UNIVERSIDAD › OPINION

Un maestro de la militancia y la ciencia

 Por Horacio Walter Bauer *

“Hoy, jueves 15 a las 5.15 pm, falleció suave y rápidamente Rolando, sin sufrir más de lo que haya que sufrir en esos trances. Valeria y yo estábamos a su lado. Avisen a los amigos, por favor. Emilia.”

Por ese correo lacónico y preciso me enteré hace un mes de que Rolando García nos había dejado. En los días siguientes, crónicas y obituarios daban cuenta de este maestro excepcional, nacido en Azul (Buenos Aires) en 1919, docente universitario, investigador en Física atmosférica, Lógica y Filosofía de la ciencia. Decano de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA entre 1957 y 1966, cuando esa casa de estudios alcanzó un notable prestigio internacional, además del local. Primer vicepresidente del Conicet. Ensayista, colaborador de Jean Piaget en el Instituto de Epistemología Genética de la Universidad de Ginebra, Suiza, y desde 1980, docente e investigador en Ciencias en la Universidad Autónoma de México. También se destacaron otros aspectos y desempeños de este científico singular; sin embargo, no leí ninguna referencia a la actividad que le cupo en el campo político partidista, al que le dedicó tiempo, dinero, esfuerzo, talento y probidad, obteniendo en pago amarguras y exilio. Contingencias tan dolorosas como la de la famosa Noche de los Bastones Largos, cuando la policía de Onganía irrumpió en la facultad en 1966.

Cuando se insinuaba el fin de la dictadura de Lanusse y el comienzo de la democracia, Perón en su exilio madrileño convocó a Rolando y le encomendó que constituyera un Consejo Tecnológico, cuyos aportes intelectuales se pondrían al servicio del nuevo gobierno. Eran tiempos en los que el viejo líder trazaba una línea aperturista, en consonancia con un ideario donde la izquierda no era mala palabra y la lectura de los textos de John William Cooke estimulaba los ambientes universitarios.

El convocado aceptó el desafío y, fiel a su estilo, se puso a trabajar intensamente y sin demora. Llamó a varios profesionales de diversas ramas y confió la secretaría del instituto a Héctor Abrales, un talentoso ingeniero proveniente del cristianismo social. Junto a Mario Hernández, Lepanto Bianchi, Carlos Abeledo, Julio Villar, Héctor Recalde, O. Hugo Di Florio, Enrique Martínez, Ricardo Ferraro, Emilia Ferreiro, mi hermano Eduardo y otros trabajadores de la ciencia, sabíamos reunirnos en un antiguo departamento del barrio de San Cristóbal, para discutir en general y en particular la coyuntura y la estrategia para el modelo de construcción social al que aspirábamos, a tono con lo que se conocía como tendencia revolucionaria.

Rolando era la síntesis perfecta del conductor incansable. Frecuentemente nos encomendaba trabajos en cada una de las áreas en que nos desempeñábamos. Entregábamos los trabajos a la última hora del día y, a la mañana siguiente, Rolando nos reunía para discutirlos en particular. Los había leído a todos (a veces más de diez) y sus críticas eran profundas y extensas, despertando una admiración que nos obligaba a redoblar el esfuerzo para estar a tono con el conductor del Consejo Tecnológico. En la intimidad, con Di Florio y Villar, llamábamos a Rolando “el Jesuita”, por su sabiduría, sobriedad y contracción al trabajo.

Arribada la primavera de Cámpora presidente, gran parte de los grupos del Consejo Tecnológico ocupó cargos importantes en universidades nacionales. También ocuparon cargos en los ministerios de la provincia de Buenos Aires y el Dr. García pasó a presidir la Asesoría Provincial de Desarrollo. La primavera duró poco. Primero renunció el gobernador Bidegain, luego el Dr. Puiggrós, rector de la UBA. Rolando y los que habían sido integrantes del Consejo Tecnológico fueron dejando sus cargos por renuncia involuntaria o simple deposición. La Triple A se hizo célebre por las amenazas y matanzas y, muerto Perón, el terrorismo de Estado llegó con todo, hasta su momento de irrupción a toda orquesta, el día de San Gabriel Arcángel, en el año 1976.

Entre otros compañeros, fueron detenidos y desaparecidos –hasta el día de hoy– Héctor Abrales y Mario Hernández. Rolando apenas pudo ser arrebatado de las fauces de la Bestia, gracias a la intervención desesperada del profesor Jean Piaget, que lo reclamó con ulular de sirena para su Instituto de Epistemología, con sede en Suiza.

La experiencia de colaborar científica y tecnológicamente con aquel peronismo derrotado en 1976 había terminado para un profesor de lujo como fue Rolando García. Siempre entendió que las universidades y los centros de investigación debían estar al servicio de las necesidades populares y que, por lo mismo, la enseñanza y el aprendizaje debían apuntar al rigor y a la excelencia. Todo un jesuita este querido maestro y amigo.

Cuando volvió la democracia a nuestro país, Rolando y su familia hicieron varios viajes de retorno. Estaba feliz en su patria, donde recibió importantes homenajes, como el que organizó el Dr. Félix Gustavo Schuster, decano de Filosofía y Letras (UBA), y no hace mucho la presidenta Cristina y el ministro Barañao, que lo recibieron en la Casa de Gobierno y le entregaron una medalla por su labor y militancia.

Hoy lo recuerda una placa en el Pabellón I del Departamento de Física de la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA. Pero fundamentalmente está en la memoria de camadas de investigadores y científicos que se formaron bajo su dirección en laboratorios, talleres y con sus clases magistrales.

* Abogado, miembro del consejo editorial de la revista El Arca.

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