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Domingo, 4 de septiembre de 2016

MEXICO > PASEO EN UN PUEBLO MáGICO

La luna de Tepoztlán

Los colores coloniales y los intensos sabores locales se lucen en este tradicional poblado cercano a la capital mexicana que, además de magia, tiene música, animación, helados y arqueología. Una caminata por el cerro y unas cuantas noches de fiesta, con la alegría del tequila y el pulque.

 Por Sebastián Ortega

“Pruebe la deliciosa comida prehispánica vegetariana”, ofrece una mujer de rasgos aindiados. Inclinada sobre un mostrador exhibe siete tipos de tlaltequeadas, unas pequeñas tortillas de vegetales y semillas para acompañar con arroz y frijoles. En los márgenes del paseo peatonal de Tepoztlán, un pequeño pueblo colonial del estado mexicano de Morelos, una anciana con vestido de colores vende elotes (choclos) condimentados con mayonesa, queso rallado, limón y chile picante. Más allá hay puestos de flores, helados, frutas, verduras, pescado y aguas de sabores tropicales como jamaica, mango y piña. En el centro del zócalo (como llaman los mexicanos a la plaza principal), grupos de adolescentes con uniformes escolares conversan mientras tres chicos saltan en skate y unos niños juegan a las escondidas.

VALLE Y PULQUE Tepoztlán –cuyo nombre significa “lugar del hacha de cobre” en náhuatl– es el lugar ideal para escapar por unos días del ruido, el tráfico y el smog de la capital azteca. Recostado sobre un valle verde, rodeado de formaciones de roca volcánica, es uno de los 83 “pueblos mágicos” establecidos por la Secretaría de Turismo mexicana. Esta localidad de paisajes serranos y clima templado, a sólo una hora de Ciudad de México, es famosa por el pulque, una bebida alcohólica espesa de color blanco, sus exóticas nieves (helados), los rituales de temascal (una ceremonia ancestral de limpieza y purificación) y las ruinas arqueológicas del Tepozteco.

Desde la capital azteca, el viaje comienza en la Terminal del Sur, junto a la estación de metro Taxqueña. Al bajar del autobús sobre la ruta, en el ingreso a Tepoztlán, una pequeña combi traslada a los visitantes por las calles de piedra hasta el zócalo, epicentro de la vida social del lugar. Ahí se reúnen los adolescentes al salir del colegio y las parejitas de escolares conversan y se besan bajo las galerías de flores naranjas y violetas. Grupos de obreros, con overol y casco, descansan recostados sobre los bancos de cemento. Los hombres más viejos del pueblo, con sus típicos sombreros mexicanos, también respiran un poco de aire fresco y aprovechan la sombra de los árboles. Bordeando el zócalo, los puestos del mercado ofrecen desde comidas típicas y artesanías hasta plantas, películas, ropa, herramientas de trabajo y artículos de electrónica.

En las calles laterales hay un puñado de locales de Tepoznieves, las famosas heladerías en las que se pueden probar sabores exóticos, que van desde el arroz o el café con leche hasta una decena de nieves con alcohol (ginebra, vino y mescal), pasando por los picantes, como el pepino con chile o el chamoy, y los clásicos de frutas tropicales al agua.

A doscientos metros del zócalo se levanta el ex Convento de la Natividad, que data del siglo XVI. Fue construido por los indios tepoztecos bajo las órdenes de los frailes dominicos con piedras talladas unidas con mortero de cal, arena y aglutinantes vegetales. En la fachada hay una imagen de la Virgen del Rosario acompañada de ángeles y santos. En el interior aún se conservan fragmentos de pinturas murales. Subiendo las escaleras se llega al Museo de la Natividad, dedicado a la historia y la cultura de los pueblos de la región.

Para los amantes del arte indígena, las guías turísticas recomiendan la visita al Museo de Arte Prehispánico, donde se puede apreciar una colección de piezas de las culturas olmeca, maya, zapoteca y totonaca donada por el poeta y antropólogo Carlos Pellicer, quien vivió varios años en la ciudad.

EL TEPOZTECO Desde la plaza principal se alcanza a ver el cerro Tepozteco y sobre su falda las ruinas de la pirámide-templo de nueve metros y medio de altura, construida entre el 1150 y 1350 d.C. en honor a Ometochtli Tepoztécatl, antiguo dios de la fertilidad y las cosechas.

La caminata de dos kilómetros por la ladera del cerro, a través de una empinada escalera de piedras, dura poco más de 45 minutos. La travesía puede extenderse si el visitante se detiene a contemplar el paisaje. Los lugareños aconsejan llevar abundante agua y salir bien temprano para esquivar las altas temperaturas del mediodía. El ingreso al sitio arqueológico cuesta 50 pesos mexicanos, alrededor de tres dólares. El lugar ofrece una vista panorámica del pueblo, que con sus callecitas de piedra, iglesias y casas bajas de estilo colonial alcanza a cubrir todo el valle.

LUNA DE TEPOZTLAN Era la noche como un suave infierno / de diablos borrachos cantando a la luna de Tepoztlán. / Bajo el santuario de un árbol de estrellas / brotaban corridos de amores quemados bajo el volcán. En una fiesta en este pueblo mágico de Morelos, el cantautor español Luis Eduardo Aute conoció a la actriz mexicana Katy Jurado, a quien admiraba desde niño. El festejo se extendió, entre tequilas y guitarras, hasta bien entrada la madrugada. “Al final nos quedamos unos cuantos bebiendo y cantando en el jardín, bajo un árbol. De pronto apareció Katy Jurado para despedirse, pero decidió quedarse cinco minutos más. Nos habló de su vida, cantó para nosotros. Y de aquello escribí una canción”, recordó el músico en una entrevista.

La luna que enamoró a Aute también deslumbra a los visitantes que pasean de noche por las silenciosas calles de piedra, de taberna en taberna, apenas iluminados por el reflejo lunar. Sobre la avenida principal, los restaurantes ofrecen platos prehispánicos, como los itacates (tortillas gruesas con masa de manteca y queso), los tlacoyos (tortillas angostas rellenas con frijoles) y otros típicos mexicanos, como los tamales, las quesadillas y el delicioso mole poblano, una salsa espesa que incluye alrededor de 20 ingredientes y se acompaña con carne o pollo, frijoles y arroz.

“En Tepoztlán se sirve el mole más rico del país”, explica Federico, un joven mexicano hijo de argentinos que vive en la capital y suele aprovechar algunos fines de semana para visitar este pueblo. Además de ser músico y sonidista de cine, Federico es un chef experto en platos típicos locales y conocedor de los lugares donde mejor se prepara cada uno de ellos. Para comer mole Federico recomienda el Axitla, ubicado al final de la Avenida del Tepozteco, casi sobre la falda del cerro.

FIESTAS Y TRADICIONES Cada 7 y 8 de septiembre, el pueblo celebra El reto del Tepozteco, una festividad que representa el sincretismo entre las creencias prehispánicas y cristianas. Según la leyenda, Tepoztécatl –señor de Tepoztlán– se transformó al cristianismo con la llegada de los conquistadores españoles. El Fray Domingo de la Anunciación lo bautizó en las aguas del Axitla el 8 de septiembre de 1532. Los demás señores de la región acusaron la traición y desafiaron a Tepoztécatl en la falda del cerro, donde –según la leyenda– el Señor de Tepoztlán los convenció para que ellos también se convirtieran al cristianismo.

En conmemoración del bautismo y el reto, cada 7 de septiembre los habitantes del pueblo realizan una procesión nocturna al cerro. Al día siguiente se realiza una celebración en el zócalo, donde se elige al representante del rey Tepozteco.

Otra de las fiestas tradicionales es el carnaval, que comienza cuatro días antes del miércoles de ceniza, con el brinco del Chinelo: los niños se visten con trajes negros de bordes blancos, sombrero de plumas y flecos, guantes blancos y máscara de seda y bailan y saltan en grupos durante horas como si fueran marionetas. Al día siguiente, las comparsas parten de los barrios. Avanzan bailando al ritmo de la percusión, con banderas con animales bordados representativos de cada barrio (hormiga, sapo, lagartija, cacomiztle). El destino final es la plaza central, donde una multitud los recibe entre platos típicos, pulque, tequila y cerveza.

¡ZAPATA VIVE! Bajando por la avenida principal, un mural de trazos modernos recuerda a Emiliano Zapata: el héroe de la revolución posa de espalda a las montañas, con su clásico pañuelo al cuello y el bigote negro y tupido. Lo rodean un gallo en pie de guerra y el esqueleto de un animal. Dos frases completan la obra: “Tepoztlán despierta” y “No a la ampliación de la autopista”, un mensaje en repudio al proyecto del gobierno federal al que parte de los ciudadanos se opone por considerar que provocaría daños irreversibles en el ambiente.

La figura de Zapata tiene una especial importancia en la región. El “Caudillo del sur”, impulsor de las luchas indígenas, campesinas y obreras, nació en 1879 en el pueblo de Anenecuilco, a unos 39 kilómetros de Tepoztlán, y murió 39 años después en Chinameca, también en el estado de Morelos.

Hace algunos años el turismo local desarrolló la Ruta de Zapata. El circuito se inicia en Cuautla, a 40 minutos de Tepoztlán, donde descansan los restos del líder campesino. Atraviesa las ciudades en las que nació y murió y finaliza en el Museo de la Revolución del Sur, en Tlaltizapán, donde funcionó el cuartel general del caudillo.

Las calles de Tepoztlán, el lugar ideal para no alejarse mucho de Ciudad de México, pero escapar igual al ruido y el tránsito.

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Símbolos. La resistencia campesina de Emiliano Zapata asoma desde un mural.
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