turismo

Domingo, 11 de septiembre de 2016

SALTA > CIERRE DE LOS HOMENAJES A LA MADRE TIERRA

La puna y la pacha

 Por Guido Piotrkowski

Fotos de Guido Piotrkowski

La puna es un territorio áspero, hostil, donde todo es extremo. Comenzando por el paisaje, una geografía con cerros de color ocre, rojos o amarillos; en forma de conos, pirámides o triángulos cincelados por el ímpetu de la naturaleza, que acá se manifiesta, por supuesto, en extremo. Cerros cargados de minerales, volcanes dormidos y sagrados como el Llullaillaco, donde se hallaron las momias de tres niños incas a más de seis mil metros de altura. Cerros que constituyen algunas de las montañas más altas de la Cordillera de los Andes, que cambian de color por efecto del sol, también extremo. Igual que el viento, que de pronto se levanta con fuerza inusitada esta tarde del 31 de agosto en el Cerro Sagrado del pueblo de Tolar Grande, donde llegamos desde la capital salteña, luego de ocho horas de viaje, para participar del cierre de la Fiesta Nacional de la Pachamama.

SALARES Y ALREDEDOR En Tolar Grande hay escuela primaria y secundaria. Los pobladores trabajan en el municipio, en la exploración minera, en el ferrocarril –que lleva minerales rumbo al puerto de Antofagasta, en Chile– y desde hace un tiempo el turismo, en pleno desarrollo, también es un medio de vida.

Para recorrer la zona se necesitan, al menos, un par de días. Uno de los atractivos principales es el imponente Cono de Arita, una pirámide perfecta en medio del salar de Arizaro, un sitio sagrado que pudo ser un centro ceremonial inca. Cerca del pueblo están el Arenal y la Cueva del Oso, una serie de dunas y geoformas desde donde se obtiene una de las mejores panorámicas de la Cordillera de los Andes. También se puede visitar por aquí la laguna Santa María, al pie del volcán Incahuasi; ascender el volcán Socompa, uno de los gigantes de la cordillera; y escalar el mítico Llullaillaco.

La Red Lickan es un emprendimiento de turismo rural comunitario del que participa una veintena de familias locales, avalado por el ministerio de Cultura y Turismo de la provincia. Marina Delponti es la técnica territorial que colabora con los habitantes de Tolar en la conformación del proyecto. “Es un emprendimiento asociativo conformado por distintos miembros: guías de montaña, guías locales, guías jóvenes y familias con servicio de alojamiento. Son ellos quienes deciden qué tipo de circuito se abre, qué tipo de historia se comparte, qué atractivos se visitan, qué historias se cuentan para compartir con los visitantes su cultura, sus paisajes, su cosmovisión. Las decisiones se toman de manera consensuada y los beneficios son colectivos”.

PACHAMAMA Agosto es el mes en que se prepara la tierra para la siembra. Para los pueblos originarios del cordón andino, agosto es sagrado. Durante todo el mes se suceden las ofrendas, íntimas, familiares, barriales, multitudinarias. En el patio de la casa, a la vera de un camino, en lo alto de un cerro. En Salta, la fiesta abre oficialmente el primer sábado del mes en San Antonio de los Cobres, el pueblo más grande en la región de la puna, y cierra el 31 en este rincón de 300 habitantes, enclavado en el corazón del desierto, el último paraje antes de la frontera con Chile.

En Tolar nos recibe Hugo “Pichu” Peyret, director de Turismo de la localidad, quien nos invita a pasar al comedor municipal, donde están preparando un escenario para la noche en el que habrá una fiesta de cierre con la actuación de grupos folklóricos. A las cuatro de la tarde, los pobladores y un puñado de turistas ascienden al Cerro Sagrado, donde está situado el pugio (el hoyo donde todos los años se le da de comer a la Madre Tierra).

Mientras aguardamos que suban los referentes de la comunidad kolla conversamos con Miguel Siares, el cacique de la comunidad kolla de San Antonio de los Cobres. “Hoy es un día especial, venimos hacer la ceremonia del convido en agradecimiento a todo lo que nos da la pachita durante todo el año: la coca, los cigarros, el alcohol, la chicha, que es la bebida predilecta, y la tijtincha, una comida especial que se hace en agradecimiento”. La tijtincha está hecha en base a las menudencias de la llama o la oveja. Se deja secar durante todo el año y se cuece durante el día previo a la celebración, según indica Siares. “Si la chicha es la bebida predilecta, la tijtincha es la comida predilecta. A la Pacha le agradecemos por todo lo que nos ha abrigado durante el año. Pedimos que haiga lluvia para que nuestras ovejas y llamas puedan tener el pasto, y así poder tener la comida para nuestros hijos”, concluye Siares, hombre de piel curtida, ajada por el sol y el viento, como todos los puneños.

Ahora sí, sube la pequeña columna de la comunidad kolla, encabezada por el cacique local Flavio Quipildor, quien trae en sus manos un cuenco con la chacha –el yuyo que se utiliza para sahumar a manera de protección durante toda la ceremonia– humeando, a pesar del viento. El resto carga con las ofrendas que serán dispuestas alrededor del hoyo. Hay cuencos rebosantes de alimento para la Pacha: choclo, habas, empanadas, dulces, cigarros, vino, agua... Por supuesto hay coca, la hoja sagrada. “Que nunca falte la coquita”, suelen decir por acá. Sin coca no hay ceremonia. Sin coca la vida sería mucho más dura en la puna.

Una vez en el cerro, ambos caciques se arrodillan alrededor del hoyo, y clavan un cuchillo a un lado del pozo, el otro elemento protector, que sirve para ahuyentar las malas energías que puedan aparecer al remover la tierra y sacar los restos del año pasado. Una vez que el hoyo está limpio comienza la ceremonia, que se realiza siempre mirando hacia el este y, ahora que es de tarde, de espaldas al sol, que ya comienza a bajar.

Juana Gutierrez es la encargada de repartir el té de limpieza, hervido con siete yuyos medicinales de las zona, y que se sirve para preparar y limpiar el cuerpo durante el ritual. La mujer, bajita y arrugada, se pasea por el cerro ofreciendo el brebaje a todo el mundo. Ahora sí es tiempo de ofrendar, y el primero será el cacique Quipildor; luego seguirán los integrantes de la comunidad kolla, los pobladores y los visitantes. El rito se hace de a dos, en representación de la dualidad, de los opuestos complementarios, que simbolizan equilibrio y armonía. Así las parejas se arrodillan e inclinan ante el pozo, y piden permiso a la Pacha. Luego se vierte un poco de alcohol, le sigue la coca, se encienden cigarrillos (dos si la persona está en pareja), y se los coloca en el montículo de tierra para que fume la Pacha, a quien enseguida se le da de beber alcohol, y luego la comida. Para cerrar hay que agradecer, con ambas manos sobre el hoyo y salir siempre hacia la derecha, donde una mujer entrega el yoki, una pulserita hilada hacia la izquierda, y que se pone en la mano derecha, un elemento protector que deberá caerse solo. Si perdura hasta el año que viene, se cambiará en la próxima ofrenda.

También se inclina ante las fauces de la pacha el intendente local, Sergio Villanueva, quien le agradece especialmente, por haberse recuperado de un problema de salud reciente. Cuando termina de ofrendar, cuenta que el cierre se hace acá desde hace 14 años. “Durante todo agosto, y en especial los fines de semana, se hacen ceremonias. El 31 culminamos en el Cerro Sagrado. Esperamos el ultimo día para agradecer acá, y es la única vez que subimos. Es un lugar muy místico, de mucha energía”.

El viento azota el cerro desde donde se ve la Cordillera y el Macón, otro de los cerros sagrados de la región. También se avistan el volcán Llullaillaco y el Arizaro. El sol va cayendo tras los cerros de este paisaje cuasi lunar, y los presentes pasan en fila, en una ceremonia que se prolongará hasta las diez de la noche, cuando se cierra el pugio y comienza la otra fiesta, el jolgorio, el banquete y el show folklórico que terminará bien entrada la madrugada.

Al regresar, en el camino a Salta se impone una parada en los Ojos del Salar, una serie de lagunas color turquesa situadas a cinco kilómetros. “Son formaciones naturales de agua de origen dulce, que por el contacto con la sal, se convierte en agua cuatro veces mas salada que la del mar”, explica Pichu Peyret, el director de Turismo. “Estamos en la Reserva Provincial de los Andes, que está dentro de las cinco reservas mas grandes del país. Es una reserva compleja, porque acá conviven la presencia de comunidades, la minería, la ganadería, el turismo y la conservación de especies”.

Así volvemos a la ruta, a transitar por este camino alucinante de salares y cerros milenarios, por las áridas sendas de la puna. Poco después nos detenemos en las Siete Curvas, una de las postales de esta ruta, un mirador con vista panorámica a una sucesión de cerros y geoformas conicas, triangulares, piramidales. Un paisaje de otro mundo. Un típico paisaje norteño. Tan lejos, tan cerca.

Vista de uno de los Ojos de Mar, espejos de agua salinos cerca del pueblo puneño

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Flavio Quipildor, cacique de la comunidad kolla de Tolar Grande, encabeza la pequeña columna que asciende al Cerro Sagrado.
 
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