UNIVERSIDAD › OPINIóN

Guillermo O’Donnell

 Por Nicolás Lynch *

El reciente fallecimiento de Guillermo O’Donnell es una buena ocasión para reflexionar, a través de sus aportes al debate contemporáneo, sobre los dilemas, límites y proyecciones de una disciplina relativamente joven en la región como es la ciencia política. O’Donnell ejemplifica en América latina al politólogo preocupado por darle un enfoque teórico a su reflexión y sacar de ella consecuencias para la política práctica. Es en este sentido un académico comprometido, en su caso con la lucha contra las dictaduras que asolaron la región en los ’70 y ’80 y posteriormente con la difícil y muchas veces irresuelta consolidación democrática. Supera así el análisis político como simple narración de los acontecimientos y a los que lo hacen como meros observadores de la realidad –ambas características muy comunes en el Perú–. Busca para ello darles una validez a sus planteamientos tratando de influir en el curso de los acontecimientos. Esta figura del intelectual comprometido, si bien ya no es la del intelectual militante, es importante de resaltar frente al cinismo reinante en los predios de alguna irreflexión política.

El autor argentino expresa también, en los límites de su reflexión, los dilemas de la ciencia política contemporánea. Ello tiene que ver con los enfoques que usa en los distintos momentos de su carrera y con la presencia y/o ausencia de “soluciones de continuidad” entre un momento y otro de su reflexión. Definitivamente hay varios O’Donnell. El primero es el O’Donnell de matriz estructural de la década de 1970, en El Estado Burocrático-Autoritario, donde es muy clara la influencia marxista. En estas contribuciones explica las raíces sociales de las dictaduras en el agotamiento del populismo clásico y las sitúa en el proceso histórico latinoamericano. El segundo es el O’Donnell de las transiciones en la década de 1980, muy claramente en los cuatro tomos de Transiciones desde el gobierno autoritario, que editan con Philippe Schmitter y Laurence Whitehead, en especial en el último donde se establece el marco teórico del trabajo. Aquí resalta la influencia de la escuela opuesta: el conductismo norteamericano de estirpe conservadora. En este trabajo se desconecta de las explicaciones históricas y busca armar un modelo de explicación basado en la matriz liberal de la democracia. Tamaño viraje, como le diría Carlos Franco años más tarde, sólo es explicable por el horror que causaron las dictaduras del Cono Sur.

Por último, sus esfuerzos de síntesis que ya se avizoran en el artículo “Democracia delegativa”, de principios de la década de 1990, y que no terminan sino hasta la publicación en 2010 de Democracia, agencia y Estado, donde intenta articular las perspectivas estructural y conductista para presentarnos un enfoque según él integrado para el análisis político, especialmente para el análisis comparativo. La desigualdad social y el caudillismo político van a ser aquí las dos realidades subsistentes, más allá de las transiciones a la democracia, que lo llevan a profundizar, para bien, su singular reflexión.

El límite, sin embargo, de este recorrido tan vasto está dado por la ausencia de soluciones de continuidad entre una fase y otra de su pensamiento. No sabemos cómo pasó de estructural a conductista, ni tampoco qué ocurrió, teóricamente hablando, para que se atreviera a ensayar una síntesis. Desde afuera podemos decir que fueron las diferentes realidades a las que en cada momento se tuvo que enfrentar las que lo hicieron cambiar. En la única oportunidad que tuve para preguntárselo directamente me contestó que no creía que hubiera mucho cambio. Pero ambas explicaciones son académicamente insuficientes.

Frente a esta situación podemos tomar uno de dos caminos. Continuamos a Carlos Franco en su crítica mordaz a las inconsistencias de O’Donnell o seguimos a otro viejo sociólogo nacional que, en la misma ocasión del encuentro, me dijo que esas preguntas no se le hacían a alguien como O’Donnell. En los últimos años y frente a la irrupción de la democracia de mayorías en la región, aquella que algunos insisten en llamar populismo, fue cauto en sus pronósticos a futuro sobre la misma y prefirió tomar como resguardo el liberalismo que había bebido en su larga estancia en los Estados Unidos. De cualquier forma se ha ido un grande, con una obra vasta y una originalidad reiterada que lo colocan entre las mentes más lúcidas que le dan futuro a la disciplina de la política en América latina.

* Embajador de Perú en Argentina.

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