turismo

Martes, 28 de diciembre de 2004

MISIONES - VERANO EN EL PARQUE NACIONAL IGUAZú

Cataratas de belleza

El Parque Nacional Iguazú despliega, en los comienzos del verano, toda la exuberancia de la vegetación subtropical, entre el desbordante caudal de las cataratas. Una ventana al paraíso natural de la tierra roja.

 Por Graciela Cutuli

Nada más lejos del silencio que el Parque Nacional Iguazú. El rumor intenso del agua tapa las voces de los visitantes y se convierte en la incesante música de fondo del canto de los pájaros, en una suerte de sinfonía natural que acompaña el desborde impresionante de las cataratas. La carrera del agua hacia el abismo nunca cesa: a lo largo del semicírculo de casi tres kilómetros que conforma el conjunto de las cataratas, con sus más de 270 saltos, varían las alturas pero nunca la furia con que la masa de agua se vuelca en un agujero que a veces –sobre todo en la Garganta del Diablo– parece no tener fondo. A principios del verano, el Parque está en todo su esplendor, y es una época ideal para recorrer sus circuitos más clásicos, o embarcarse en excursiones que proponen un toque de aventura por la selva, avistando animales o conociendo más de cerca la cultura de los pueblos guaraníes.

Circuitos del Parque
El Parque Nacional Iguazú preserva una porción de selva paranaense, un inmenso manto vegetal que alguna vez tuvo un millón de kilómetros cuadrados de superficie, de los que hoy quedan apenas 60.000 kilómetros cuadrados, en pequeñas parcelas. La selva es la prolongación de la selva tropical brasileña, y funciona –por la humedad ambiente, los vientos atlánticos y la abundancia de luz y agua– como un gigantesco invernadero donde brotan desde árboles gigantes hasta arbustos y hierbas, en una armonía ecológica que hoy más que nunca debe ser defendida de los avances de la agricultura y el turismo. Brasil, Paraguay y la Argentina están trabajando para establecer un sistema de reservas interconectadas en torno a las cataratas, el gran imán de una región que sorprende también por sus otras riquezas animales, vegetales y minerales. Basta pensar en las cercanas minas de Wanda, donde –como en otros yacimientos de la zona- se extraen piedras semipreciosas de grandes geodas incrustadas en el suelo. Esta visita, como la que llega también hasta las ruinas jesuíticas de San Ignacio (hoy en las primeras etapas de un importante proceso de restauración que incluirá un proyecto de recuperación musical de las misiones, una biblioteca y un taller de reproducción de cerámica en el estilo jesuítico-guaraní) es una de las más interesantes para complementar el paseo por las cataratas.
La visita al Parque Nacional empieza en el Centro de Visitantes, donde una detallada muestra sobre el ambiente regional explica el ecosistema subtropical, las características de la vida indígena local y la evolución biológico-cultural de la zona de Iguazú. Luego se puede optar por el circuito superior, con vistas impresionantes sobre el conjunto de las cataratas y el delta del río Iguazú, o por el circuito inferior, cuyas pasarelas se internan entre los saltos (el Bossetti y el Dos Hermanas son dos de los más célebres) permitiendo que el visitante se acerque a paisajes que quitan el aliento. Casi colgados sobre el agua, se camina justo por encima de los saltos o al lado, tan cerca que el agua salpica y refresca el calor permanente que alimenta la exuberancia de la selva. El circuito inferior también pasa junto al viejo Hotel Cataratas, y en uno de sus extremos es el punto de embarque para recorrer la isla San Martín, de bellos paisajes pero sólo apta para quienes tengan cierto entrenamiento en la marcha. Hay que tener en cuenta, además, que cuando el río baja con mucho caudal puede no ser posible embarcarse hacia la isla, ni tomar las lanchas que llevan hasta el mismísimo pie de las cataratas: si es posible, vale la pena hacerlo, porque el espectáculo de la navegación al pie de los saltos es de una emoción irrepetible. Pero si el caudal es excesivo, habrá que contentarse con ver la furia del agua –cuanto más abundante más rojiza, ya que arrastra más tierra– desde las pasarelas.

Caminatas selváticas
Dentro de la selva, hay dos recorridos a pie –el Sendero Verde y el Sendero Macuco– que se internan en distintas porciones del parque, permitiendo avistar aves en abundancia. No es raro alzar la cabeza y ver una bandada de tucanes posados en las ramas, mientras decenasde mariposas revolotean compitiendo con el color de las orquídeas silvestres. En la selva se pueden ver guatambúes, timbós, el parasitario guapoy, el palo de rosa y el palmito. Una visita en vehículos todo terreno por el sendero Yacaratiá (árbol del pan), a lo largo de ocho kilómetros, enseña a distinguir las grapias (un árbol que alcanza más de 30 metros de altura), los filodendros (también llamada “sandalia” en la Argentina, o “costilla de Adán” en España) y numerosas especies de orquídeas. La mayoría de las plantas son epífitas, es decir que viven colgadas de especies más altas, porque de no ser así la espesura de la selva subtropical –donde hiela, en invierno, entre dos y tres veces por año– jamás les dejaría ver la luz del sol.
Hay también abundancia de fauna: el Parque Nacional es hábitat de pumas, yaguaretés, monos capuchinos, osos hormigueros, hurones, tapires y carpinchos, pero es muy difícil verlos en los senderos turísticos habituales. Casi siempre hay que conformarse con los omnipresentes coatíes, que buscan con desesperación comer de la mano de los visitantes (aunque está prohibido alimentarlos, se los puede fotografiar con mucha facilidad, ya que se trepan a las pasarelas y, si pueden, también a cualquier bolso que lleve el turista, siempre metiendo su hocico curioso en busca de alimento). Los guías también enseñan que los animales de color rojo, amarillo y negro son una verdadera advertencia de peligro marcada por la naturaleza (recuérdese la muy venenosa víbora de coral): la mariposa de este color, por ejemplo, es tóxica. ¿Y el tucán? Inofensivo para los humanos, sus colores también recuerdan que se trata de una especie peligrosa para los otros pájaros, ya que tiene la costumbre de comerse sus huevos y sus pichones. Dado el tamaño del pico, para sus congéneres la defensa es más bien difícil.
Una vez fuera del Parque Nacional, hay muchas otras visitas que permiten seguir acercándose a la naturaleza y la cultura misioneras, tanto del lado argentino como del lado brasileño, cuyo parque nacional también ofrece una hermosa vista del conjunto de las cataratas. El Centro de Recuperación y Recría de Aves Amenazadas Güirá Ogá, cerca de Puerto Iguazú, permite conocer especies increíbles, de gran belleza, tanto autóctonas como exóticas, en tanto el safari al Salto Escondido y el Camino de los Pioneros también se interna por las rutas de la selva para avistar flora y fauna. Si se tiene la suerte de estar en una noche de luna llena, es imperdible la caminata nocturna por las cataratas, cuando el blanco resplandor lunar hace brillar como nunca la espuma de los saltos, creando un ambiente a la vez mágico y fantasmagórico. De día, o bajo la luna, son las cataratas las verdaderas reinas de la selva, y su rumor incesante parece recordarlo incluso cuando, a la caída del sol, se callan también las aves y los mamíferos, y el manto de silencio cubre el Parque hasta un nuevo amanecer.

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A principios del verano, el Parque Nacional Iguazú está en todo su esplendor. Una buena época para conocer esa maravilla de la naturaleza.
 
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