevo madrugón, con el sol ya despuntando detrás de los cerros calchaquíes. Mientras tanto, el universo sigue girando. Vale la pena darse una vuelta.

Vista de la ruta que conduce a Amaicha del Valle, desde el cerro donde está el observatorio.

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Al amanecer, el telescopio asoma por el techo abierto de la cúpula para observar la salida del sol.
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