turismo

Domingo, 5 de septiembre de 2004

ITALIA - LA ISLA DE SICILIA

Un triángulo sobre dos mares

Bañada por las costas del Tirreno y el Jónico, Sicilia es un triángulo donde se conjugan historia, arte y bellezas naturales. Pequeña perla siempre codiciada en el corazón del Mediterráneo, hoy es una de las mecas turísticas más concurridas de Europa.

 Por Graciela Cutuli

Se cuenta que Sicilia está apoyada sobre un gigante, llamado Tifeo, que osó un día apoderarse de la sede del cielo y por eso fue condenado a un eterno suplicio. Tifeo sostiene una ciudad en cada mano, y sobre la cabeza soporta el peso del Etna. Desde el fondo, furioso, el gigante arroja arena y llamas por la boca, y es cuando intenta sacudirse de encima el peso de las ciudades y de las grandes montañas que la tierra tiembla. Sicilia es rica en leyendas heredadas de las distintas culturas que la poseyeron a lo largo de los siglos, siempre codiciosas de este triángulo privilegiado por la naturaleza, fértil en olivares, en espléndidos atardeceres y en sabores madurados al calor del sol. Griegos, romanos, árabes y normandos dejaron huella, y hoy Sicilia, la mediterránea, la de mujeres de ojos oscuros y hombres de arraigado silencio, es una meca turística con un pasado glorioso y un presente aún lleno de leyenda.

De Messina a Taormina
La isla merece un viaje exclusivo, pero como para el turista el tiempo también es tirano (¡sin contar la tiranía del euro!), siempre hay que elegir: y en Sicilia, justamente eso es lo difícil, ya que a fuerza de templos, teatros, iglesias y playas, las tres costas de la isla se disputan la atención del viajero. Por suerte, las distancias son relativamente cortas y las comunicaciones muy buenas, tanto del continente a la isla como dentro mismo de Sicilia. Quien llegue en los transbordadores que cruzan el estrecho desde Calabria, la “punta de la bota”, desembarcará en Messina, tal vez la más castigada por los terremotos de las ciudades sicilianas. Es el punto de partida ideal para visitar la cercana Tindari, hacia el oeste, donde se conserva parte de las murallas de la Tyndaris fundada por los griegos y diversos monumentos romanos, y Taormina, hacia el sur, una de las más hermosas ciudades de la isla. Es difícil imaginar que pueda haber un lugar más fascinante sobre la tierra: desde las gradas del teatro griego, luego reconstruido por los romanos, se divisan las dos costas del Mediterráneo, y al fondo se recorta la silueta coronada de nieve del Etna, la entraña viviente de la isla, que no es raro ver humeando como si fuera uno de los días en que Tifeo intenta sacudirse la isla de sus espaldas. El teatro aún hoy es escenario de representaciones de conciertos o tragedias griegas, como si en este rincón privilegiado de Italia el tiempo se hubiera detenido y aún fuera posible escuchar cómo flotan en el aire los versos de Esquilo, Sófocles o Eurípides.

En la bahía de la Cuenca de Oro
Si se llega en avión, en cambio, el destino será Palermo, casi en el extremo oeste de Sicilia, construida en lo más hondo de una bahía que se conoce como la Cuenca de Oro. La belleza natural e histórica de Palermo contrasta con los resultados de lo que en Italia se llama la “especulación inmobiliaria” (léase la construcción indiscriminada), pero esta ciudad, capital de la isla, sigue siendo dueña de un encanto exótico donde se trenzan rasgos normandos con el barroco y el art nouveau. Este crisol de razas y estilos tiene su costado arquitectónico en el Duomo, y su costado social en el tradicional mercado de la Vucciria, un verdadero mundo aparte donde ya se presiente la cercanía geográfica con los mercados del norte de Africa y el oriente de Europa. En Palermo hay que visitar también el Museo Arqueológico Regional, los oratorios de San Lorenzo y Santa Zita, y la Galería Regional, donde se conserva la famosa Anunciación de Antonello de Messina, una obra de rara expresividad y belleza. En las cercanías de Palermo, es imperdible la visita a Monreale y su catedral, una de las más grandes obras de la arquitectura normanda en Sicilia, célebre por sus excepcionales mosaicos de estilo bizantino. La catedral fue construida por el rey Guillermo el Bueno, después de soñar que la Virgen le anunciaba la existencia de un tesoro y le ordenaba construir la iglesia en ese lugar. Pero si el pueblo lo llamó “el Bueno” no fue sólo por la catedral, sino también por haberpuesto nuevamente en circulación las monedas de oro y plata, que su padre había hecho reemplazar por simples monedas de cuero.

Siracusa y los templos
Para Cicerón, era la más hermosa de las ciudades griegas. Sin duda, Siracusa era también una de las más poderosas. Muchos de sus edificios más antiguos desaparecieron durante la conquista romana (acompañada de saqueos donde murió el matemático Arquímedes, según se cuenta, tan inmerso en sus cálculos que ni siquiera vio acercarse a los soldados armados), pero sigue siendo uno de los más completos y ricos testimonios de la cultura griega en el sur de Italia. Se conservan las ruinas del Templo de Apolo, el más antiguo santuario dórico, y el Parque Arqueológico que encierra un anfiteatro romano y un teatro griego tallado en la roca.
La ciudad vieja tiene su centro en la Plaza del Duomo, construido en la Edad Media sobre el templo de Atenea. Llenos de animación, los cafés de la plaza son un buen lugar para probar los dulces sicilianos –frutas en pasta de almendras, frutas confitadas, los omnipresentes fighi d’India (higos de tuna), los famosos helados cassata y granita, que se ofrecen también en los kioscos-ómnibus ambulantes apostados en los sitios turísticos–, todos tan característicos de la mesa de esta región como las pastas y los platos a base de frutos de mar y pescado, en particular el pez espada, que se pesca aún con antiguas técnicas en el estrecho de Messina. También son muy comunes los arancini, grandes croquetas de arroz que encierran un corazón de salsa de tomates.
No hay que irse sin visitar las típicas latomìe de Siracusa, grandes canteras de donde se extrajeron las materias primas para la construcción de los principales edificios de la ciudad griega. Una de las más grandes es la llamada latomia del Paradiso, donde se encuentra la gruta conocida por su forma –ancha en la base y angosta en la punta– como la Oreja de Dionisos. Fue Caravaggio quien le puso nombre a la gruta, cuando la visitó e hizo nacer la leyenda según la cual el tirano Dionisos había ordenado horadar la cueva para encerrar a sus prisioneros, escuchando luego lo que decían a través de una abertura situada en lo alto, por donde las palabras salían amplificadas por el eco. La particular acústica de la Oreja de Dionisos puede comprobarse todavía, pero en realidad la forma de la gruta se debe a que la excavación de la cantera comenzó desde lo alto y se ensanchó en la base porque los cavadores seguían las venas naturales de la roca.

Tesoros arqueológicos
Muy cerca de Siracusa, Noto es una pequeña joyita barroca reconstruida íntegramente después del gran terremoto de 1693. Le sigue hacia el oeste una amplia porción de costa con tentadoras playas. Septiembre todavía es un buen mes para visitarlas: hace calor, pero ya se fue la gran mayoría de los turistas que colman esta parte del Mediterráneo en pleno agosto. En esta zona, Agrigento sin duda puede enorgullecerse de nobles orígenes: según la leyenda fue fundada por Dédalo, y era tan rica que terminó saqueada por los cartagineses. La ciudad es muy bonita, con sus calles medievales y sus iglesias de sucesivas influencias normandas, árabes y catalanas, pero la gran atracción de Agrigento está en el Valle de los Templos. Esta suerte de terraza sobre el mar estaba reservada a los dioses, homenajeados por diez templos dóricos que hoy forman un conjunto excepcional recorrido por avenidas panorámicas. Columnas, esculturas, frisos, todo está sumergido en un paisaje de roca y mar que, sobre todo por la mañana y al anochecer, toma un color dorado que lo viste de magia y melancolía, como recién salido de los sueños de Zeus.
La “vuelta de Sicilia” puede terminar en el extremo oeste de la isla, donde sobresale la riqueza arqueológica de Selinunte, con su impresionante conjunto de templos bautizados con letras de la A a la G; Segesta (para no ser menos que otras ciudades, se dice que fue fundada por los compatriotas de Eneas cuando huían de Troya en llamas) y Marsala, donde a fines delsiglo XVIII los ingleses comenzaron la producción del vino dulce conocido con el nombre de la ciudad. Ese mismo vino que les da un toque único a los cannoli, los exquisitos dulces sicilianos rellenos con ricota especiada que representan en todo el mundo lo más típico de los postres de la isla.

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La influencia de la cultura de la antigua Grecia aún flota sobre las ruinas de los teatros de Taormina y Siracusa.
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