turismo

Domingo, 28 de enero de 2007

SAN JUAN Y LA RIOJA > LOS PARQUES DE ISCHIGUALASTO/TALAMPAYA

La historia de la Tierra

Ubicados en la frontera que separa las provincias de San Juan y La Rioja, los parques naturales de Ischigualasto y Talampaya fueron declarados hace seis años Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. La región que hoy es un desierto despoblado fue un vergel hace unos doscientos cincuenta millones de años, donde reinaba el Eoraptor lunensis (“raptor del amanecer”), un pequeño dinosaurio carnívoro.

 Por Marina Combis

No hace falta alejarse demasiados kilómetros de la Ruta 40 para que el viajero descubra que el paisaje ha cambiado abruptamente. Los fértiles valles sanjuaninos se interrumpen, casi sin anunciarlo, para dar paso a tierras secas y desoladas cubiertas de ocres y grises como si fueran un rincón arrancado de la Luna. Los llanos riojanos se transforman de pronto en interminables formaciones donde predominan grandes paredones rocosos teñidos de rojo. Es la tierra de los dinosaurios y el paraíso de los paleontólogos.

En San Juan, el nombre de Ischigualasto deriva probablemente de los antiguos pobladores diaguitas que habitaban la región hace unos mil años. Su denominación más conocida, el Valle de la Luna, tiene un origen incierto. En 1943, la revista del Touring Club Argentino mencionó el lugar de esa forma en un artículo turístico sobre la provincia. El periodista sanjuanino Rogelio Díaz Costa tuvo un destacado papel en la difusión de esta región, dando a conocer el valor y la importancia de Ischigualasto para el turismo regional. En su memoria, uno de los pintorescos parajes del Valle lleva su nombre. Por contraposición, Talampaya, en La Rioja, es percibido como un paisaje de Marte debido a la coloración rojiza de la formación geológica de Los Colorados, con abruptos barrancos, valles y quebradas.

PUEBLOS DE LA REGION En tiempos precolombinos, la región estaba habitada por algunos pueblos de raíz diaguita, esencialmente cazadores, cuya presencia quedó registrada en los impresionantes paredones del Cañón de Talampaya, que contienen centenares de grabados rupestres. En algunos sitios de altura de Ischigualasto, como el Cerro Overo, los abundantes fragmentos de puntas de flecha, raspadores y manos de mortero testimonian, junto con los ocasionales muros de pirca, la historia de sus tempranos habitantes. Hacia finales del siglo XVII comenzó a producirse un avance poblacional que llegaba desde la zona de Córdoba y desde San Juan, fundándose numerosas poblaciones que solían utilizar como base los precarios asentamientos preexistentes. Así nacieron las villas de San Agustín de Valle Fértil y San José de Jáchal, en el norte de San Juan. Doscientos años más tarde, las actividades humanas más importantes seguían siendo el transporte de ganado y el laboreo minero. Enormes arreos de ganado bovino y mular en pie, que solían llegar a las cien mil cabezas, transitaron durante décadas la ruta de Ischigualasto, provenientes del Piedemonte de la Sierra, de la vecina provincia de La Rioja y hasta del norte de San Luis y posiblemente de Córdoba. El último de ellos parece haber sido realizado en 1916.

Luego de atravesar Ischigualasto, lo que demandaba varios días, el ganado llegaba a la zona de Jáchal, y de allí a la localidad de Iglesia, al pie de la cordillera. En este lugar, además de pasar el invierno, se procedía a herrar a las vacas, pues el paso de la cordillera desgarraba las pezuñas desnudas. Cerca de los fogones encontrados y en otros lugares ubicados al costado de esta ruta, es posible observar peñascos plagados de marcas de ganado, ya sean dibujadas con algún instrumento cortante o impresas a fuego con las mismas marcas de hierro. Muchas pautas culturales generadas en estos menesteres subsisten aún en la zona y basta penetrar en la intimidad de las pequeñas comunidades periféricas para descubrirlas.

A principios del siglo XX, numerosas caravanas de mulas cruzaban un sector de Talampaya provenientes de la actividad minera en los faldeos del Famatina y serranías circundantes. Entre 1920 y 1954 se explotaban en Ischigualasto tres minas de carbón. En una de ellas, la mina Los Cajoncitos, que se encuentra a pocos metros del refugio de acceso al Parque, todavía se pueden apreciar los restos de las construcciones: un corral para los animales y paredes de pirca casi derruidas, posiblemente habitaciones o depósitos. Otra de estas explotaciones, la mina de Los Rastros, tuvo un período de auge en las primeras décadas del siglo. El carbón extraído era llevado a lomo de mula a las fraguas y los hornos de Huaco y Jáchal, a unos setenta kilómetros de allí.

San Agustín de Valle Fértil, fundada en 1788, todavía es una zona tranquila y agradable ubicada frente a un hermoso lago natural y rodeada por una frondosa vegetación. Otras poblaciones como Chucuma, Astica, San Agustín, Baldes del Rosario y Los Baldecitos, puerta de entrada al Valle de la Luna, están instaladas en el piedemonte o en los bolsones interserranos. Tierra de artesanos, de los rústicos telares nacen delicados ponchos de lana de oveja o de guanaco, jergones y mantas inundadas de color y de memoria. En los pequeños pueblos de los alrededores todavía se utiliza la “noquia”, un simple pozo al cual se arroja una especie de gran balde de cuero que es extraído pacientemente a través de una soga con la ayuda de una mula. Otros pueblos, como Pagancillos, Villa Unión y Villa Castelli, sobreviven al tiempo en las cercanías de Talampaya.

La erosión en el Valle de la Luna dio lugar a formas sorprendentes como La Esfinge.

EL VALLE DE LA LUNA El Parque Provincial Ischigualasto ocupa unas 63.000 hectáreas al noreste de la provincia de San Juan. La zona presenta un aspecto semidesértico e inhóspito, lo que le ha valido el nombre de Valle de la Luna o Valle Pintado. Hace algunos millones de años, al principio del período Triásico, la zona era un imponente vergel cubierto de frondosa vegetación regada por abundantes lluvias y una variada fauna. Existían numerosos lagos, lagunas y pantanos que alimentaban la humedad ambiente y el desarrollo de una exuberante selva de acacias, ginkos y palmeras.

La aparición de la Cordillera de los Andes, hace apenas sesenta millones de años, cambió totalmente las condiciones de vida que se habían forjado durante ciento ochenta millones de años. El paisaje selvático dio paso a una región árida y semidesértica, en la cual la erosión labró formas singulares. Las areniscas de color rojo pastel, salpicadas ocasionalmente por bloques aislados de colores verdosos y ocres y acantilados de hasta 200 metros de altura donde se divisan fácilmente los diferentes estratos, forman gigantescas columnas y finos obeliscos, alternados por cañadones y gargantas recorridas por arroyos y ríos que permanecen secos durante buena parte del año. La vegetación del parque es típica de su clima cálido y árido, con algunas franjas de pequeñas plantas y algarrobos en las márgenes de los pocos ríos temporarios, mientras que en las planicies y llanos aparecen, en montecillos aislados, las chilcas de color pardo rojizo y algunos arbustos como la jarilla, la pichana y el retamo. Son muy comunes en la zona el espinillo, el retortuño, el muérdago o “pasto de guanaco” y otras especies silvestres propias del monte.

Al igual que la flora, la fauna sobrevive con dificultad en este clima agreste, adaptándose muchas veces a hábitos nocturnos para escapar de la alta temperatura del día. Las tropillas de guanacos transitan frecuentemente por los bajíos o las lomadas, mientras alguna mara o liebre silvestre asoma displicente en los roquedales. Algunos pumas, zorros grises y hurones recorren ocasionalmente estas tierras desoladas. Las aves son notables y variadas: los ñandúes petisos o choiques, en grupos de cinco o seis individuos, son comunes en las zonas llanas; cóndores, aguiluchos, copetonas y chuñas completan una fauna diversa pero escasa, a las que se suman algunas víboras, lagartijas y lagartos.

Pero la característica principal de esta región es haberse convertido en el paraíso de los paleontólogos. El Parque Provincial Ischigualasto es considerado uno de los yacimientos paleontológicos más ricos del mundo en el hallazgo de reptiles Terápsidos, de los cuales habrán de evolucionar los mamíferos. Uno de los hallazgos más famosos es el del Eoraptor lunensis (“raptor del amanecer”), que presenta al mismo tiempo características primitivas de reptil clásico y de dinosaurio. Carnívoro y predador, este dinosaurio de 228 millones de años de antigüedad está considerado por algunos especialistas como uno de los más primitivos que se conocen. Casi toda el área de Ischigualasto está formada por terrenos del período Triásico, característico por el dominio absoluto de los dinosaurios, que contienen una variada gama de reptiles fósiles cuyo conocimiento representa un importante avance en el conocimiento de la historia de la vida sobre el planeta. Entre éstos se destaca un reptil mamiferoide, el Cinodonte, y numerosos reptiles carnívoros y herbívoros, algunas de ellos de gran tamaño como el Saurosuchus galilei, un carnívoro de más de cuatro metros de largo. También se han hallado restos de saurópodos, similares a los cocodrilos actuales, y otras especies de gran interés para la ciencia, además de restos de grandes árboles petrificados que delatan la presencia ya olvidada de una naturaleza desbordante y pródiga.

UN PAISAJE DE MARTE El Campo de Talampaya, ubicado entre las sierras de Sañogasta y los Colorados, es un territorio de fuertes contrastes orográficos, donde alternan elevaciones de hasta 1300 metros, extensos desiertos, imponentes murallones de piedra roja, valles y quebradas. El Parque Provincial se extiende a lo largo de 215.000 hectáreas. Está ubicado a 30 km de la localidad de Pagancillos y a 207 de la capital de La Rioja. Así como Ischigualasto es percibido como un paisaje lunar, Talampaya podría ser comparado con un paisaje de Marte debido a la profusión de rojos y ocres ensamblados en su abrupto relieve. El Gran Cañón, una profunda garganta flanqueada por altos murallones, sobrecoge por su excepcional belleza. Producto de la erosión que se prolongó durante millones de años, fantásticas figuras se alzan en el paisaje como esculturas eternas, recibiendo nombres imaginarios como Los Reyes Magos, La Catedral y, la más famosa de todas, El Monje.

Talampaya es uno de los grandes escenarios naturales de la Argentina. A lo largo del cañón del río del mismo nombre asoman centenarios bosquecillos de algarrobo, enmarcados entre paredones de casi 100 metros de altura que otorgan al paisaje un atractivo único. La vegetación está caracterizada por una flora típica del clima árido y cálido, con manchones arbustivos de chilcas, jarillas, retamos y pichanas. En los cañadones abiertos por el arroyo Talampaya y sus afluentes se observa la presencia de grandes algarrobos junto con ejemplares aislados de chañar, brea y espinillo. Al igual que la flora, la fauna se ha adaptado a este clima desfavorable. En los extensos jarillales y retamales habitan zorros grises, chuñas de patas negras, guanacos, ñandúes petisos o choiques y maras, mientras que las grietas y pequeñas cuevas albergan a diversos tipos de roedores, y las alturas custodian los nidos de los cóndores.

Fuera del alcance del visitante se encuentra el otro Talampaya, que guarda en todo su esplendor la memoria de los pobladores prehispánicos de la región. Los centenares de grabados rupestres de la zona conocida como Los Pizarrones constituyen una de las manifestaciones más importantes del arte indígena del país, con magníficas y delicadas imágenes de guanacos, pumas, ñandúes, serpientes, representaciones geométricas y figuras humanas.

Pero es la riqueza fosilífera la que ha llevado a Talampaya a ocupar un lugar excepcional en la Paleontología mundial. Afloran en el área depósitos sedimentarios del Pérmico y el Triásico ricos en fósiles, especialmente de grandes anfibios y reptiles. Todo el valle comprendido entre las sierras de Sañogasta y Morada resulta del mismo origen Triásico que el vecino Ischigualasto, del cual lo separa la Sierra Morada. Antes del levantamiento de la Cordillera de los Andes, estos terrenos bajos, pantanosos y húmedos estaban cubiertos por una densa vegetación tropical de helechos y grandes árboles, donde habitaba una variada fauna de reptiles acuáticos y terrestres, herbívoros y enormes carnívoros. Numerosos restos fósiles han sido hallados en estos terrenos, entre ellos ejemplares de gran tamaño como el Riojasaurus bonapartei, de gran valor paleontológico, el Lagosuchus talampayensis y tortugas de más de doscientos millones de años de antigüedad.

Como en pocas regiones del mundo, en Ischigualasto-Talampaya está representada la casi totalidad del período Triásico, hace unos 250 millones de años, conservando para el futuro la posibilidad de comprender el lugar y el papel que ocupamos en esta larga e interminable cadena de la vida.

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Los imponentes murallones rojos de Talampaya.
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