UNIVERSIDAD › OPINION

Un Estado que no mira para otro lado

 Por Inés Tenewicki *

Hace pocos días, el ministro de Educación, Alberto Sileoni, informó que este año hay 250 mil jóvenes más en las escuelas secundarias de todo el país. Y que el incremento se debe al impacto de la Asignación Universal por Hijo, básicamente en el nivel medio y en las zonas de menores recursos. La buena noticia tiene rostros curtidos por el sol y la pobreza en la escuela Revolución de Mayo, en los suburbios de San Fernando del Valle de Catamarca, donde fuimos con la revista El Monitor a registrar cómo se vive en este rincón del país una estadística contundente, pero no exenta de problemáticas y desafíos.

Esta comunidad humilde de los contornos del sur de la ciudad estrenaba un edificio escolar de 6 mil metros cuadrados, el más grande del país. Al igual que los 872 edificios inaugurados desde 2003, el nuevo espacio se pensó para los niños y jóvenes que el sistema educativo esperaba incorporar. En este caso alberga a 1400 chicos de 5 a 18 años que hasta el último marzo o no tenían vacante en la zona, o sus familias no tenían con qué mandarlos a la escuela.

Mientras preparaban en el patio el locro popular del Bicentenario, un grupo de padres, nuevos beneficiarios de la AUH, se peleaban para contar que por suerte ahora pueden llevar todos los días a los hijos a la escuela. No dicen que es un requisito del Plan, dicen que ahora pueden. Las voces son de algarabía. “Estamos contentos, por fin se acuerdan de nuestros hijos”, dice Patricia Roldán, mamá de dos chicos de 14 y 8 años.

En los últimos tres años de esta secundaria –aún Polimodal en Catamarca–, de 240 chicos, 115 son hijos de beneficiarios del Plan, y están recuperando una escolaridad que hasta el momento de recibir la Asignación era discontinua. Un 15 por ciento del total de los alumnos de la institución estaba desescolarizado.

Victoria Argañaraz, alumna de 8 años, dice que “ahora tenemos para venir bien preparados a clase, y siempre está la comida en casa. Mi papá sale todos los días a trabajar pero ahora, aunque sea poco, nos alcanza mejor; a la escuela venimos todos los días, antes no era así, faltábamos mucho”.

Sin embargo, en el testimonio de docentes y directivos, los datos prometedores se teñían de preocupación. Es que no todos los sectores de la comunidad educativa les dan la bienvenida a los chicos “nuevos” y, en este punto, la escuela se encuentra frente al reto de elaborar estrategias por la inclusión y la retención.

“Esta es una comunidad compleja, donde los alumnos expresan problemáticas sociales de las familias: chicos del interior que viven en barrios y asentamientos precarios, y otros chicos que viven al lado, pero en un barrio de casas municipales, más de clase media. Estamos trabajando con padres y organizaciones sociales para que acompañen a los chicos en esta instancia difícil de integración”, explica Fernando Oliva, director de la EGB.

José Pizarro, el director del Polimodal, agrega que no fue fácil el comienzo de clases, que hubo resistencias para incluir a los nuevos alumnos, que hubo episodios de violencia y algunas señales de ausentismo. “Los alumnos viven en barrios limítrofes entre sí, pero entre ellos hay barreras infranqueables. La escuela tiene que trabajar mucho para integrar a una comunidad desintegrada.”

Pizarro resume los dos objetivos principales: incluir y dar una buena educación. “Por un lado, devolver la palabra, mirar a los ojos a esos chicos que se acercaban a la escuela modificó muchísimo la realidad. El otro impacto de la AUH es que les vemos la cara a los padres. Por otro lado, empezamos a armar estrategias pedagógicas para dar una educación con exigencia, no quedarnos en la escuela galpón donde depositamos alumnos solamente porque aumentan la matrícula”. Hasta el momento, afortunadamente, se enorgullecía porque la escuela registraba un 0 por ciento de deserción.

En un país donde se profetizó que el subsidio engrosaría las arcas de la droga y el alcohol, es alentador que tantos jóvenes estén volviendo a la escuela. Y que se queden. Quizá porque, como dijo aquella mamá, hay un Estado que se acuerda de ellos, que no mira para otro lado, y aunque –como reconoció el ministro– “hay que seguir pensando en otras medidas que abran puertas sin que por eso se baje la calidad educativa”, quizás estos datos nos estén marcando que hay mucho por hacer, pero también que es posible imaginar para nuestros hijos una sociedad más equitativa y más justa, con lugar para todos y todas.

* Co-directora de la revista El Monitor.

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