turismo

Lunes, 24 de junio de 2002

FRANCIA DEL MAR DEL NORTE AL MEDITERRáNEO

Bon jour, verano

En pocos días, la temporada de verano empezará en Europa. Y las costas francesas se aprestan a recibir a las legiones de turistas que llegan desde otros países del Viejo Continente buscando el sol del Mediterráneo o las aguas más frías del Mar del Norte y de la Mancha. A tal punto que, para un viajero de otros lados del mundo, cada playa parece una porción de la nueva Europa unida.

Por Graciela Cutuli

Desde chicos, a los franceses les gusta recordar en la escuela que Francia es el único país de Europa bañado por cuatro mares: el Mar del Norte (muy al norte, y a lo largo de una porción de costa muy corta, a decir verdad), la Mancha, el Atlántico y el Mediterráneo. Sin duda, entonces, al llegar el verano, las playas atraen tanto como París, los castillos del Loire, la gruta de Lourdes o el palacio de Versailles. Y son literalmente asaltadas por legiones de europeos (sobre todo durante los meses de julio y agosto). Cada playa parece una porción de la nueva Europa unida –en algunos casos se podría decir apretada, por la cantidad de gente–: los veraneantes llegan desde Alemania, Inglaterra, Escandinavia, Holanda, Bélgica, Austria, y más recientemente de los países de Europa del Este. Hasta se encuentran algunos españoles e italianos, que sin duda tienen playas igualmente buenas en sus países: pero ya se sabe que en materia de turismo no hay nada escrito, y hasta el vecino más cercano puede parecer exótico por el solo hecho de estar del otro lado de la frontera.

FRIAS Y ELEGANTES Hay que reconocer que las playas del Mar del Norte y de la Mancha no son las más tentadoras, aunque en verano tengan sol y las regiones adyacentes sean muy interesantes para visitar. Si ya el Atlántico del Norte no tiene aguas muy cálidas, menos las tienen el Mar del Norte y la Mancha; sin embargo, estas temperaturas resultan muy placenteras para ingleses, alemanes y belgas, acostumbrados a más frescura aún.
Muy al norte, a continuación de las playas belgas que se hicieron famosas en las canciones de Salvatore Adamo, las playas francesas del Mar del Norte se pueden resumir en las dunas del Perroquet (en Bray-Dunes), las playas de Malo les Bains (periferia de Dunkerque) y Oye-Plage (cerca de Calais), así como los dos cabos de Blanc Nez y Gris Nez, que marcan geográficamente la separación entre la Mancha y el Mar del Norte del lado francés. Son playas de fines de semana, para las familias de las industriosas y populosas ciudades que se extienden en el arco industrial franco-belga.
Las playas de la Mancha, no mucho más calurosas, son conocidas por dos cosas: por los elegantes balnearios donde la alta sociedad de París iba a disfrutar de las virtudes del mar y el vicio del juego a principios de siglo XX, y por ser los escenarios del Desembarco de 1944. Los primeros se encuentran a ambos lados de la desembocadura del Sena: Le Touquet-Paris Plage (en la Somme) y Etretat al norte, y Trouville, Deauville y Cabourg al sur. En Etretat se combina una playa de buena calidad con uno de los paisajes más particulares y conocidos del litoral francés. Se trata de los acantilados blancos y las agujas de roca calcárea esculpidos por las olas durante miles y miles de años. Una de sus agujas fue la protagonista de una novela en la que tenía su escondite el famoso ladrón Arsène Lupin, el gentleman cambrioleur...
En Francia es costumbre dar nombre a cada tramo de las costas, que se forjan así identidades e imágenes muy útiles a la hora del marketing turístico. Al norte de la Mancha están la Côte d’Albatre y la Côte d’Opale. La Côte Fleurie (florecida) agrupa a los balnearios chic y mundanos de Deauville, Trouville y Cabourg. El más famoso de los tres es sin duda Deauville, por sus playas, el hipódromo donde se corren algunas de las carreras más importantes de Francia, y desde hace unos años también por el festival de cine norteamericano, uno de los más importantes de Europa después de los de Cannes, Venecia y Berlín. En Cabourg, una vez más la literatura es protagonista, al igual que las olas y el mar: allí estáel Gran Hotel, marco de inolvidables escenas exquisitamente descriptas por Marcel Proust en En busca del tiempo perdido. El joven Marcel era un habitué de los veranos Belle Epoque del balneario.
La Côte de Nacre, la que sigue más al oeste, será para siempre la costa donde se realizó el episodio bélico más decisivo del siglo XX. En estas playas no se rinde culto a los triviales placeres combinados del sol, la arena y el agua, sino a la historia y la memoria de los miles de héroes anónimos que murieron durante la mañana que cambió el destino de la guerra. Si bien Omaha Beach es la playa más famosa, toda esta costa fue el escenario del Desembarco. Hay numerosos cementerios, como el de St Laurent Sur Mer, y varios puestos de vigía cuyas siluetas oscuras escondidas en las arenas siguen mirando inútilmente hacia el mar. Además de los museos que recuerdan los episodios de la guerra, muchos habitantes de la zona pueden contar anécdotas de aquellos días, que vivieron siendo chicos o adolescentes.

PUERTOS EN EL MEDITERRANEO En la punta de los Pirineos, sobre la costa mediterránea, Collioure es un pequeño puerto que conservó su patrimonio frente a las presiones del turismo. Para combinar una vez más la arena con la literatura, se pueden rememorar los versos de Louis Aragon: “Machado dort à Collioure” (Machado duerme en Collioure), porque es allí donde fue sepultado el poeta español, que se refugió en Francia durante la Guerra Civil.
Hasta el delta del Ródano, la costa mediterránea es una sucesión de balnearios populares: Leucate, Gruissan (el escenario de los primeros minutos de la película Betty Blue), Port La Nouvelle, Agde, Palavas les Flots, La Grande Motte. Algunos de estos balnearios son el mejor ejemplo de cómo el turismo masivo y proyectos inmobiliarios incontrolados pueden destruir la fisonomía de una costa, como ocurre en gran parte de la costa española y la costa adriática italiana. Palavas, la Grande Motte y Le Grau du Roi son estos balnearios. Por suerte, algunos tramos de esta zona pudieron salvarse, como la ciudad vieja de Agde, que se remonta a un puerto griego de más de dos milenios de antigüedad, y el puerto de Sètes, donde nació el cantautor Georges Brassens.
Entre los dos brazos del Ródano, la Camargue es el Far West francés, una región de vaqueros y de rebaños de toros que viven en semi-libertad. Su única playa, en una costa en constante movimiento que avanza varios metros cada año sobre el mar, es Saintes Maries de la Mer. Allí acuden cada año miles de gitanos de todo el mundo, que veneran a su santa patrona en una fiesta que dura varios días. No hay que extrañarse de que muy cerca de allí hayan nacido y vivido los Gypsy Kings...

UNA COSTA TODA AZUL El resto de la costa mediterránea es una historia conocida y valorada en todo el mundo. No sólo está la famosa Costa Azul sino que también entre Marsella y St Tropez hay toda una serie de lugares de una increíble belleza. La combinación de montañas, costas rocosas, aguas transparentes y cálidas y puertitos escondidos en el fondo de diminutas bahías forjan paisajes de una universal belleza. De hecho, los nombres de estos balnearios son sinónimos en todo el mundo de vacaciones y mar: La Madrague (en las afueras de Marsella, donde vive Brigitte Bardot), Cassis, La Ciotat, Bandol, Sanary sur Mer, La Seyne sur Mer, Le Lavandou, St Tropez, Beauvallon, Grimaud, Ste Maxime, Fréjus, St Raphael, por citar los más grandes. Entre Cannes e Italia está el corazón mismo de la Costa Azul. Es la costa de todas las bellezas, de todas las riquezas, de todas las diversiones, donde unos pocos se muestran y lanzan las modas que muchos miran e imitan. Basta mencionar Cannes y Niza para representar toda una porción de sueños, un pedazo del mundo ideal que sólo existe allí y en el papel satinado de las revistas mundanas.
Sin embargo, hay quien desdeña las concentraciones de Cannes y Niza para elegir balnearios más discretos, más pequeños, pero también más exclusivos: Cap Ferrat, Juan Les Pins, Antibes, Beaulieu sur Mer, Roquebrune, Cagnes sur Mer... Nombres anclados en la costa del mar de los ideales, en la riviera más codiciada del mundo, donde muchos pueden aprovechar del sol, pero sólo unos pocos consiguen su lugar frente a él. Simbolizando lo mejor y lo peor de la Costa Azul, Mónaco le agregó el toque de opereta que era lo único que le faltaba a la Costa. A costa de azul, los Grimaldi consiguieron también su sangre azul...

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En la Mancha, las agujas de roca de la playa de Etretat, escondite de un ladrón de novela: Arsène Lupin.
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