turismo

Domingo, 23 de octubre de 2005

BELGICA > UNA VISITA A LA CIUDAD DE BRUSELAS

La capital de Europa

Famosa por su espléndida Gran Plaza, un testimonio sin par del arte y la historia de este país formado por dos lenguas y dos naciones, Bruselas es una ciudad con vocación de capital. No sólo de Bélgica, sino de toda Europa.

 Por Graciela Cutuli

Bruselas es una ciudad discreta, pero sorprendente. La cercanía con París, la Ciudad Luz, con su inequívoca tendencia a la grandeur, no consiguió opacarla sino más bien potenciar sus diferencias como capital de un país que reúne dos naciones –la flamenca y la valona– a quienes a veces las une, borgeanamente, más que el amor, el espanto. Demasiadas diferencias entre estos pueblos reunidos sobre un mismo plat pays, demasiadas tensiones entre un Flandes marítimo y comercial, orientado por lengua y cultura hacia los Países Bajos, y una Valonia tendiente hacia Francia, mientras aún busca su vocación tras el ocaso de las minas de carbón, el imperio colonial y la industria textil. Pero Bruselas parece un árbitro imparcial en estas diferencias, y además de ser la capital belga se constituyó también en capital de la cada vez más compleja Unión Europea, que del núcleo primitivo del Benelux (Bélgica, Países Bajos, Luxemburgo) se extendió a 25 estados hacia el oeste y el este de Europa. Y en la maraña creciente de instituciones europeas, Bruselas sale airosa. Se lo reconocen sus habitantes y se lo reconocen los turistas, sorprendidos por el savoir vivre de esta ciudad que tuvo un pasado rico, pero también tumultuoso. Un pasado que este año está a la orden del día, ya que a lo largo de todo 2005 el estado belga celebra sus 175 años de existencia.

La Gran Plaza El corazón de Bruselas late en su Gran Plaza, sin dudas uno de los más hermosos lugares de Europa. Es el principal punto de reunión de bruselenses y turistas a toda hora del día, y el lugar de la capital que los sitios de Internet con webcam eligen mostrar al mundo, las 24 horas, en su ajetreo matutino o en la calma nocturna. Por la mañana, en pleno hormigueo de la actividad comercial, y por la tarde, cuando la salida del trabajo se celebra frente a una cerveza o una buena cazuela de moules frites, el plato nacional belga, aquel que merece pese a su simpleza infinitos debates gastronómicos. La Gran Plaza, construida en el siglo XV, se encuentra en el corazón del llamado Petit Ring, un pentágono de avenidas que rodean el centro de Bruselas y también sus principales puntos de atracción: antiguamente fue la plaza del mercado, en torno de la cual se fueron construyendo –rivalizando en complejidad y belleza– las sedes de los distintos gremios de artesanos. Es difícil decir si la plaza resulta más imponente de día, en pleno movimiento y cuando funciona el mercado de flores, o cuando bien entrada la noche queda desierta e iluminada como un decorado fantasmal y destellante. En todo caso, vale la pena asistir en las noches de verano a los espectáculos de luz y sonido que recrean su historia. Esta obra maestra del urbanismo tiene la forma de un rectángulo de 110 metros de largo por 68 de ancho, y está dominada por el Hötel de Ville de un lado, y la Maison du Roi del otro, dos edificios góticos rodeados por los gremios.

El Manneken Pis Como uno más de los muchos contrastes bruselenses, a pocas cuadras de este lugar construido con la grandeur típica de la vecina Francia se encuentra el símbolo de Bélgica, tan pequeño que casi cuesta encontrarlo. Es el Manneken Pis, ese niñito desnudo cuya imagen se repite en miles de destapadores –estratégicamente diseñados– como uno de los recuerdos más típicos de Bruselas, junto a toda clase de souvenirs y objetos que llevan la bandera azul con estrellas de la Unión Europea. La estatua está colocada en una esquina, contra una pared, exactamente detrás de los grupos de turistas que se esfuerzan por verlo y fotografiarlo, a veces ocultando la decepción que les produce su tamaño. Pero el Manneken Pis, que los flamencos también conocen como Petit Julien o Kleine Julien, tiene su historia: para los belgas es la encarnación del espíritu revoltoso de la capital, esa que hoy es toda una ejecutiva europea, en el más literal sentido de la palabra, pero que supo de sus buenas revueltas en los siglos pasados. Los mismos años en que este niño poco respetuoso del decoro, esculpido en el siglo XVII, adornaba una fuente de la ciudad. Según el momento de la visita, es posible verlo desnudo o bien vestido con algunos de los muchos trajes que le ofrecieron los habitantes de Bruselas. Estos trajes se cuentan por centenas, y se pueden conocer en el museo consagrado a la historia local.

Un reino discreto Y si Bruselas no permite olvidar que es la capital de la Unión Europea, todo un mundo aparte de funcionarios y burocracia, también se encarga de recordar que es la capital de un reino. Un reino discreto, con una monarquía más alineada sobre el mesurado modelo escandinavo que sobre el escandaloso ejemplo británico, pero reino al fin. Allí están como testimonio la Plaza Real y el Palacio Real, parte del llamado “trazado real” bruselense que hoy está en franco proceso de renovación. Toda esta parte de la ciudad, los rasgos básicos de la fisonomía de Bruselas, son una herencia del rey Leopoldo II, que impulsó la apertura de los grandes bulevares y las anchas avenidas que distinguen a esta capital caminable y a escala humana. Eran, claro, los mismos tiempos que el barón de Haussmann también reformaba para siempre la antigua París medieval y abría las avenidas de una ciudad moderna del otro lado del Quievain. Muchos detalles curiosos de esta historia se encuentran en “Brusselez vous?”, un juego de mesa que se hizo popular entre los habitantes de Bruselas, y que sin duda está reservado sólo para auténticos conocedores de sus calles y rincones, los mismos que oscilan entre la arquitectura flamenca y un cierto carácter ya latino.

Historietas y museos Bruselas tiene muchos lugares imperdibles, como sus hermosas galerías –sobre todo la Saint Hubert, construida en 1846–, restaurantes y cafés, cuyas “terrazas” (simplemente, las mesas puestas en la vereda) desbordan durante los meses de buen tiempo. Para caminar no hay mejor zona que la delimitada por la calle de la Montagne, el boulevard Anspach, la Gran Plaza y la calle de l’Ecuyer, un laberinto peatonal al que se asoman casas antiquísimas. En una de ellas funciona el Museo de la Cerrajería, toda una curiosidad que conserva una interesante colección de llaves y cerraduras de todos los tiempos. También vale la pena pasar por el Museo de la Brasserie, sobre la Gran Plaza, y el Museo de la Gueuze (la cerveza local), en el barrio de la Gare du Midi, en el sur de la ciudad. Allí se conoce el proceso de elaboración artesanal de la cerveza, y se puede participar en degustaciones.

De un lado a otro, mientras se pasea y simplemente se disfruta viendo museos como el de Arte Antiguo, con obras de Brueghel y Rubens, negocios y por supuesto los famosos encajes de Bruselas, tal vez evocando interiormente la voz grave y cadenciosa de Jacques Brel, la ciudad reserva aquí y allá algunas sorpresas inesperadas. Es que Bruselas es una de las grandes capitales de este arte infinitamente popular: aquí nacieron el famoso Tintin, el Marsupilami, Lucky Luke y Gaston Lagaffe, además de “Le Chat”, uno de los más sutilmente irónicos personajes de la nueva historieta. Lo bueno es que además de descubrirlos en los álbumes que recopilan sus aventuras, en Bruselas son las propias paredes las que hablan. Gracias a una iniciativa pública en los años ’90, la asociación Art Mural se encargó de pintar en las paredes urbanas grandes murales con los personajes de historieta más conocidos: así desfilan Le Chat, en la Gare du Midi, una pintura cuyo estilo recuerda al gran surrealista belga René Magri- tte; las Ciudades Oscuras, con su mezcla de art nouveau y futurismo, en la calle del Marché au Carbon; Quick y Flupke, en la calle Haute de la ciudad vieja; Blake y Mortimer, en la calle del Petit Rempart, o Lucky Luke, cerca del cruce entre las calles de Anderlecht y la Buanderie. A Tintin, en cambio, se le ha consagrado íntegra una estación de subte, Stockel, que homenajea al periodista creado por Hergé y su no menos famoso perrito Milou.

El Atomium Finalmente, antes de llegar o antes de irse hay que visitar el monumento más famoso de Bruselas después del Manneken Pis. Si el niño irreverente representa el pasado bruselense, el Atomium –que fue el símbolo de la Feria Internacional de Bruselas de 1958– representa en cambio su proyección hacia el futuro. Se trata de una obra que reproduce con muchos millones de aumento la estructura de los nueve átomos de un cristal de hierro, situada en las afueras de la capital. Desde el año pasado está en pleno proceso de renovación, y reabrirá sus puertas a principios de 2006: el viejo aluminio de sus esferas, que está siendo reemplazado por acero inoxidable, fue vendido como recuerdo al público en pequeñas piezas. El Atomium fue construido cuando la humanidad entraba de lleno en la era atómica, con la intención de que sólo durara seis meses: sin embargo, la creación del arquitecto André Waterkeyn’s, como sucedió en su momento en París con la Torre Eiffel, se ganó la imaginación de los bruselenses y un lugar permanente en la geografía de la capital belga. Vale la pena visitar sus nueve esferas metálicas de 18 metros de diámetro, conectadas por tubos por donde circulan escaleras mecánicas. Desde arriba, la vista panorámica sobre una Bruselas que parece de miniatura es impresionante.

Cerca del Atomium, además, se encuentra un parque compuesto por miniaturas de verdad: es el Mini Europa, con réplicas de los principales edificios y monumentos del continente en escala 1:25. Toda una señal, nuevamente, de que Bruselas tiene una sólida vocación como capital de Europa.

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Uno de los magníficos edificios que flanquean la Gran Plaza, construida en el siglo XV.
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