turismo

Domingo, 23 de enero de 2005

ITALIA - LA CIUDAD DE ASíS, EN LA REGIóN DE UMBRíA

Belleza franciscana

Una atmósfera mística y medieval envuelve las murallas y torres de piedra rosada de la ciudad donde vivió San Francisco. Su arquitectura y color recuerdan a un pueblo del Medio Oriente bíblico. Todas las calles –sin veredas– son de adoquín antiquísimo, y los autos están confinados a circular sólo en un par de ellas. En el monte Subasio, la Basílica y el colosal convento de la orden de los franciscanos.

Por Florencia Podestá

Toda la ciudad de Asís es de piedra rosada: los muros, los adoquines, las escaleras, las iglesias. Las fachadas cuadradas, el color y la disposición de las torres y murallas, los pasadizos estrechos y cubiertos por arcos, todo contribuye a provocar una reminiscencia insólita: la de una ciudad del Medio Oriente bíblico, acaso Jerusalén.
Asís se construyó tal cual la conocemos en la Edad Media, cuando vivió su hijo predilecto, San Francisco, el santo patrono de Italia. Pero su origen es mucho más antiguo y casi indeterminable. Fue fundada por los umbros y luego habitada por los etruscos ocho siglos antes de Cristo. Pero fueron los romanos quienes le dieron un carácter definido, bajo el nombre de Asisium. Todavía pueden verse numerosos vestigios romanos. Por ejemplo, en la Piazza del Popolo (la plaza principal) se levanta –como una piedra engarzada, como una incrustación de otra era entre los muros rosados de los palacios medievales– el bellísimo Templo de Minerva. Luego de la caída del Imperio –y de ser asediada por godos, bizantinos y lombardos– Asís llegó al año mil como una ciudad autónoma y libre, en la que se arraigaba y florecía la religiosidad cristiana. De esta época data la mayor parte de lo que conocemos hoy. Se fundaron iglesias, monasterios, palacios y fortificaciones. Como en estos tiempos, la arquitectura se guiaba por propósitos espirituales, la ciudad en su conjunto fue construida a imagen y semejanza de la ciudad de Belén, y eso explica nuestras primeras impresiones.

PASADO Y PRESENTE
En 1226 murió Francisco. Sus restos fueron enterrados en una colina cercana, llamada la Colina del Infierno, porque allí se ejecutaba a los condenados a muerte. En 1228, Francisco fue canonizado; ese mismo año se comenzó a edificar una iglesia para albergar sus restos (lo que hoy es la Basílica Inferior) sobre la colina bendecida que pasó a llamarse Colina del Paraíso. Años más tarde se construyó, arriba de esta iglesia, la Basílica Superior, y el colosal convento de la orden. Este conjunto arquitectónico es una de las obras más fabulosas del arte y la fe (declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco). Cuando pasamos del exterior claro y luminoso de la Basílica al interior, nuestros ojos por poco entran en shock: nadie nos preparó para tal belleza de las formas y vivacidad de los colores, para tal armonía sublime. Techos, muros, arcos, columnas, todo está cubierto por frescos de los más grandes artistas del Duecento y Trecento italianos; en la Basílica Superior están los maravillosos veintiocho frescos de Giotto –en los que narra la vida de Francisco– y de Cimabue.
Esta es también la ciudad de Santa Clara, amiga de Francisco y fundadora de su propia orden. En la otra punta de la ciudad se levanta la Basílica de Santa Clara (de 1265), de estilo gótico italiano, comparable en belleza y forma a la Basílica Superior de San Francisco. En la proporción a su tamaño, Asís tiene muchísimas iglesias y santuarios, cada uno, una pequeña joya: la catedral de San Rufino, la iglesia de Santo Stefano, de San Pietro, de San Damiano, Nueva, etcétera (la lista es enorme). Todas ellas fueron construidas entre el año 1000 y el 1300, algunas en estilo románico y otras en estilo gótico italiano, en piedra rosada y labrada con delicadeza.
La magnífica Piazza del Comune es el centro de la vida de la ciudad, donde se encuentran el Templo de Minerva (s. I a.C.), el Palazzo del Capitano del Popolo y la Torre del Popolo (s. XIII d.C.), y otros palacios, en perfecta armonía de color y forma. Sobre la plaza hay un café, el Bar Trovellesi, donde todos se congregan; se conocen desde siempre, saben de padres y abuelos, de los hijos, del trabajo. Otros puntos de encuentro son los restaurantes, la mayoría íntimos y ocultos en el fondo de un pasaje, y las pizzerías calentadas por los mismos hornos de piedra. La especialidad de la zona es el tartufo, la trufa: pizza con trufas, pasta con trufas,carne con trufas. Como muchas de las maravillas de Italia, son caras, pequeñas e intensas.
EREMO DEL CARCERI Si queremos conocer el sitio más verdaderamente místico de Asís, tendremos que caminar unos kilómetros por las laderas del Monte Subasio, un lugar que ya los romanos consideraban mágico y veneraban sus manantiales y grutas como lugares sagrados de peregrinación. Al final del camino encontraremos un edificio medieval de piedra; es pequeño, modesto, bello, y está perfectamente integrado a la montaña. Parece que brotara de la piedra y se mimetizara con las sombras del bosque; sus muros a pico cuelgan sobre una hondonada profundísima excavada por un arroyo, que hace un tajo en la ladera del cerro. Los muros exteriores parecen crecer, o ser parte, del barranco, prolongándose hacia el abismo; los muros interiores de las habitaciones –pequeñas, ascéticas– no son muros sino la misma roca cóncava e irregular de la montaña, como si en realidad todo el conjunto se tratara de una red de cuevas apenas recicladas como templo cristiano. En verdad la impresión es la de un monasterio budista en Tíbet. Estamos en el Eremo dei Carceri; allí, cuando sólo existían las cuevas -de origen prerrománico–, se retiró Francisco luego de escuchar la voz de Dios. Así, estas cuevas devinieron carceri (celdas) que servían como retiro de eremita para Francisco y sus seguidores. Se dice que aquí compuso su Oración de los Pájaros. Puede sentirse en el aire un silencio que no se quiebra ni con los pasos ni con las voces. Instantáneamente quien llega a este lugar baja el tono de voz hasta callar completamente. Toda la naturaleza parece estar en silencio; sólo el viento hace susurrar los árboles. Cuando canta un pájaro, la acústica que se produce en la profunda garganta de piedra hace sentir que el pájaro está a la vez muy cerca y en todas partes. Incluso la luz es diferente: el bosque de pinos da su filtro verdeazul y umbroso (sin querer brota la palabra Umbría, el nombre de esta provincia). Aparte de algunas vallas y senderos, todo ha permanecido como era en el tiempo de Francisco, e incluso algunos monjes franciscanos todavía viven allí.

SECRETOS EN LOS MUROS
Asís es para ser recorrida a pie porque cada rincón, cada pasaje, alberga un pequeño misterio. En las paredes persisten antiguos herrajes con dragones para sostener candelabros. Pero sobre todo las casas son un palimpsesto de épocas y pueblos, que casi puede ser leído; todos los muros medievales esconden sombras: las formas en piedra de otra ventana u otra puerta, acaso siglos más antigua, sellada en un momento dado para siempre, o una fuente romana que todavía funciona, o un santuario en donde Francisco compuso su poesía (las Plegarias, El Cántico de las Criaturas). Aquí nada se destruyó, todo sigue existiendo como esas muñecas rusas que adentro esconden otras muñecas.
Cada pocos metros se aparecen escaleras que nos llevan a patios perdidos entre las casas, o a otras calles más arriba o más abajo. No parece haber una sola calle horizontal en Asís; todo es desnivel, porque la ciudad cuelga como un intrincado balcón escalonado de la ladera oeste del Subasio. Por eso desde cualquier punto hay una vista panorámica del resto de la ciudad y del valle más abajo, los olivos, la pradera verde y limón. Durante el día, muchos salen en bicicleta a recorrer los campos cultivados, los monasterios y capillas desperdigados por la llanura. En el atardecer, nativos y visitantes se reúnen en alguna de las plazas-terraza de Asís para ver al sol rojo hundirse en la bruma plateada de Umbría.

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