turismo

Domingo, 30 de mayo de 2004

URUGUAY ESCAPADA A COLONIA DE SACRAMENTO

Portuguesa y española

A orillas del Río de la Plata, Colonia sumerge al viajero en un viaje en el tiempo, donde la arquitectura recrea el ambiente intacto de los siglos XVIII y XIX, con una singular mezcla de estilos portugueses y españoles, según el momento histórico en que cada potencia dominó en las “tierras orientales”.

Por Graciela Cutuli

El ferry deja las costas argentinas con su línea de torres espejadas que forman una estilizada barrera contra el río. Y se interna en las aguas color de león. Poco a poco, la silueta de la gran ciudad se desdibuja y Buenos Aires, con su bullicio de gente y tránsito, se va diluyendo en un horizonte casi lineal que se funde con las orillas del río. Del otro lado, Colonia espera. Anclada en el pasado, como cansada de las luchas que la pusieron a veces del lado portugués, a veces del lado español, encontró su destino definitivo que rinde culto a los siglos de antaño. Si su gran vecina porteña creció desbordando todas las fantasías que pudieron haber imaginado quienes conocieron Buenos Aires en los tiempos de Gran Aldea, Colonia siguió el camino inverso: con el tiempo, su posición estratégica mermó y se replegó sobre sí misma, en su vida provinciana. Como una antigua ostra que oculta celosamente su perla, las calles de Colonia, con sus casas chorizo de puertas siempre abiertas y frescos patios, enmarcan el corazón viejo de piedra y tejas que constituye un auténtico viaje en el tiempo y los recuerdos.

DE LAS AFUERAS AL CENTRO Al porteño apurado, Colonia lo seduce por estar tan al alcance de la mano y a la vez tan distante por su carácter y su ritmo. La tradición de tomarse un día de descanso en la otra orilla es de larga data: a principios del siglo XX, los turistas eran sobre todo los fanáticos de la tauromaquia procedentes de Buenos Aires, que acudían a la Plaza de Toros del Real de San Carlos, en las afueras de Colonia. El complejo incluye una armónica construcción de estilo morisco que sorprende por sus dimensiones en las bucólicas afueras de Colonia. Fue construido por iniciativa del argentino Nicolás Mihanovich, que en el mismo lugar levantó un hotel, un frontón de pelota vasca y un muelle. Para complacer al público, había incluso un servicio de vapor entre Colonia y el muelle del Real, de modo que los asistentes pudieran ir a la corrida, o abandonarla, a cualquier hora y sin tener que esperar el fin del espectáculo. Hoy la plaza está lejos de la gloria de aquella inauguración, cuando 10 mil personas vitoreaban a los toreros españoles Ricardo Torres (Bombita grande) y su hermano Manuel (Bombita chico). Pese al éxito, las corridas fueron muy pocas, ya que fueron prohibidas por el gobierno de Batlle y Ordóñez en 1912.
Tras el cierre de la plaza funcionaron por unos años más el hotel, el muelle y el balneario, pero luego cerraron definitivamente. Hoy en día la Plaza de Toros está cerrada a los viajeros por razones de conservación, aunque se justifica una visita desde afuera. Está en proyecto la posibilidad de que una cadena internacional de hoteles recicle la zona y la plaza, con el objetivo de volver a atraer masivamente a los turistas porteños.
Las afueras de Colonia, entretanto, han crecido notablemente en los últimos años. Se ven muchas casas pertenecientes a propietarios argentinos, y entre ellas sobresale –en La Rambla de las Américas– la silueta del nuevo hotel cinco estrellas de Colonia, el Kempinski Park Plaza.

CORAZON DE PIEDRA Y FAROL Lo clásico por excelencia de Colonia, su postal más reconocida, es el centro histórico. Intacto, tal como era en los tiempos de la colonia portuguesa primero y española después, parece detenido en tiempo, y por eso la Unesco lo incluyó en su listado de patrimonios de la humanidad. Lejos del trazado cuadriculado típico de las ciudades españolas –que de todas formas tienen algo de su impronta en el lugar–, Colonia tiene un aire portugués en cada recoveco, en sus calles empedradas y en los azulejos blancos y celestes con arabescos que rezanrománticos nombres como la “Calle de los Suspiros” o “De las Flores”. De día, los paseos están coloreados por las cascadas de santa rita sobre viejísimos muros. De noche, los farolitos encendidos visten las calles de reflejos amarillos que rebotan en el empedrado puntiagudo del piso. Es difícil determinar cuál es la estampa más fiel de Colonia: si es esa bajo el sol y con el cielo diáfano que permite divisar la costa de Buenos Aires, o si es ese otro ambiente nocturno apenas iluminado, sugestivo en ecos y contraluces.

EL CITY TOUR El viajero puede hacer los paseos por el casco histórico solo o sumándose a los city tours que ofrecen las agencias de viaje o los paquetes turísticos comprados en Buenos Aires. Frente a la Plaza de 1811 se encuentra la Puerta de Campo o Puerta de la Ciudadela, inaugurada en 1745, cuando el intendente portugués Vasconcellos impulsaba ampliamente la construcción y el desarrollo de Colonia. Allí se observa también un puente, pilares de piedra y un fuerte que conserva hasta sus pavimentos originales. En las cercanías suelen apostarse “estatuas vivientes” con trajes de época, que se prestan graciosamente al intercambio mudo con los turistas. Muy cerca está la famosa Calle de los Suspiros, una angosta línea empedrada que alberga floridas casitas de piedra. Las casas del siglo XVIII conservan allí los techos bajos con tirantes de madera, las cañas fijadas con tiento y las tejas patinadas por los años.
Otro punto del itinerario son las ruinas del Convento de San Francisco Javier, una de las construcciones más antiguas de la ciudad (se cree que fue levantado entre fines del siglo XVII y principios del XVIII). Hoy en día se ven los muros de piedra y los cimientos descubiertos de la Capilla de la Concepción. La torre del faro, en el ángulo sudeste del convento, se agregó en 1857 y es también una silueta típica de Colonia, que domina todo el casco histórico.
En un ángulo de la plaza central, la Iglesia Matriz –la más antigua del Uruguay, fundada en 1680– es en realidad el fruto de sucesivas reconstrucciones, tras los daños sufridos en guerras o distintos accidentes. La fachada blanca y austera, con su campanario central, es particularmente bonita por las noches. De día, las callecitas aledañas suelen animarse con las percusiones de las murgas que recorren Colonia, contagiando a locales y visitantes con un baile improvisado en las calles.

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Los muros de piedra, el adoquinado irregular y los faroles de hierro forjado; todo confluye junto al río.
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