turismo

Domingo, 31 de octubre de 2004

FRANCIA: UN ARTISTA DEL IMPRESIONISMO

El jardinero Monet

El pintor impresionista Claude Monet creó en su casa de Giverny, en Normandía, un jardín espectacular con centenares de flores, nenúfares y árboles que reflejó en sus cuadros. Por esa casa, abierta por la Fundación Monet al público de abril a octubre, pasa al año un promedio de 450.000 visitantes.

Por Julia Luzán *

Los iris despliegan sus tonos amarillos, las petunias y anémonas se mezclan en una cascada de rosas intensos; gencianas, narcisos y margaritas puntean con su colorido los arriates verdes. Dalias, capuchinas y glicinas azules crecen en un recinto espectacular por el que se pierden los visitantes en un otoño todavía caluroso. El jardín de la casa de Giverny, en Francia, donde el pintor Claude Monet (1840-1926) vivió más de cuarenta años, es su cuadro más bello y el mejor conservado, que cambia de colorido con las estaciones, como él deseaba. “No hago más que mirar lo que me enseña el universo y mostrarlo a través de mi pincel”, decía a quien le señalaba su desmedida afición a la jardinería. (...) Los jardines son los protagonistas de la mayoría de sus cuadros. En 1860, los de su casa en Sèvres; en 1870, los de los pequeños pueblos al lado del Sena, Argenteuil y Vétheuil, donde residió, y ya en 1890, en los últimos años de su vida, los de su casa de Giverny, su paraíso encontrado.
Giverny, en Normandía, a orillas del río Epte. Un pueblo que no alcanzaba los trescientos habitantes, reunía lo que Monet buscaba: agua y campo. La finca, de 9600 metros cuadrados, poseía una casa de dos pisos lo suficientemente grande para albergar a toda su extensa familia. “Una vivienda de pequeños burgueses”, dice hoy mientras la muestra a un reducido grupo de visitantes una de sus descendientes, Claire Toulgouat. Una casa pensada para así “alejarse del ruido”, y muy moderna en cuanto al colorido que Monet eligió para pintar las paredes: azul, malva, verde lima y amarillo, tonos pensados a fin de que la luz se reflejara a todas horas del día en el interior. Las ventanas, verdes y siempre abiertas a la naturaleza, “su segundo salón”. Hoy, dos grandes árboles, unos tejos centenarios, flanquean la salida hacia el jardín en un arco de verdor que cambia con las estaciones.
Por la casa de Giverny, abierta por la Fundación Monet al público de abril a octubre, pasan al año una media de 450.000 visitantes. El pueblo se conserva tal y como el pintor lo conoció, y allí, en el pequeño cementerio contiguo a la iglesia del pueblo, reposan sus restos y los de su familia.

El ojo impresionista

La amistad de un adolescente Monet con el pintor Eugène Boudin fue clave para su dedicación posterior a la pintura y a los jardines. Boudin pintaba siempre al aire libre, en una época en que todos los artistas plasmaban en sus estudios lo que habían visto antes en el exterior. “Poco a poco –escribió Monet–, se fueron abriendo mis ojos, comprendía realmente la naturaleza y, al mismo tiempo, empecé a amarla.” En 1866 pinta el jardín de la casa familiar en Sainte-Adresse, en Normandía. Los jardines en flor le atraen por su colorido, el estallido de las plantas y su iluminación. Pinta sombras en color y reproduce las flores con absoluta libertad.
Con sus amigos pintores Sisley, Berthe Morisot, Renoir, Pissarro, o músicos como Bizet, Monet acude los domingos desde París hasta la cercana isla de los impresionistas, un brazo del Sena a pocos kilómetros de la capital francesa, donde Renoir pintó alguno de sus cuadros más célebres (como Le déjeuner des canotiers, en 1881). Las orillas del río eran una fiesta exuberante de verdor y un espacio de libertad donde los bohemios pintores se encontraban a sus anchas entre los canotiers, los barqueros del Sena, lo más opuesto a los burgueses parisienses. (...)
El color es sólo un añadido, afirmaban los pintores clásicos, pero para los impresionistas el color es el rey del cuadro. Cuando Monet pinta en 1873 el amanecer en el puerto de El Havre, con un sol rojo que se eleva provocando reflejos rojizos en el agua, lo titula Impresión, salida de sol. El cuadro, hoy en el Museo Marmottan de París, es un estandarte, un símbolo del nuevo movimiento artístico que entronizaba la impresión al percibir un paisaje, un motivo, durante breves instantes. “Era solamente un ojo, pero qué ojo”, decía Cézanne de Monet. Un ojo que supo reproducir lo instantáneo.Cuando Monet pinta el Sena, intenta reflejar los contrastes de su superficie. La luz lo obsesiona. Es el inicio de su paso a la pintura abstracta que años más tarde, en sus series de los Nenúfares, será la apoteosis de la radical disolución de los objetos. Luz, flores y agua son los temas de todos sus óleos. (...)

Nenúfares en el jardín

Y por fin Giverny. Su lugar mágico. El territorio que encontró el pintor por azar en 1883. Aquí pasó Monet la segunda mitad de su vida, sus cuarenta y tres años más productivos artísticamente. “Estoy encantado. Giverny es un paisaje espléndido”, le dijo Monet a su amigo el crítico Théodore Duret. “La casa es extraordinaria. Es magnífica, pero no hay nada que pintar”, escribió el pintor a Alice Hoschedé. Él se encargó de transformarla. Con ayuda del jardinero Félix Breuil puso manos a la obra. Monet inventó un paraíso de plantas, concibió un espacio pictórico. Distribuyó plantas en colorido monocromo, yuxtapuestas según la tonalidad. Su criterio no era otro que plantar por armonías, con el ojo puesto de antemano en el lienzo. Según la floración, en unas épocas su jardín era azul; en otras, malva; en otras, rosa. Logró un jardín en desnivel, con las plantas trabajadas en diferentes alturas. Era tal su pasión por su jardín que cuando se iba de viaje solía escribir a sus hijos para preguntar cómo estaban sus flores. El jardín de Giverny cambia poco a poco y la fachada de la casa se cubre de plantas trepadoras y rosas.
Giverny conserva todavía hoy la biblioteca tal y como la dejó el pintor, llena de libros de botánica. En las paredes, las láminas japonesas que tanto lo sedujeron. En su taller, la mesa, el caballete, el sofá y la chaise-longue. Jamás echaba las cortinas de las ventanas, y la colina que se divisa enfrente de la casa era su barómetro particular para adivinar el tiempo “como un auténtico campesino”, señala madame Toulgouat. Observaba a lo lejos la columna de humo de los trenes a Vernon, la población más cercana a Giverny, que le permitía viajar todas las semanas a París, donde acudía al teatro, visitaba exposiciones y comía en los mejores restaurantes. Monet era un excelente gourmet, y muchas de sus recetas son ya platos clásicos de la cocina francesa, como la tarta Tatin –bautizada así en honor de sus amigas, las hermanas Tatin–, que el pintor reelaboró añadiendo a las manzanas reinetas el toque de la crema pastelera.
Con los años va fundiéndose con su jardín. Forma parte de su vida, de su pintura. Pero Monet no es un pintor de flores. Es un pintor de impresiones, de efectos. “Sus jardines son reflectores de luz”, señala Christopher Becker, director del Kunsthaus de Zurich y responsable de la exposición “Los jardines de Monet”, con la que pretende profundizar en las diferentes interpretaciones de los paisajes pintados por Monet. “Con ellos –añade–, Monet inventa los signos del arte moderno.” Una metamorfosis del color, de la luminosidad. (...)
El final del siglo XIX es la etapa en la que Monet inicia sus paisajes reflejo y las repeticiones de nenúfares en medio de islas de hojas. Acerca los motivos en primeros planos y descompone el color en miles de matices, un color aplicado como velo o en motas, rayas, manchas... Monet elabora ya fantasías pictóricas. El impresionista se convierte en simbolista. Pronto su visión se ve alterada por las cataratas. Su pintura se deforma. Pintores como Pollock, Rothko y la escuela norteamericana del impresionismo abstracto se inspirarán muchos años después en los últimos cuadros de nenúfares de Monet. Sus cuadros más amados.
Los últimos años de su vida, un Monet casi ciego pinta una y otra vez las formas mágicas de unos nenúfares que su jardinero cuida con devoción. Cerca de 250 telas, paisajes de agua y de reflejos que se han convertido en una obsesión. El 5 de diciembre de 1926, Claude Monet muere en su amada casa de Giverny. Años atrás había expresado el deseo de que a su muerte su cuerpo fuera arrojado al mar. No se cumplió. El cementerio de Giverny guarda sus restos junto a los de Alice Hoschedé y sus hijos z

* El País Semanal

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Luz, agua y color desde la mirada impresionista. Las pinceladas claras, enérgicas, transforman las figuras en manchas.
 
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