turismo

Domingo, 21 de enero de 2007

ZOO DE BUENOS AIRES > HISTORIA Y ARQUITECTURA

El arca porteña

Un recorrido por los curiosos edificios del Zoo de Buenos Aires, declarado Monumento Histórico de la Ciudad. Desde su inauguración, en 1888, cada uno de los recintos que se construyeron fueron diseñados con distintos estilos arquitectónicos (chino, hindú, morisco y grecorromano). Actualmente, el Zoo trabaja en su restauración. Pero también en redistribuir la fauna por zonas geográficas recreando el ambiente natural del hábitat de las especies.

 Por Julián Varsavsky

El 26 de junio de 1888, el intendente de Buenos Aires Antonio Crespo propuso al Concejo Deliberante que la Sección Zoológico Botánica del Parque 3 de Febrero fuese separada del histórico paseo para asignarle un terreno propio. El lugar elegido fueron los jardines de la hermosa casona que Juan Manuel de Rosas hizo construir en 1835. Allí, el entonces gobernador de la Provincia de Buenos Aires solía mostrar a los visitantes su pequeño zoológico donde había pumas, yaguaretés, gatos de monte y hasta un oso que le había comprado a un gitano. Luego de varias gestiones, el 30 de octubre de 1888 se promulgó la ley correspondiente y es la fecha considerada como aniversario de la creación del Zoo.

La iniciativa fue en realidad de Domingo Sarmiento, que siguiendo con la corriente del positivismo europeísta de la época opinaba que Buenos Aires debía tener un jardín zoológico como las grandes ciudades europeas. Sarmiento encargó esa “misión” a Eduardo Holmberg, un enciclopedista y naturalista de linaje patricio que adhería a las nuevas teorías evolucionistas.

Partiendo prácticamente de cero, el nuevo director determinó que los edificios donde vivirían los animales debían reflejar la arquitectura del país de origen de cada especie, un estilo que perdura hasta hoy. Los recintos más antiguos se construyeron entre 1888 y 1903, durante la gestión de Holmberg. El modelo era el del Zoo victoriano, donde se exhibían para los habitantes de la gran ciudad toda clase de fieras y animales exóticos, muchas veces fruto del colonialismo. Hasta ese entonces esas especies sólo eran conocidas por fotos y grabados.

Los primeros habitantes del Zoo porteño fueron tres cisnes que regaló el mismo Sarmiento, un hurón, un guanaco y un yaguareté. Generalmente, los animales eran donados por estancieros, que ordenaban capturarlos para poblar el Zoo. En poco tiempo, el Zoo llegó a recibir unos 200 mil visitantes por mes, convirtiéndose así en un fenómeno masivo.

En 1894 se adquirieron en la casa Hagenbeck de Hamburgo 500 mamíferos y 700 aves. En un principio los animales eran sólo una de las atracciones, ya que el Zoo también incluía juegos como el carrusel y la vuelta al mundo, y paseos en elefante o a lomo de burro.

En 1904 el presidente Roca nombró al frente del Zoo a Clemente Onelli, un explorador de las tierras patagónicas, quien al asumir afirmó que “el jardín zoológico no debe ser una exposición de fieras sino que debe contribuir al estudio de la fauna”. Al mismo tiempo, agregó los típicos atractivos de un parque de diversiones como el teatro de títeres, pequeños tranvías y un trencito “liliputiense” que recorría las 18 hectáreas del predio. El éxito fue total y la afluencia del público aumentó en cientos de miles de visitantes por mes.

A partir de 1920, la arquitectura del Zoo comenzó a modificarse en función de una nueva concepción que tomaba en cuenta la situación de los animales. Aquellas jaulas del “teatro de exhibición de animales” se reemplazaron de a poco por los fosos de seguridad donde los animales viven en espacios abiertos más naturales y disponen de un sector cerrado para descansar. Desde entonces, el animal “se reserva el derecho de atender a las visitas”. Pero tuvo que pasar más tiempo para que los Zoo comenzaran a convertirse en centros de recría para la reintroducción en su ambiente de especies en peligro de extinción.

ARTE DECORATIVO Especialmente en sus primeras décadas, el Zoo porteño adquirió una larga serie de piezas decorativas para exhibir al aire libre, siguiendo el estilo de los grandes parques europeos. Entre ellas, se distingue el diseño oriental ligado a las especies asiáticas. En una segunda etapa, ya bajo la dirección de Onelli, se incorporaron las tradiciones clásicas y neoclásicas de Grecia y Roma, como templos y fuentes renacentistas. En la entrada del Zoo, si se observa con atención, se descubrirá que el pórtico es una réplica a escala más pequeña del Arco de Tito en Roma. El Templo de Vesta, por su parte, es una réplica en menor tamaño del que existe en el Foro Romano, dedicado a la diosa del hogar. Originalmente, este edificio era la Sala de Lactancia del Zoo, donde las hembras amamantaban a sus hijos, y contaba incluso con una enfermera para lo que hiciese falta. El estilo morisco de Andalucía se refleja en La Casa de los Loros, con sus cúpulas rematadas en aguja y un patio andaluz con una fuente y asientos azulejados. Este recinto fue donado por el gobierno español en 1889.

El Templo Indostánico –habitado hoy por las llamas–, sobresale por su recargada simbología hinduista. Originalmente fue una confitería con una terraza en el primer piso desde la cual los visitantes podían ver cómo unas chicas vestidas de aldeanas holandesas ordeñaban una docena de vacas holando argentinas. El slogan de la confitería era “leche al pie de la vaca”.

El Templo de los Elefantes es obra del arquitecto italiano Virgilio Cestari y se inauguró en 1904. Algunos investigadores suponen que es una réplica de un templo hindú de Bombay, con planta circular. En sus paredes sobresalen los bajorrelieves y estatuas con simbología védica y budista, realizados por el escultor Lucio Correa Morales. El Templo Egipcio, que albergó originalmente a varias clases de monos, hoy es habitado por simpáticas suricatas.

EL ZOO HOY Desde hace cuatro años, el Zoo porteño tiende a reorganizar la disposición de las especies por zonas geográficas, reconstruyendo en lo posible los ambientes naturales. Por ejemplo, hay una nueva zona china centrada alrededor de una deslumbrante pagoda donde se ha plantado un pequeño bambusal. Allí habitan dos especies animales chinas en peligro de extinción: el ciervo milú y el panda rojo, un pequeño mamífero de increíble belleza exótica, con cara rojiza y larga cola anillada.

En la zona australiana se reproducen distintos ambientes de los desiertos de Oceanía y se exhiben ejemplares de wallabies –la especie de canguros más pequeña–, dos parejas de canguros grises y una familia de enormes canguros rojos. En la recientemente remodelada zona africana se pueden ver –distribuidos en diferentes áreas– una jirafa bebé macho, una especie de hipopótamo diminuto, varias cebras, rinocerontes, antílopes e hipopótamos comunes. En la Casa de los Osos Polares viven Josefa y Botija, cuya intimidad subacuática se puede ver cara a cara detrás de un cristal. Y entre los nuevos habitantes están los lemures o fantasmas de Madagascar, conocidos por sus vocalizaciones nocturnas y su forma de desplazarse de costado con los brazos levantados. Un dato curioso es que estos animales son prosimios, es decir que son anteriores a los simios en la escala evolutiva.

UN JARDIN DE ESTATUAS

Rodeadas de jardines, escondidas entre la vegetación y semiocultas al final de un corredor, las obras escultóricas del Zoo son una atracción aparte. En la entrada principal está El Eco, de Lola Mora, una estatua de mujer con el busto desnudo, tallada en mármol de Carrara en 1903. Entre las réplicas hay tallas de la Venus de Milo, del Dios Baco y un Anfora Griega. Una de las más apreciadas es el Reloj Solar, la escultura en mármol de una mujer desnuda que marca las horas con la sombra de su dedo índice. Y junto al lago Darwin se pueden ver las réplicas de unas curiosas columnas de estilo bizantino (siglo VI) que se instalaron a principios del siglo XX.

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Como en su casa. El panda rojo se asoma desde la impresionante pagoda china.
Imagen: Ana D’Angelo
 
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