turismo

Domingo, 22 de agosto de 2004

FRANCIA - PATRIMONIOS MEDIEVALES

El castillo de Barba Azul

Barba Azul, siniestro personaje de los cuentos de Charles Perrault, fue inspirado por la figura de Gilles de Rais, compañero de armas de Juana de Arco. En la región francesa de Vendée quedan todavía las ruinas del castillo donde alguna vez transcurrió la historia.

 Por Graciela Cutuli

“Cabía una vez en Francia un noble de gran riqueza, pero de barba azul, que provocaba el rechazo de todas las jóvenes con quienes intentaba casarse. Un buen día, después de muchos agasajos, consiguió que una de ellas aceptara ser su esposa. Apenas un mes después del casamiento, Barba Azul tuvo que viajar y dejó a la joven sola en la casa, incitándola a divertirse e invitar a amigas, pero prohibiéndole expresamente entrar en un gabinete al fondo de sus aposentos. En caso contrario, se desataría toda su furia.
En cuando su marido partió, la joven esposa no pudo contener la curiosidad y fue a abrir la puerta del gabinete secreto. Allí se encontró con un panorama espantoso: todo estaba cubierto de sangre, y en los muros estaban atadas, degolladas, varias mujeres que habían sido las anteriores esposas de Barba Azul, misteriosamente desaparecidas. Horrorizada, salió corriendo e intentó limpiar la llave de la habitación, que había quedado manchada de sangre. La desdichada no sabía que era una llave mágica, que al ser limpiada de un lado se manchaba nuevamente del otro. Este detalle la delató, al regresar Barba Azul, inesperadamente, de su viaje. Furioso al saber que su mujer había entrado en el gabinete prohibido, el cruel Barba Azul intentó matarla por su desobediencia. Sólo le concedió un cuarto de hora antes de morir, para rezarle a Dios. En aquellos trágicos minutos, la joven hizo llamar a Ana, su hermana, y le pidió que mirara desde lo alto de la torre si sus otros hermanos, que aquel día irían a visitarla, estaban llegando. Pronto se cumplió el plazo, y ya estaba la pobre esposa con el cuchillo de Barba Azul en la garganta, cuando ambos jinetes llegaron y consiguieron frenar el crimen. Fue el fin del malvado noble, cuya esposa quedó como heredera y se casó finalmente con un hombre muy correcto que le hizo olvidar los malos ratos pasados con Barba Azul.”

Del cuento a la realidad
Charles Perrault contó así la historia de Barba Azul, inspirada en los relatos que corrían de boca en boca sobre la maldad del personaje. Pero ¿quién era Barba Azul? ¿Había existido realmente? Los historiadores coinciden en que se trataba de Gilles de Rais, un noble de pocos escrúpulos y gran riqueza, que acompañó las andanzas de Juana de Arco hasta la muerte de la doncella de Orléans, para luego dar rienda suelta a toda clase de crímenes y crueldades. Las ruinas de su famoso castillo, aquel desde cuya torre Ana esperaba ansiosa la llegada de los jinetes para salvar la vida de su hermana, se encuentran en Tiffauges, sobre un promontorio de Vendée que domina la confluencia de dos ríos. Un aire de tragedia flota todavía sobre los muros semiderruidos que dominan el paisaje, entre maquinarias de guerra, mazmorras y banderas con los colores de la familia que fuera propietaria del lugar.
Gilles de Rais nació en noviembre de 1404 en la Torre Negra de la fortaleza de Champtocé, al borde del Loire. El señor de aquellas tierras era Jean de Craon, su abuelo materno, que manejaba sus negocios con tal mano dura que causaba asombro incluso en aquellos tiempos de violencia. A los 11 años, Gilles pierde a sus padres y poco más tarde, obligado por su abuelo, se compromete con Jeanne Peynel, una huérfana de cuatro años que era una de las más ricas herederas de Normandía. El matrimonio, sin embargo, no se concretó, como tampoco el intento de casarlo poco después con la sobrina de Jean V, duque de Bretaña. A los 16 años, su abuelo elige por fin una “presa”: la prima de Gilles, Catherine de Thouars, con quien mediará un rapto a mano armada, ya que difícilmente el padre de la joven acepte de otro modo al pretendiente (más interesado en la baronía de Rais, dicho sea de paso, que en la gruesa Catherine). No mucho tiempo más tarde se produjo su encuentro con Juana de Arco y el comienzo de su lucha contra los ingleses, que le valió la gloria militar y un título de mariscal, con sólo 25 años. Junto a la Doncella entró en la reconquistada Orléans, en 1429, y estuvo a su lado en la catedral de Notre-Dame-de Reims para la coronación del Delfín de Francia. En los años siguientes, dos hechos precipitaron la metamorfosis de Gilles de Rais: el martirio de Juana de Arco en la hoguera, y la muerte de su abuelo. Dueño de una inmensa fortuna, y con carta blanca para actuar a su gusto, dilapidó a diestra y siniestra la fortuna familiar, con una vida fastuosa en la que nunca faltaba un séquito de al menos 200 caballeros. Ya instalado en el castillo de Tiffauges, entrega su alma al demonio y a los alquimistas para recuperar oro y poder. Un nigromante le dirá entonces que el diablo le dará todo el oro necesario si le entrega “manos, corazón, ojos y sangre tomados de hermosos y pequeños niños”. Fue el comienzo de una larga serie de crímenes, vejaciones y violencias, sobre todo a chicos, que durante ocho años aterrorizaron a los pobladores de al menos 20 kilómetros a la redonda. También la historia del “Pulgarcito” de Perrault está inspirada en los niños vendidos por sus padres a cambio de pocas monedas, como muchos vendieron sus hijos a Gilles de Rais. En el cuento, Pulgarcito se pierde junto a sus hermanos en el bosque, y llega a la casa de un ogro cruel que tenía siete hijas. Mediante una treta, salva la vida de sus hermanos, y en su lugar el ogro degüella a las niñas. Para escaparse, Pulgarcito robará las botas de siete leguas del ogro, y el cuento tendrá un final feliz que no conocieron los desdichados que sin duda inspiraron la historia. Aunque los rumores circulaban con fuerza, los horrores cometidos por Gilles de Rais en su castillo de Tiffauges sólo se conocieron cuando fue llevado a juicio y, aplastado por los testimonios, condenado a la hoguera en Nantes.

Tiffauges y el castillo
Las ruinas del castillo de Tiffauges están en el oeste de Francia, a sólo 45 minutos de Nantes y 20 minutos de Cholet, los principales centros urbanos de la región, sobre una colina rocosa que se asoma a la confluencia de los ríos Sèvre y Crume. Delimitadas por una muralla, ocupan tres hectáreas que incluyen un torreón del siglo XII, una torre del siglo XV, la Sala de Guardia y la Sala de los Vigías, donde se conserva el banco circular sobre el cual se sentaban los custodios del castillo. También queda en el conjunto una capilla del siglo XIII, construida sobre una cripta del siglo XI. Aunque en ruinas, el castillo todavía es imponente y no deja de provocar un estremecimiento cuando se recuerdan los hechos que vio pasar... Todos los días, en temporada, se organizan visitas guiadas, espectáculos y actividades, como el tiro con arco, cerbatana y otras armas de guerra medievales (que dado el porte y el peso no son nada fáciles de manipular) en el “campo de entrenamiento”, mientras un teatro de sombras revive la leyenda de Barba Azul inspirándose en las sombras chinas, y se presenta una recreación del personaje y sus experimentos de alquimia en lo alto de la torre principal. En la explanada central, una exposición de antiguos instrumentos de tortura y armas medievales pone, por si faltaba, una sombra más siniestra todavía sobre el castillo, que por contraste se levanta en una bellísima llanura costera de Vendée, la región de donde partieron las rebeliones católicas contrarias a la Revolución Francesa a fines del siglo XVIII.
En Tiffauges funciona también el Centro del Patrimonio Medieval, donde se organizan jornadas, seminarios y talleres –abiertos a los no iniciados– sobre temas como las técnicas de asedio en la Edad Media, iniciación a la exploración arqueológica, heráldica o arquitectura interior medieval. A sólo 20 minutos, hay otro lugar imperdible: es el Grand Parc du Puy du Fou, otro castillo cuyo espectáculo de luz y sonido atrae a turistas de toda Europa. Alrededor de los pabellones que sobrevivieron al paso del tiempo y a las guerras de Vendée, un parque de varias hectáreas sirve de escenario a la reconstrucción de un pueblo del siglo XVIII, donde rivalizan en habilidad músicos y juglares, se presentan espectáculos de rapacería y se reviven escenas de la historia local, con una grandiosidad y despliegue tales que la visita resulta inolvidable. Tan interesante como la del castillo vecino, pero afortunadamente menos tenebrosa que la de Tiffauges y sus fantasmas de Gilles de Rais.

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Un aire de tragedia flota todavía sobre los muros semiderruidos que dominan el paisaje.
 
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