UNIVERSIDAD › A CUARENTA AÑOS DE LA NOCHE DE LOS BASTONES LARGOS

Cómplices de los bastonazos

Rolando García, ex decano de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales (UBA), revela en estas líneas numerosos indicios que sugieren la complicidad de sectores universitarios con el operativo policial que, aquel 29 de julio de 1966, truncó a golpes la época dorada de la universidad pública.

 Por Rolando García *

Cada año, en el aniversario del evento que se conoce como La Noche de los Bastones Largos, he sido requerido por distintos medios para adherir a la conmemoración con alguna declaración o algún relato sobre mis propias vivencias en aquellas circunstancias. En los últimos años, he declinado la mayor parte de tales invitaciones porque no he querido reactivar polémicas del pasado ya que no fue unánime la interpretación de las causales de ese hecho en el propio ámbito universitario.

En efecto, la mayor parte de los esfuerzos por reconstruir la memoria de aquellos acontecimientos se han concentrado en reunir testimonios a modo de entrevista que, pese a su indiscutible valor documental para la construcción futura de tan necesaria historia, suelen ofrecer explicaciones simplistas sobre las causas y los móviles de la intervención a la universidad. Cito, como ejemplo, una entrevista al ingeniero Fernández Long, publicada por Página/12 en un folleto titulado “La Noche de los Bastones Largos: treinta años después”. Cabe mencionar que el ingeniero Fernández Long, entonces rector de la universidad, se había retirado a su domicilio luego de conocerse el decreto de intervención, de modo que se enteró al día siguiente del ataque policial. En el fragmento citado a continuación, se alternan las voces del entrevistador y del entrevistado: “El episodio en sí –confiesa Fernández Long– fue más que nada una venganza contra el decano de Exactas, Rolando García, porque los militares le tenían mucho odio a la gente de izquierda y pensaban que la universidad era un nido de comunistas. Pero Fernández Long no se cansa de repetir que los bastonazos no fueron lo más importante, lo peor fue que destruyeron la universidad. Por intentar acabar con un pequeño grupito, despedazaron la institución –se lamenta–. Además, recuerda que García le comentó que en Exactas estaba el hijo de un general y que ese chico se había identificado tanto con la facultad y estaba tan contento con el ambiente que terminó haciéndose comunista. Entonces el padre del estudiante jamás le perdonó al decano que le hubieran pervertido al hijo, y que ésa habría sido una de las razones del ensañamiento con Exactas”.

Dejando a un lado la aseveración falsa que me atribuye haber afirmado que el hijo del general se hubiera hecho comunista, resulta difícil aceptar el testimonio de Fernández Long como una explicación de las causas de la intervención. Difícil explicar de qué manera un antagonismo ideológico entre un decano y un general de las Fuerzas Armadas pudiera movilizar a la policía y, en un único acto, destruir una institución de la solidez y el prestigio de la UBA en aquellos años. Sin embargo, el testimonio se basa en un hecho concreto cuyo análisis sugiere una cantidad importante de preguntas: efectivamente, la policía no atacó a la universidad en su conjunto, es decir, en sus numerosas sedes. ¿Cómo fue posible tanta “eficiencia” sin un despliegue importante de tropas, en una acción brutal pero breve y precisa y sin ocupación de las instalaciones? Los lugares que fueron atacados estaban, obviamente, predeterminados. El número de “efectivos” que actuaron (para utilizar su propia jerga) fue reducido. Los “detenidos” fueron trasladados a las comisarías en camiones que esperaban en el momento y en el número requerido. Todas estas particularidades muestran que el ataque policial contó con una minuciosa preparación, o por lo menos una abundante información previa como para poder actuar con tanta precisión. Suponer que la policía contó con el apoyo y la orientación desde el interior de la universidad no es producto de una especulación arbitraria, sino consecuencia del análisis de los hechos concretos. La hipótesis cobra fuerza, además, cuando se la analiza desde la perspectiva de las luchas que se desarrollaron en la universidad en períodos previos y de las cuales las sesiones del Consejo Superior constituyeron un escenario representativo. Allí surgían las clásicas diferencias entre reformistas y humanistas o entre confesionales y laicos.

Las discrepancias entre ambos grupos rara vez estaban referidas a problemas académicos y, en todo caso, los debates sobre los planes de estudio o los proyectos de investigación eran sumamente cordiales. Pero los antagonismos eran insoslayables cuando los temas rozaban las ideologías políticas. La polarización se agudizaba cuando se ponía en evidencia la acción solidaria de los grupos derechistas para “no dejar pasar” a los que ellos consideraban “izquierdistas”. Cuando las alianzas no eran suficientes, se recurría a métodos extra universitarios.

Sólo para ilustrar esta situación, citaré un episodio que he descrito con detalle en otras oportunidades. El hecho ocurrió en el decanato de la Facultad de Ciencias Económicas adonde había acudido respondiendo a un llamado urgente del decano, doctor Chapman. Allí se encontraban dos personajes, obviamente oficiales de cierto rango dada su actitud y su lenguaje. A mi llegada, me dijeron sin mayores protocolos: “Hemos informado al doctor Chapman que el señor Silvio Frondizi, cuyo nombramiento ha sido propuesto por esta facultad, no puede ser profesor de la universidad”. Ante la contundencia de lo que pretendía ser una orden, adopté la ironía: “¡Ah, caramba!, ¿consideran ustedes que no tiene suficientes méritos académicos?, ¿tendrían entonces algún mejor candidato que pudiera ser propuesto?, ¡traigan entonces su currículum!” “No se trata de eso”, contestaron con una respuesta seca y enérgica. “¿Ah, no? ¿de qué se trata, entonces?”, agregué con mi mejor tono de ingenuidad. “Se trata de sus ideas”, contestaron sin dar más vueltas. Manteniendo absoluta serenidad, me dediqué a mostrarles que, entre los antecedentes que debíamos considerar para otorgar un nombramiento de profesor, no figuraban las ideas políticas. Me interrumpieron abruptamente diciendo: “Vemos que con usted no se puede hablar” y se marcharon. Es de imaginar la preocupación con la que nos quedamos Chapman y yo. Sin embargo, la Facultad de Ciencias Económicas mantuvo su propuesta.

Sumamente doloroso me resulta recordar que, años después, cuando entraron en acción los grupos paramilitares, en los prolegómenos de la dictadura de Videla, fue encontrado el cadáver de Silvio Frondizi, con signos de tortura. Casi de inmediato, un oficial retirado de la Fuerza Aérea, con quien había mantenido muy buenas relaciones, me llamó para pedirme que me fuera inmediatamente del país porque mi nombre figuraba en la misma lista de ejecuciones.

La referencia a semejantes recuerdos personales no tiene otro objeto más que respaldar la hipótesis de que La Noche de los Bastones Largos contó con el apoyo (y quizá con la complicidad) de un sector importante de la universidad. Y si alguna duda cabe de la validez de esta hipótesis, baste citar un último recuerdo: uno de mis implacables adversarios en el Consejo Superior, el doctor Risolía, decano de la Facultad de Derecho –quien siguió acudiendo a las sesiones del consejo aun después del golpe y hasta que se anunció la intervención– se despidió del rector renunciante informando, con irónica sonrisa, que había sido nombrado miembro de la Corte Suprema por el gobierno del general Onganía.

Mantener vivo el recuerdo de aquella noche que ha quedado como símbolo del comienzo de un período funesto para nuestra historia es de suma importancia. Pero dado el momento crítico por el que atraviesa actualmente la universidad (que pude constatar personalmente en mi reciente y prolongada estancia en Buenos Aires), no basta con reconstituir la crónica de los hechos e insistir en el recuento de los daños: es imperativo comenzar a profundizar en el análisis de las causas internas y los actores que favorecieron o al menos permitieron el derrumbe de la institución en aquellos años. Sin el análisis autocrítico de las fracturas internas que permitieron entonces la intervención (que fue una intervención política antes que una intervención policial), el riesgo de que la historia se repita es sumamente alto.

* Decano de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales (UBA) entre 1957 y 1966. En México, a punto de cumplir 87 años, García escribió este texto con el título “Reflexiones para un análisis histórico”, invitado por la facultad y por la Biblioteca Nacional en el 40º aniversario de La Noche de los Bastones Largos.

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