turismo

Domingo, 29 de febrero de 2004

SUIZA EN ZURICH, TURISMO Y RIQUEZA

Corazón germánico

Zurich es la capital económica suiza, y uno de los grandes centros financieros mundiales. Clásica, moderna e impecable, la ciudad, cuyo idioma es el alemán, impresiona por la concentración de riqueza. Su encanto turístico va a la par, gracias a su larga historia y bella arquitectura.

 Por Graciela Cutuli

 

Suiza es como un rompecabezas perfecto. Más de 20 cantones, dos confesiones religiosas y cuatro idiomas conviven armoniosamente en uno de los modelos de democracia más avanzados del mundo que, desde el corazón de los Alpes, sabe cómo exportar la presencia suiza a todos los puntos cardinales. Basta pensar en las grandes industrias de alimentos y medicamentos que llevan la bandera roja de cruz blanca, o en delicias más cotidianas como los quesos o el chocolate. Los suizos son discretos, de modo que a veces al oírlos se los toma por franceses o alemanes, pero poseen unas increíbles dotes de puntualidad, organización y perfeccionismo (sobre todo vistos desde el mundo latino) que no se encuentran en sus países vecinos, y que les ponen a todos sus productos un inconfundible sello de calidad. La industria turística es una de las principales del país: se podría decir que el turismo nació realmente en Suiza, durante el siglo XIX, cuando las familias aristocráticas europeas viajaban a los Alpes en busca de aire puro y baños termales. Hoy día, un museo de Zurich traza los principales pasos de la historia de la industria turística y hotelera, una de las grandes “riquezas sin chimenea” de la economía suiza. Pasaron dos siglos, y las pautas de calidad y servicios no hicieron sino aumentar. Y si Suiza era entonces un destino para pocos, dos siglos más tarde es uno de los puntos más apreciados de Europa tanto para quienes viajan por negocios como para quienes prefieren el turismo activo, de salud o histórico.

REINA ALEMANA. Por todos estos motivos, Zurich es uno de los principales centros turísticos. Es a la vez la capital económica de Suiza, y el corazón cultural de la Suiza germánica, tradicional rival de Ginebra, la otra “capital”, donde se habla francés. En el medio, la discreta Berna goza de la tranquilidad de su estatuto de capital política y administrativa. Clásica y moderna a la vez, impecable por donde se la mire, Zurich impresiona por la concentración de riqueza: todo el lujo del mundo parece sumarse en la céntrica Bahnhofstrasse, donde un banco sigue al otro, y una casa de moda sigue a la otra, donde brillan los relojes de mecanismos perfectos y todas las joyas imaginables esperan cumplir los sueños de los magnates del mundo. Para simplificarlo, en el gran Monopoly del mundo, la Bahnhofstrasse sería la tarjeta más cara del juego...
Esta ciudad donde se encuentran también juguetes increíbles (sobre todo bellas réplicas de los juguetes de antaño, autos de hojalata, trompos de madera, muñecas a la antigua) fue elegida a lo largo de los siglos como lugar de residencia por artistas, escritores e investigadores que apreciaron su ambiente estable y favorable a la cultura. Thomas Mann pasó en Zurich los últimos años de su vida, donde tiempo antes se había establecido, y Rosa Luxemburgo trabajó como periodista, iniciándose en política. En la Universidad de Zurich estudió Wilhem Conrad Roentgen, el científico alemán que pasó a la historia por el descubrimiento de los rayos X, y ejerció su profesión el pedagogo Jean Piaget. A un personaje menos conocido, el alcalde de Zurich Heinrich Escher, se le debe la gran difusión del chocolate en Suiza: durante un viaje a Bruselas, en 1697, Escher probó la infusión dulce a base del cacao llevado de América a Europa y regresó con noticias sobre su exquisito sabor. Un pequeño viaje que trajo grandes negocios, como siempre en Suiza.
En ese entonces, Zurich no era más que un pueblo: basta pensar que a principios del 1800 tenía apenas 17 mil habitantes. El siglo XIX le trajo crecimiento y progreso, y aunque tuvo que resignar a manos de Berna el rango de capital federal, fue elegida como sede de la Escuela Politécnica, lo que desde entonces le dio gran proyección en el campo de las ciencias y la investigación. A mediados del siglo XX, Zurich volvería a dar que hablar: es curiosamente en esta ciudad, modelo de organización, donde nace el iconoclasta movimiento dadaísta. Una placa recuerda todavía, en la Spiegelgasse 1, que allí se inauguró el 5 de febrero de 1916 el Cabaret Voltaire, donde se reunían Tristan Tzara, Jean Arp, Sophie Tauber y otrosartistas deseosos de crear un arte nuevo y original, una vanguardia capaz de responder y terminar con los cánones del arte de su tiempo. Así nació el “dadá”, proyectado luego de Suiza al resto de Europa, y una de las fuentes del surrealismo, que en el convulsionado siglo XX prefirió refugiarse en el mundo de los sueños y el subconsciente.

DE PASEO EN ZURICH. Tanto como hermosa, Zurich es de un estándar económico muy alto. Cara, en otras palabras: de modo que hay que salir dispuesto a evitar tentaciones, o bien con la billetera preparada con suficientes francos suizos (vale recordar que Suiza, que hace muy poco adhirió a las Naciones Unidas, no es miembro de la Unión Europea ni adoptó el euro). Como es de imaginar, se trata del mejor lugar para la existencia de un “Museo del Dinero” (MoneyMuseum), fundado por un auténtico experto en el tema, el coleccionista y ex asesor de inversiones Jürg Conzett. El museo es bastante particular: en lugar de presentar tradicionales colecciones de monedas antiguas, invita a los visitantes a preguntarse por su relación actual con el dinero y su posible evolución, además de presentar otros objetos, grabaciones de radio y películas, siempre relacionadas con su tema central.
Los paseos más lindos de Zurich están a las orillas del Limmat y el lago de Zurich (Zurichsee), resplandecientes de flores y árboles que perfuman agradablemente el ambiente. Las aguas son el reino de los veleros y de las embarcaciones a motor, que salen y llegan continuamente a los distintos embarcaderos, e invitan al turista a conocer los paisajes de la ciudad también desde el agua. Cuando el sol asoma entre las montañas, el paseo a orillas del Limmat –el Limmatquai– se vuelve un cuadro perfecto de romanticismo, y no se puede sino caminar tarareando la canción de uno de los músicos suizos más populares en toda Europa, Stephan Eicher: Les filles du Limmatquai (Las chicas del Limmatquai).
A medida que se sigue hacia el Mythenquai, las vistas sobre el Zurichsee y los Alpes se hacen cada vez más abiertas y dejan ver el bellísimo panorama de la ciudad, extendida majestuosa a orillas del agua. Los campanarios y las fachadas históricas se reflejan en el agua. Los principales son los de la iglesia Fraumünster (famosa por sus vitreaux de Marc Chagall), la Grossmünster (sus “torres gemelas”, dos campanarios gemelos, son el distintivo de la ciudad) y la iglesia dedicada a San Pedro, que se enorgullece de tener el mayor reloj de campanario del mundo.
El viejo centro de Zurich, sin embargo, no sólo tiene iglesias para mostrar. Desde sus calles exclusivamente reservadas a los peatones, se pueden apreciar fachadas de varios siglos de antigüedad.
La ciudad en sí es mucho más antigua: sus orígenes se remontan a una vieja colonia romana, a orillas del lago. Se ven todavía algunos vestigios de paredes y monumentos, como en Lindenhof, un parque donde se conservaron restos de murallas. Esta historia se puede apreciar en el Museo Nacional Suizo, que presenta colecciones de objetos de culturas prehistóricas y algunas de las ruedas más antiguas que se hayan encontrado.
Hay que ver también la Opera de la Ciudad (inaugurada en 1891), no tan famosa como la Scala o la Opera de Viena, pero también considerada por los músicos como una de las más importantes de Europa. El observatorio Urania es también una linda experiencia, no sólo por la arquitectura del edificio con su llamativa torre de observación sino también por sus actividades y presentaciones.
Finalmente, no hay que irse de Zurich sin pasar por Ütliberg. Se trata de “la montaña” de Zurich. En realidad culmina a unos 871 modestos metros de altura, pero ofrece una vista sin igual sobre la ciudad, el lago y los Alpes. Se llega por una pequeña ruta, o mejor aún por ferrocarril. Desde la estación, se camina en la cumbre parquizada hasta llegar al punto panorámico. El lugar está adornado por esculturas de extraños animales de cemento pintados de colores vivos, que hacen más placentera todavía la sorpresa de descubrir este lugar. Basta que un rayo de sol salga paracompletar la delicia del paseo, poniendo colores sobre los techos de Zurich, purificando los azules del lago y poniendo más verdes en las faldas de las montañas. Desde allí arriba viene a la mente otra canción suiza, casi un himno: Là-haut sur la montagne (Ahí arriba sobre la montaña), una especie de cuadro de la Suiza ideal e idílica que Heidi ayudó a difundir en todo el mundo. Mientras tanto, abajo, está la Suiza moderna y actual, la Suiza pujante y dinámica, un torbellino de empresas tecnológicas, de eventos culturales y de salidas nocturnas. Un último dato, para decidirse: a pesar de no pasar del millón de habitantes, Zurich ofrece más de 50 museos, 100 galerías de arte y más de 1700 restaurantes, desde la cocina suiza más típicamente regional hasta la más exótica.

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1. Traje típico y cerveza. La impronta alemana en muchos festejos. / 2. Las famosas “torres gemelas” de Zurich, los campanarios del Grossmünster.
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