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Domingo, 28 de enero de 2007

MISIONES > ECOTURISMO POR LA PROVINCIA

Dormir en la selva

Un viaje de punta a punta por la selva misionera, durmiendo en lodges, refugios y campings. Desde Posadas o Puerto Iguazú, estos recorridos permiten conocer la riqueza cultural de la provincia y descubrir recónditos lugares inmersos en la verde naturaleza. También una visita a los Saltos de Moconá y al pueblo fronterizo de Andresito.

 Por Julián Varsavsky

Misiones no sólo tiene las imponentes Cataratas. En la provincia se pueden hacer diversos recorridos por la selva para explorarla con alma de viajero, alojándose al menos un par de días en alguno de los lodges y refugios, tomando como base Puerto Iguazú o la ciudad de Posadas.

Una aproximación a Misiones con estas travesías tiene su lógica muy particular. Al visitar las Cataratas del Iguazú, el turista toma un contacto somero con la selva al caminar por los circuitos de las pasarelas siempre atentos a los saltos y casi nunca al verde escenario que los rodea. Y generalmente las excursiones que se hacen en vehículos por el parque nacional no se detienen para que los visitantes puedan adentrarse en la selva. O sea que para compenetrarse de verdad con la verde naturaleza misionera hay que salirse de los circuitos tradicionales de Iguazú, que en realidad se pueden recorrer en un tiempo máximo de tres días en un fin de semana largo. Pero Misiones es una provincia para salir a descubrirla sin premura, no sólo por los paisajes sino por la cultura propia de los misioneros. Y para vivenciar la selva en sus entrañas, sintiendo su aliento de tierra salvaje, hace falta parar un poco la marcha y dedicarse a descansar unos días en alguna cabaña de madera junto a un arroyo a la que sólo se llega a través de algún camino de tierra colorada.

DESDE POSADAS Partiendo desde la capital de Misiones por la Ruta Nacional 12 y empalmando con la Ruta Provincial 7 en Jardín América, se llega a la localidad de Aristóbulo del Valle, casi en el centro exacto de la provincia, a 160 kilómetros de Posadas (hay varias frecuencias diarias de micros entre las dos ciudades). Cerca de Aristóbulo de Valle está el primer lodge llamado Tacuapí. Ubicado dentro del llamado Corredor Verde –un área protegida que busca evitar la desconexión de la selva misionera–, el complejo mide 50 hectáreas que terminan justo donde comienza el Parque Provincial Salto Encantado. La zona está rodeada por algunos cerros y numerosas cascadas a las que se llega caminando por senderos en medio de la selva. El lodge tiene tres cabañas de madera y una pileta. Desde allí se puede visitar una aldea guaraní y un secadero de yerba mate, y hacer excursiones a caballo, en mountain bike y prácticas de rappel.

Un viaje para adentrarse en el maravilloso universo verde de la selva misionera.

El siguiente destino del recorrido son los Saltos de Moconá, ubicados en el centro-este de Misiones, donde el río Uruguay separa la Argentina de Brasil. Estos saltos son muy distintos a los de Iguazú y están rodeados por una naturaleza más virginal, donde conviven los colonos de origen centroeuropeo con los indios guaraníes.

Camino a Moconá, por la Ruta Provincial Nº 2, el pasto crece hasta el borde del asfalto y parece a punto de invadirlo. El fragante verdor de los pastizales impregna el aire y pareciera que se cumple una orden suprema de arborizar cada centímetro del terreno sin dejar claros. Aunque en verdad cada vez más aparecen manchones de la hermosa tierra colorada misionera, que hace apenas cincuenta años era imposible ver por estar cubierta por la selva. A la altura del poblado de El Soberbio se empiezan a ver las primeras casas de madera con techo a dos aguas y frente inglés, pintadas con vivos colores por los colonos europeos. Y en la ruta se cruzan numerosos carros “polacos” de madera tirados por dos bueyes que van a paso de tortuga, llevando lugareños de pelo rubio y piel extremadamente blanca y roja.

Los Saltos de Moconá se formaron hace millones de años, resultado de una falla geológica que produjo un hundimiento del terreno, dejando al descubierto un gran escalón de piedra que mide tres kilómetros de largo por quince de alto. Y justo por allí pasa el río Uruguay, cuyo curso se quiebra por la mitad y cae sobre sí mismo en una catarata larga y continua. El fenómeno es único en el mundo, ya que después de caer el río avanza encerrado entre dos paredes de oscuro basalto por donde los viajeros navegan disfrutando de un espectáculo natural muy llamativo.

Para visitar los Saltos de Moconá existen varias alternativas de alojamiento, siempre en la selva. Por un lado está la opción más económica del Refugio Moconá, con sus dos pisos de madera rodeados por una selva cuya densidad es lo único que se ve por las ventanas de las habitaciones. Muchas personas se instalan aquí por varios días a descansar y caminar por los alrededores para observar las aves con la ayuda de prismáticos. El servicio incluye duchas con agua caliente y amplios baños compartidos con muy pocas personas.

La segunda alternativa de hospedaje es el Lodge Don Enrique, con cuatro bungalows de madera y unos decks. Ubicado junto al arroyo Paraíso, es ideal para hacer avistaje. En uno de estos paseos se llega hasta la Reserva de Biosfera Yabotí, que se puede recorrer con guías, casi todos de origen guaraní. En la excursión se puede ver un sorprendente Ivirá Pitá –árbol cañafístula– de 400 años y 50 metros de altura, con su tronco surcado casi hasta la copa por una liana tan gruesa y poderosa que sostiene una enorme rama desprendida del tronco.

La tercera alternativa es la Posada La Misión, ubicada sobre el río Uruguay en el límite con el Parque Provincial Moconá. Este complejo de seis cabañas de madera con vista al río ofrece actividades muy variadas como paseos en kayak y canoa, cabalgatas, pesca y salidas en bicicletas y cuatriciclos.

DESDE IGUAZU Casi en las afueras de Puerto Iguazú, está el Iguazú Jungle Lodge, un nuevo complejo con seis cabañas para siete personas a orillas de un arroyo. Es el único lodge de ecoturismo en la selva que existe en Puerto Iguazú.

Desde los balcones de las cabañas de dos pisos casi no se ve el cielo de tan alta y densa que es la selva que las rodea (lo mismo ocurre desde la mayoría de las ventanas). En su interior las cabañas tienen aire acondicionado, cocina completa, TV por cable, hidromasaje y computadora conectada a Internet. Pero también tienen una parrilla y una piscina, algo muy necesario en Iguazú.

El siguiente destino de este periplo misionero es Andresito, un alejado pueblo de frontera ubicado en el extremo nordeste de la provincia, a una hora de Puerto Iguazú. Fundado en los confines de la Argentina, surgió de un plan de “colonización” impulsado en 1980 para “contrarrestar” la influencia brasileña en nuestro territorio. Pero el objetivo de ese plan de ceder tierras fiscales resultó a medias, ya que por su ubicación –a 20 km de Brasil y a 90 km de Paraguay– Andresito y sus alrededores están en una de esas extrañas zonas de transición donde las fronteras culturales son más difusas que las arbitrarias líneas de los mapas políticos. Si bien es innegable que estamos en la Argentina, la influencia brasileña gaúcha se refleja en las costumbres culinarias, en el estilo de las viviendas de madera, en el modo de cultivar y hasta en el lenguaje. El hecho es que muchos de los argentinos y descendientes de europeos invitados a colonizar estas tierras terminaron siendo “abrasilerados”, incluso utilizando algunos de ellos el portugués como su lengua más usual.

Desde la galería del lodge Tacuapí, un panorama de la densidad de la selva.

EN LAS AFUERAS DE ANDRESITO La colonia Andresito vive básicamente de la producción de yerba, ganado, tabaco y la explotación forestal. Pero en los últimos años comenzó a desarrollarse allí una incipiente actividad turística orientada a un ecoturismo muy auténtico. El Establecimiento San Sebastián está ubicado selva adentro, a 23 kilómetros del pueblo por un camino de tierra. Su dueño es Don Camilo, quien a sus 74 años muy bien disimulados decidió recibir turistas sin dejar sus tareas de cuidar ganado. El viaje desde Andresito a San Sebastián se hace en un precario colectivo. El polvoriento camino abre un tajo rojo en la selva mientras el micro avanza con pasajeros de muy pocas palabras que miran algo sorprendidos al que recorre por placer la zona. Sin embargo, se vuelven muy amistosos cuando uno les busca conversación. La mitad habla en portugués y el resto en español. Y casi todos son chacareros que descienden del colectivo en medio de la nada y se pierden por un sendero en la selva. Cuando los viajeros llegan al Establecimiento San Sebastián, Don Camilo los espera sonriente junto a la ruta en su jeep modelo 1944. Es un argentino hijo de brasileños nacido en la zona que casi no habla español sino portugués. Y cuenta que hace cinco años, cuando decidió dedicarse también al turismo, comenzó a construir con sus propias manos diez habitaciones y dos cabañas totalmente de madera. La más idílica de las cabañas está en una islita en medio de un pequeño lago artificial. El romántico medio de transporte para cruzar los siete metros que separan la cabaña de la costa es una balsa de madera. Para que avance, hay que tirar suavemente de un alambre atado entre las dos costas. En la cabaña, la decoración es muy sencilla. Una cama doble, una mesita, un porche con una hamaca paraguaya, una cocina y un pequeño baño con ducha (quien desee agua caliente puede bañarse en la hostería). En el edificio central del establecimiento hay 10 espaciosas habitaciones dobles y cuádruples.

Junto a las pacíficas aguas del río Iguazú –que 50 kilómetros más adelante estallan en un cataclismo de espuma–, el Panambí Lodge ofrece un confortable alojamiento en medio de la naturaleza y en las afueras de Andresito. Tiene cinco habitaciones dobles y cuádruples con puertas corredizas de vidrio en uno de sus flancos que abarcan todo el largo de la habitación, frente a la selva. En el centro del complejo hay una pileta con tres niveles unidos entre sí por una cascadita. A un costado, unas cómodas hamacas atadas a los árboles prometen un reposo de ensueño. Y unos pasos más adentro en la selva se levanta una torre de madera de 12 metros de altura con una terraza desde donde se puede ver el techo de la selva y los atardeceres sobre el río Iguazú, con su horizonte verde perdiéndose en el infinito.

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Con una estadía en la selva se pueden hacer fantásticos recorridos en mountain bike.
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