UNIVERSIDAD › OPINION

Sociología, afecto y compromiso

 Por Javier Lorca

En el jardín de su casa podía haber chicos jugando –sus nietos, los hijos o los nietos de sus amigos– y también referentes de movimientos sociales o de organismos de derechos humanos, académicos de renombre local o internacional, jóvenes estudiantes, becarios e investigadores, también músicos o escritores... No es fácil encontrar lugares así, donde la sencillez de lo cotidiano puede convivir con lo bello y lo complejo. No es fácil y, ahora que falleció Norma Giarracca, lo es menos todavía. Ella (su contagiosa energía vital) era el alma de ese jardín.

Socióloga, docente, investigadora, activista, madre de dos hijos, la compañera del economista Miguel Teubal... Norma había nacido en abril de 1945; se había formado en la Universidad de Buenos Aires de los ’60, en los ’70 había trabajado en el Ministerio de Agricultura hasta que el golpe la empujó al exilio, primero a Europa, después a México. Volvió al país con la democracia, trabajó en el Conicet, creó la cátedra de Sociología Rural en la UBA, los grupos de estudios rurales y de los movimientos sociales latinoamericanos (GER y Gemsal) en el Instituto de Investigaciones Gino Germani; también dejó su huella en Clacso.

Era una lectora sutil y reflexiva de la realidad, de las transformaciones latentes de lo social. Esa aptitud afloraba en la elección de temas e intervenciones: su mirada estaba siempre atenta (y hacía visibles) a los heridos por las sucesivas máquinas del progreso, a las víctimas que cada época elige ocultar y sacrificar, a la protesta social y las resistencias populares. Así, en los ’90, cuando en la academia todavía no estaba de moda la palabra “territorio”, dirigió su atención sobre los movimientos sociales de piqueteros y desocupados; y luego, sobre los damnificados directos del modelo extractivo exportador, campesinos y pequeños productores, pueblos originarios. Lo hizo con compromiso intelectual y afectivo, con el oído atento y receptivo, dispuesto no simplemente a oír sino a escuchar al otro, a muchos otros, en muchos lugares de la Argentina y de América Latina.

De alguna manera, siempre buscó poner en cuestión el saber occidental (y su régimen colonial) a partir del diálogo y la confrontación con otros saberes. Desde ese lugar escribió (libros, artículos, columnas periodísticas, tantas publicadas en estas páginas), formó a generaciones de estudiantes, acompañó tantas luchas y, acaso por sobre todo, tejió y enhebró redes de personas con intereses afines (que ella sabía detectar... o generar). Sembró con entusiasmo e ilusión las semillas de una sociedad más justa, y quizá ése sea su mejor legado, el germen de una esperanza.

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