turismo

Domingo, 2 de mayo de 2004

SAN LUIS UNA EXCURSIóN DESDE MERLO

Al Paso del Tigre

Un itinerario por la Sierra de los Comechingones hacia la cascada Salto Paso del Tigre, pasando por fantasmales pueblos mineros. En las mesetas de las sierras, viven los “cumbreros”, gente sencilla dedicada a la cría de animales, que hoy reciben con amable hospitalidad a los turistas que van hacia el salto de agua.

Texto: Maria Amalia Garcia
Fotos: Pablo Aharonian

El camino abierto hace muchísimos años se inicia a unos 1100 metros sobre el nivel del mar y serpentea hacia una cantera de cal llamada Camino del Mirador o Filo de las Sierras. Poco a poco aparecen terrazas con amplias vistas del Valle de Conlara. Piedras esparcidas al azar perfectamente talladas por la erosión se transforman en pircas, corrales y térmicas viviendas que protegen a los cumbreños de los vientos y el calor. Subiendo entre tabaquillos y yuyos cuya esencia se utiliza para elaborar perfumes, el camino llevará hasta la cumbre del Cerro Calahuala. Lejos quedará el Cerro Aspero, un poblado escondido que explotaba el tungsteno y al que se llega caminando durante unas dos horas. Atrás también quedarán otros fantasmales pueblos mineros abandonados como Mina de los Cóndores y, más al sur, la Mina de San Basilio.

En el puesto de Don Albornoz El camión de Toni Ibáñez descubre el encanto de los parajes y entre senderos de piedra zigzagueados por colas de quirquincho y muña muña, otro yuyo del lugar, se llega a la casa de piedra, barro y paja de don Tono Albornoz. En los corrales, los chivitos, las gallinas, los corderos, los chanchos, las vacas, las cabras y los caballos alertan sobre la llegada de los visitantes, custodiados desde lo alto por el apasionado vuelo de un cóndor en busca de su presa.
El puesto se llama Cerro de Lodres y está ubicado en el límite de San Luis y Córdoba, dos kilómetros hacia el bajo Córdoba, en el departamento de Calamuchita. Como la mayoría de los lugareños, los Albornoz han vivido acá toda su vida y han heredado la tierra de algún antepasado. La economía se basa en la crianza de animales y el medio de movilidad es el caballo. A Don Tono y a sus vecinos, la Municipalidad les ha arreglado el camino no hace mucho, y esto permite la llegada de algunos turistas, deseosos de probar la humeante comida criolla que Idelma Aparicio, la compañera de Tono, ofrece por unos 10 pesos.
El exquisito cordero, previo paso de varias fuentes de humeantes empanadas cortejadas por un magnífico tinto serrano, indican que ha llegado la hora de confraternizar mientras se disfruta del placer de la comida. Don Albornoz tiene 53 años, la mirada pícara, el rostro curtido por los vientos y varios hijos que “en este momento no puedo contar porque no me alcanza el tiempo” dice sonriendo. Aunque le alcanzan los dedos de la mano y le sobra uno, agrega. La crianza y venta de unas cien ovejas y otras tantas cabras les permiten subsistir a duras penas. “Antes había mucho, ahora no. Ahora además todos los puesteros somos mediocres nomás –cuenta resignado–, porque hay que cuidar que el puma no mate a los animales.” Entre quebradas y cornisas, Don Tono tratará de vender alguna vaca en Paso Malo “o a los del comedor de Cabeza del Indio”, unos kilómetros más abajo. “Es difícil que venda el lote porque no tengo muchos animales. Es poco lo que tengo”, insiste con sencillez. Su padre también cuidaba el ganado en esta tierra donde el trabajo de la cría de animales resiste tercamente.
Nadie le dijo que antes de ellos había un pueblo que fue saqueado. “Yo no entiendo a la Pachamama ni la conozco. Somos todos católicos”, dice al tiempo que ríen sus ojos antes que su boca desparrame la risa. “No hay nada acá. Ninguna cosa. Unicamente preguntar por un animal. Digamos que si acá falta un animal porque se fue al campo del vecino, ellos no se lo quedan, y si uno se viene para acá, tampoco”, comenta al destacar pequeños gestos que expresan el respeto y la convivencia de la gente. “Puedo contar con el vecino y gracias a Dios nos llevamos bien.”
Don Tono asegura que si hay algo que no abandonaría jamás “son las sierras”. La pequeña patria donde transcurren sus días, “porque la vida nuestra está en las sierras. En laburar con los animales, con lo nuestro. A los de la Municipalidad no tenemos necesidad de molestarlos”, comenta con infinita paciencia antes de despedirse, diciendo “usted me prometió que no hablaríamos mucho y esto se está haciendo largo”.

En la tierra de los comechingones El puesto de don Albornoz será la última parada antes de llegar a la majestuosa cascada del Salto Paso del Tigre, luego de ascender hasta los 2150 metros de altura en una caminata de hora y media. El nombre Paso del Tigre no se refiere al temible felino sino al arroyo El Tigre, que más abajo se llamará río Quiyinso y luego se transformará en embalse de Río Tercero. Estas aguas algún día llegarán al Atlántico porque el Río Tercero confluye en el Carcarañá, cuyo curso desemboca en el Paraná.
La caminata a la vera del Salto por senderos montañosos ofrece una vista de las sierras que invita a sumergirse en la increíble energía que emana el lugar y a descifrar los misterios de esta tierra mágica que siglos atrás habitaron los comechingones. Los hombres de este pueblo originario eran altos, de piel morena y barbados. Llevaban en la cabeza vinchas de lana cubrenuca, adornos de plumas y varillas de cobre. También se adornaban con pulseras y collares, pinturas faciales y tatuajes. Los comechingones –que quizá llegaron a ser unos 30.000– vivieron diseminados en varios poblados y fueron siendo exterminados por el espanto de siglos de desprecio. Entre ellos la magia jugó un papel fundamental a través de sus bailes de conjuro, sus hechiceros enmascarados, el poder de los astros –especialmente de la luna– y del cebil como droga mágica.
Por las mesetas de la sierra, en campos o en pequeños puestos, hoy vive gente amable, sencilla y de pocas palabras, con vivencias y costumbres de vida muy diferentes a las de los primitivos habitantes de estas tierras.
Los antiguos venados, las vicuñas y las llamas han sido desplazados por las cabras y las ovejas. Y las fiestas de los pueblos originarios por otras fiestas con carreras cuadreras, de sortija, jineteada, campeonatos de fútbol, truco y la yerra, que comienzan cuando bajan los paisanos a caballo desde los distintos puestos serranos y se enciende el fuego donde se asarán los chorizos, chivos y corderos.

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A 2150 metros de altura caen las aguas del Salto Paso del Tigre.
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