turismo

Domingo, 15 de mayo de 2016

BUENOS AIRES > UN PASEO CON LITERATURA

La huella porteña de Cortázar

Crónica de un circuito por la ciudad que evoca vida y obra del gran escritor argentino. Un itinerario que invita a redescubrir al autor de Rayuela en los distintos barrios porteños, tendiendo puentes entre las narraciones nacidas en su tierra natal y sus años en Europa.

 Por Guido Piotrkowski

Fotos de Guido Piotrkowski


“Como si todo fuera alcanzado desde un progresivo retorno, miro ahora mi ciudad con la mirada del que viaja en la plataforma de un tranvía, retrocediendo mientras avanza, y de tanto perfume nocturno, de incontables encuentros con gatos y bibliotecas y Cinzano y Razón Sexta y cine continuado, me vuelven sobre todo los tiempos de estudiante, los bares automáticos de Constitución, la calle Corrientes de las primeras escapadas temerosas de los años treinta, Corrientes inconcebible hoy con sus orquestas de señoritas, sus cines largos y estrechos y una pantalla neblinosa donde personajes de barba y levita corrían por salones lujosos a pobres chicas con sombreritos y tirabuzones y a eso le llamaban películas realistas y entrada cero setenta. Son las rabonas en Plaza Italia con un sol caliente de libertad y pocas monedas, la penumbra alucinatoria del Pasaje Güemes, el aprendizaje del billar y la hombría en los cafés del Once, las vueltas por San Telmo entre la noche y el alba, los descensos tarifados al bajo, un tiempo de cigarrillos rubios y tranvía 86, Villa Urquiza y la Plaza Irlanda donde un breve otoño fui feliz con alguien que murió temprano.”

Julio Cortázar


La cita es una tarde de domingo otoñal en la esquina de la avenida Córdoba y Maipú, en el centro de Buenos Aires, que a esa hora es un páramo nublado y fresco. Un aura bucólica envuelve la ciudad, y resulta entonces el día perfecto para deambular por algunos de los rincones porteños marcados a fuego por la pluma de Julio Cortázar. Pedacitos urbanos que evocan sus caminatas iniciáticas y sus tertulias de café, su divagar por galerías y túneles, sus viajes en subte y en ómnibus.

Un viaje de cuatro horas por el universo cortazariano, un circuito que nos llevará del Centro a Palermo y de ahí a Villa del Parque, para finalizar en el café Cortázar de Almagro, en un paseo que atravesará lugares emblemáticos en la vida del escritor argentino nacido en Bélgica en 1914.

La mentora del tour es Mariana Iglesias, periodista y guía de turismo, lectora voraz y fanática de uno de los escritores más relevantes que haya dado la literatura argentina. “A los 17 años leí Casa tomada y hubo un cadencia en el relato que quedó resonando mucho tiempo. Luego comencé a profundizar en los cuentos y en su vida. Me siento identificada con la idea de que los hechos extraordinarios que tienen lugar en la vida y la obra del autor formen parte de su existencia cotidiana. A mí también me ocurre eso y me parece natural. Le creo”, asevera Mariana.

El recorrido original lo llevó adelante hace algunos años Viviana Rivelli, una referente como guía de turismo en Buenos Aires. A su vez, Mariana ya había trabajado sobre un circuito cortazariano en París. “De esa base, y habiendo realizado ya la experiencia de la ruta parisina, surgió este itinerario que fusiona vida y obra y se complementa con material de investigación y la reproducción y lectura de varios textos que ilustran el recorrido”, aclara la periodista, que lleva puesta una remera con la cara del escritor estampada, y sobre ella un blazer con un prendedor que tiene también impresa una foto de Cortázar. Es la imagen más reproducida y conocida del escritor, un retrato tomado por la fotógrafa Sara Facio en los jardines de la Unesco, donde el narrador argentino se desempeñaba como traductor. “Es una foto en la que se lo ve muy joven, aunque ya no era tan joven. A Julio le gustaba mucho. Decía que ella lo había captado como él se sentía en ese momento”, revela Mariana. Un año después, en 1968, Cortázar puso la pluma y Facio el ojo para editar juntos Buenos Aires Buenos Aires, una mirada poética sobre la ciudad, un libro que ya no se consigue en librerías.

London City, la tradicional confitería de Avenida de Mayo y Florida que fue escenario del comienzo de Los premios.

LUGARES SIN TIEMPO Partimos. El minibús toma la Diagonal Norte, el lugar donde Cortázar le entregó un manuscrito del cuento Casa tomada a Borges, quien lo publicaría en la revista que dirigía, Anales de Buenos Aires. Más tarde el relato integró el libro Bestiario (1951). Al entrar en la avenida 9 de Julio bordeamos el Teatro Colón, un sitio que lo inspiró para escribir el cuento Las Ménades, incluido en su libro Final de juego (1956). El relato sucede dentro del Teatro Corona, alter ego literario del Colón. “Cortázar venía a fines de los años ’30 con su amigo Eduardo Jonquieres, quien también lo acompañó en varias de sus caminatas por Buenos Aires –cuenta Mariana, micrófono en mano, para la treintena de pasajeros participantes del tour–. Es una característica de su obra, muchas anécdotas de su vida real se transforman en cuento o novela”.

Pasamos ahora por Plaza de Mayo y el conductor se detiene frente a la confitería London, en la esquina de Avenida de Mayo y Florida. La plaza es el escenario de varios cuentos, como Después del almuerzo, publicado en versión aumentada de Final de juego, y El examen, un libro de 1950 que fue rechazado y editado recién en 1986, dos años después de su muerte. “Me interesaba por la descripción; en Después del almuerzo hay una escena de la Plaza de Mayo con nubes, un texto bastante sombrío”.

Y en esta confitería también comienza Los premios (1960), la historia de un grupo de gente que gana un premio y se da cita allí. “‘La marquesa salió a las cinco –pensó Carlos López–. ¿Dónde diablos he leído eso?’ Era en el London de Perú y Avenida; eran las cinco y diez. ¿La marquesa salió a las cinco? López movió la cabeza para desechar el recuerdo incompleto, y probó su Quilmes Cristal. No estaba bastante fría”.

En Florida 165 está la Galería Güemes, presente en El otro cielo, historia donde el personaje central, que es un trabajador de la Bolsa de Buenos Aires, entra por la galería de la peatonal porteña y sale por la Galería Vivienne de París. “Acá aparecen las temáticas más frecuentes en la vida y obra de Julio –acota Mariana–. Los pasajes, el metro, las galerías y los puentes. Son los que él llamaba lugares sin tiempo”.

Cortázar también solía viajar en el subte A, presente en Texto en una libreta, incluido en Queremos tanto a Glenda (1980). “El metro tiene incidencia en su vida en Buenos Aires y en París. El hace permanentemente estos puentes ente un metro y otro”.

Llegamos a la esquina de Rivadavia y Rincón. A pocos metros se encuentra la librería Aquilanti y Fernández Blanco, de Lucio Aquilanti, el mayor coleccionista de primeras ediciones de material producido por Cortázar, quien atesora la correspondiente a Presencia, una colección de poemas que firmó como Julio Denis en 1938. Aquilanti vendió la colección completa a la Biblioteca Nacional recientemente.

Cortázar estudió en el colegio Mariano Acosta, al que llamaba "la caja de zapatos amarilla".

LA CAJA AMARILLA Es el turno de Once, uno de los barrios trascendentes en la vida del escritor, que cursó la escuela secundaria y el profesorado en el colegio Mariano Acosta (Moreno y Urquiza), donde nos detenemos ahora. Parados en la puerta del la “caja de zapatos amarilla”, como Cortázar solía llamar a la escuela, Mariana cuenta que el futuro escritor no disfrutó esa etapa. “El estudió del ’28 al ’35, pero no la pasó bien, la describe como una época muy difícil, no estaba de acuerdo con los planes de estudio. Después de muchos años escribió La escuela de noche, que es una queja al colegio”. En una de las paredes del Mariano Acosta hay un dibujo de un axolotl, realizado por los alumnos de la escuela de arte Rogelio Yrurtia “Es un bicho feo, un anfibio de miembros desarrollados de origen mexicano. Cortázar estaba obsesionado con observar el comportamiento detrás del vidrio del acuario parisino donde iba a verlo. Y como mucha de sus obsesiones, la traslada al axolotl”.

La parada siguiente es en el corazón de Palermo, en la Plaza Cortázar, que los domingos se transforma en una gran feria. Muy cerca, en la Honduras 4984, había una pensión donde el escritor pernoctaba eventualmente cuando vivía en Bolívar o Chivilcoy y venía por el fin de semana a la ciudad. “Julio decía que allá no había vida cultural, que le parecía un opio. La pasaba mal, se dedicaba sólo a leer y traducir. Y estaba triste de no poder caminar más tiempo en Buenos Aires”.

Cuando volvió de Chivilcoy se mudó a Mendoza, donde vivió dos años, para enseñar literatura francesa en la Universidad de Cuyo. Allá tomó contacto con las protestas estudiantiles y pasó unos días preso por participar de una revuelta. Fue en aquellos tiempos que comenzó a madurar la idea de viajar a Europa. Dos años después volvió a Buenos Aires, trabajó en la Cámara Argentina del Libro y en un estudio de traducción, hasta que consiguió una beca para ir a Francia.

Palermo fue la inspiración para escribir Familia de la calle Humboldt, publicado en Historias de cronopios y de famas (1962). “Los cronopios no son reales, son fantasiosos, pero él los reviste de reales. Son seres ligados a la bohemia, al arte. Los famas son seres imaginarios, más vinculados a la burguesía y a la política. La calle Borges, ex Serrano, es importante en los textos de Julio”, agrega Mariana en el minibús y pone play a un audio de Correos y telecomunicaciones, también incluido en Historias de cronopios y de famas. Y suena aquella voz grave que arrastra la letra R como sello de autor, como herencia de su infancia francófona.

La casa donde vivió el escritor en el Barrio Rawson, hoy eje del circuito literario cortazariano en Villa del Parque.

ÓMNIBUS Y RAYUELAS Camino a Villa del Parque, pasamos frente al cementerio de Chacarita y viene a cuento el texto Ómnibus, otro rasgo de paralelismo entre las historias personales y las ficciones del universo cortazariano, que narra los viajes en colectivo de una chica desde Villa del Parque al centro (el mismo que hacía él del centro al Mariano Acosta, cuando vivía en el Barrio Rawson). “Clara seguía furiosa con las chicas de adelante, que la miraban un rato largo y después al nuevo pasajero; hubo un momento, cuando el 168 empezaba su carrera pegado al paredón de Chacarita, en que todos los pasajeros estaban mirando al hombre y también a Clara, sólo que ya no la miraban directamente porque les interesaba más el recién llegado”.

Finalmente llegamos al Barrio Rawson, y nos detenemos en la calle Julio Cortázar. En una esquina está el bar Rayuela, y a media cuadra, frente a una plazoleta, la casa donde la familia Cortázar -su madre María, Julio y su hermana Memé- se mudó en 1934, para irse unos años después a Chivilcoy y luego a Bolívar. En la plaza hay varias rayuelas dibujadas en el piso, y un chico que salta entre los casilleros del cielo y la tierra. “El redactó muchos poemas con los climas del barrio –cuenta Mariana frente al edificio–. El barrio está habitado por gatos, con los que Julio tenía una relación muy particular. Vienen y te observan como si estuvieran escuchando”.

Vamos ahora hacia el Bar Cortázar, en Almagro, donde termina la ruta. Cruzamos el puente sobre la Avenida San Martín, que actualmente se llama Julio Cortázar. Y Mariana aprovecha para trazar otro puente, uno con París, el puntapié para profundizar en la novela más importante del escritor: Rayuela, publicada en 1963. “Él la llama antinovela, porque viene a criticar los postulados de una novela. Por eso, cuando salió causó una revolución. Pensaba que era un libro para su generación, que en ese momento tenía más de 40 años, pero el libro atrapó a los más jóvenes, porque no es solamente una historia de amor, de la Maga y el Porteño que se encuentran en París. Es también un catálogo musical, un disparador de diferentes artes. Hay discusiones interesantísimas. Todo eso es Rayuela, a mí me cambió la forma de mirar muchas cosas en muchos aspectos. Es el libro que me llevaría a una isla desierta”.

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En Buenos Aires sigue siendo un rito tomarse un café, mejor aún si es en homenaje a Julio Cortázar.
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