turismo

Domingo, 19 de junio de 2016

SAN JUAN > LA ESCéNICA RUTA NACIONAL 150

Del Triásico a los Andes

La RN 150, que terminó de conectarse en 2014, es ahora el eje de un circuito que une el Parque Nacional Talampaya, en La Rioja, con el norte de San Juan: travesía al Valle de la Luna, el Sillón del Gigante a través de un desvío, la extraña Cuesta del Viento y el cruce andino de Agua Negra entre glaciares de altura.

 Por Julián Varsavsky

En octubre de 2014 se inauguró una extensión de la RN 150 en la provincia de San Juan, luego de un trabajo de siete años excavando túneles y colocando puentes. A los efectos de un viajero, la obra unifica de manera cómoda y segura todo el norte de San Juan por un camino de montaña: antes, para ir desde Jáchal al Valle de la Luna –desde el centro-norte al este de la provincia– había que hacer un largo rodeo por Villa Unión, en La Rioja. Ahora, al unificarse los dos segmentos de la antigua RN 150 que estaban inconexos, se atraviesa transversalmente todo el norte sanjuanino desde Ischigualasto hasta el cruce internacional a Chile Agua Negra, separados por 389 kilómetros. Y la gracia de todo esto, además de la conexión, son los paisajes que se ven en el camino.

Caracoleos en pendiente de la RN 150, ahora eje de un circuito que une Talampaya, en La Rioja, con el norte de San Juan.

RUMBO AL TRIASICO Partimos al alba desde Villa Unión –luego de visitar el Parque Nacional Talampaya el día anterior– hacia el pueblo también riojano de Patquía para recorrer el Parque Provincial El Chiflón, donde nace la RN 150. Desde La Rioja entramos a San Juan por el noreste hasta el Parque Provincial Ischigualasto (o Valle de la Luna), un tramo de 75 kilómetros. A media mañana hacemos el tour clásico, en caravana de autos por el parque, con un guía al frente.

En la “cancha de bochas” aparecen unas piedras llamadas concreciones, desparramadas en el suelo. Cuesta creer que una serie de rocas esféricas tan perfectas hayan sido talladas por la naturaleza y acumuladas en un mismo lugar: pero así fue. Existen varias teorías y la más aceptada afirma que comenzaron siendo un núcleo rocoso con un campo magnético en el fondo del mar, al que se le fueron adhiriendo sedimentos con hierro (las corrientes de agua las habrían redondeado). Se formaron hace 228 millones de años y su forma las hizo rodar hasta el final de una suave pendiente.

Continuamos la recorrida por las estaciones El Submarino, que el año pasado el año perdió uno de sus famosos periscopios de sedimento, y el enigmático Hongo, para terminar almorzando en el restaurante del parque.

Al bajar la comida, tras visitar el museo de sitio para ver restos petrificados de dinosaurio, hacemos un trekking al cerro Morado en el sector sudeste del parque. Contratamos un guía y al mirar hacia arriba deducimos que este afloramiento rocoso fue alguna vez un volcán: está coronado con pura roca basáltica, lava enfriada color morado.

La caminata mide diez kilómetros ida y vuelta y tardamos tres horas en total, subiendo desde los 1350 hasta los 1800 msnm. Al principio todo es relax y contemplación de cardones en blanca flor. En el último tramo el esfuerzo es grande pero la panorámica en la cima compensa.

Desde un balcón natural vemos completo el Valle de la Luna, algo imposible en la excursión tradicional. A la derecha están las Barrancas Coloradas y a la izquierda la característica geológica principal del valle: una serie de capas sedimentarias del Triásico superpuestas, que brotaron de lo profundo de la tierra al surgir los Andes, para derramarse como un mazo de cartas. En la lejanía distinguimos las líneas de fuga de las rutas de asfalto, las sierras de Valle Fértil y los paredones gigantes del Parque Nacional Talampaya, parte de la misma cuenca triásica del Valle de la Luna declarada Patrimonio Natural de la Humanidad por Unesco.

La paleta multicolor de la Cuesta de Huaco y su mirador hacia una sucesión montañosa con los minerales a flor de tierra.

HACIA LOS ANDES De regreso en la RN 150 recorremos el tramo nuevo atravesando los primeros de sus siete túneles que agujerean montañas completas. Al salir del quinto nos detenemos en uno de los miradores más impactantes de esta ruta escénica.

Cien kilómetros más adelante nos desviamos un breve trecho hasta Huaco, un pintoresco pueblito donde vamos hasta el dique Los Cauquenes. Si tuviéramos más tiempo iríamos el Área Natural Protegida La Ciénaga, una suerte de oasis en el desierto y un santuario de aves que atrae a los fanáticos del birdwatching, donde hay también huellas fosilizadas de dinosaurios, además de vestigios de las culturas originarias.

Pero optamos por volver a la RN 150 y de inmediato desviarnos de ella otra vez para atravesar la Cuesta de Huaco por la RP 49. Al rato aparece la extraña formación geológica Sillón del Gigante, hasta que llegamos al imponente Mirador de la Cuesta, desde donde se ve una sucesión de cordones de montaña con los minerales a flor de tierra, mutando en degradé desde el morado al verde claro, pasando por distintos tonos de amarillo, rojo, gris y naranja. Y a un costado caracolea el río Huaco con una hilera de frondosa vegetación en cada orilla.

El pavimento es bueno pero en ciertos lugares la pendiente es pronunciada y el camino se estrecha: vamos tocando bocina en cada curva por si viene alguien de frente. Al final de la cuesta –20 kilómetros en total– aparece otra vez la RN 150: la retomamos unos kilómetros más delante de donde la habíamos dejado. Seguimos viaje hacia el pueblo San José de Jáchal, donde visitamos dos molinos harineros hidráulicos de más de 100 años, hoy restaurados y en funcionamiento. Finalmente, luego de recorrer 45 kilómetros más por la RN 150, nos instalamos en el pueblo de Rodeo a pasar la noche.

Al día siguiente continuamos viaje hacia la extraña Cuesta del Viento. Cualquier viajero un poco desorientado podría llegar aquí y pensar que está frente al famoso Valle de la Luna inundado por un gran diluvio: pero se trata de un ventoso lago artificial originado de la construcción de un dique, que por un azar de la intervención humana conformó uno de los paisajes más sorprendentes del país.

Desde la ruta el espejo el agua se ve de repente con la inmensidad radiante de un valle que combina la aridez de un paisaje lunar con la transparencia de aguas caribeñas. Dentro del lago, rodeado por montañas de 5000 metros, sobresalen peñones solitarios cuyos rectos paredones tienen algo de fortaleza sumergida. Algunos son helicoidales y de lejos pareciera que una Atlántida en ruinas asoma apenas en las aguas. Al fondo del paisaje, rojizos vendavales de arena se elevan en remolinos hasta el cielo.

Las aguas amanecen cada día planchadas y sirven para paseos en kayak entre las extrañas formaciones que afloran de las profundidades. Pero pasadas las 13:00 horas se desata cada día un vendaval que casi no se detiene hasta la noche, de allí el nombre de Cuesta del Viento: es por el efecto Venturi –o embudo– producido por los cerros, que hacen pasar aire a presión alcanzando los 110 km/h. Entonces todos guardan los kayaks y salen a surcar el oleaje con las técnicas del windsurf y el kitesurf (en Rodeo se alquilan equipos y hay escuelas de las tres disciplinas).

En la zona se hacen cabalgatas y trekking. Pero optamos por una bajada de rafting en el río Jáchal. Esta aventura en gomón comienza cerca de las compuertas del dique Cuesta del Viento, donde un estrecho cañón de seis metros de ancho con paredones de 25 metros de alto diseña uno de los ambientes más insólitos del país para esta actividad. El Jáchal es un río ciclotímico que por momentos explota de furia en concéntricos remolinos y al instante se apacigua en felices remansos.

El PASO A CHILE Seguimos viaje –siempre hacia el oeste– por la RN 150 buscando el paso internacional Agua Negra hacia Chile. La ruta trepa Los Andes ya sin vegetación: no queda indicio alguno de vida sobre la Tierra. El horizonte visual se agranda a medida que perdemos la noción del espacio, hasta que aparece mil metros más abajo un puntito negro avanzando sobre cuatro ruedas por la ruta.

La aridez deja al descubierto un abanico multicolor de minerales amarillentos, verdosos, rojizos, violetas, ocres y anaranjados, cubiertos por manchones de nieve. Además aparecen los glaciares de altura. Dos kilómetros antes del cruce a Chile nos encandila un brillo blanquecino detrás de una curva. A simple vista parece un glaciar que llega hasta el borde de la ruta, pero se trata de una serie de penitentes, esa extraña formación de hielo que surge por la acción combinada del sol y el viento, a partir de grandes acumulaciones de nieve en los terrenos áridos. Detenemos la machar para tocarlos y caminar por su laberinto blanco: son más grandes de lo que parecían y forman una compacta pared de 200 metros de largo con hielos de cuatro metros de altura.

La ruta trepa hasta los 4770 metros, donde un mojón señala el límite con Chile, marcando también el fin de la RN 150. Allí se puede seguir hacia tierras chilenas o regresar a la ciudad de San Juan. Casi al borde de la ruta se levanta el escarpado pico San Lorenzo con sus descomunales 5600 metros de altura, muy bien disimulados por su cercanía con los demás gigantes.

El dique Cuesta del Viento –un lago artificial causado por una obra de ingeniería- parece el Valle de la Luna inundado. Foto: Julián Varsavsy

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El Hongo milenario del Parque Nacional Ischigualasto, una obra maestra de la erosión.
Imagen: Leandro Teyssire
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