UNIVERSIDAD › EL CLIMA EN EL PELLEGRINI ANTE LAS AMENAZAS DE BOMBA

“Al principio estaba bueno...”

La escuela de la UBA vivió un día más calmo, aunque hubo otra amenaza. Dos alumnos se responsabilizaron por varios de los llamados.

 Por Julián Bruschtein


“Un día normal es que nos saquen del colegio por lo menos dos veces por las amenazas de bomba.” Ayer, en la Escuela Carlos Pellegrini, la primera tarde en muchas que no se recibió ningún llamado intimidatorio, los estudiantes se mostraban sorprendidos. A la mañana no tuvieron la misma suerte, porque debieron ser evacuados una vez antes del mediodía, por otra amenaza. En ese clima –después de que la investigación judicial en marcha responsabilizara a un alumno por hacer uno de los llamados desde el celular de su madre–, otros dos alumnos reconocieron ante el rectorado de la escuela, por carta, ser autores de algunas de las decenas de amenazas producidas durante las últimas semanas y pidieron que la situación se resolviera puertas adentro. El rector Juan Carlos Viegas dijo que eso es “imposible” porque la cuestión ya está “en manos de la Justicia”.

Sobre Marcelo T. de Alvear a metros de Callao, en la puerta del Pellegrini, se acumulan los alumnos en el cambio de turno. La novedad es que, como no les pasaba desde hacía un tiempo, salieron por primera vez de la escuela para irse a sus casas y no para ir a la plaza Rodríguez Peña a esperar que la brigada antiexplosivos de los bomberos revise el colegio en busca de material explosivo.

“Al principio estaba bueno que nos sacaran para ir a la plaza, pero después se transformó en una molestia de todos los días... Al final fue un problema para rendir las pruebas integradoras”, decía Agustín, alumno que cursa primer año. Entre los estudiantes se comentaba la carta que dos de sus compañeros, alentados por sus padres, enviaron al rector aceptando ser responsables de algunas llamadas amenazadoras, solicitando “que no trascienda, para poder resolverlo puertas adentro”. La respuesta oficial dejó todo el proceso en manos judiciales.

Adentro de la escuela que depende de la UBA, el clima parecía ser el normal para la época del año. Al ingresar al hall del edificio, los estudiantes eran recibidos, como siempre, por la mirada adusta y severa de los bustos de Domingo Faustino Sarmiento y Carlos Pellegrini, rodeados por las pizarras de información de la AGD y Ctera, los dos gremios docentes que están enfrentados. Otro alumno de primer año se quejaba: “Tengo mucha bronca por lo que está pasando. Tuve que estudiar y esforzarme mucho para rendir bien el examen de ingreso y al final perdimos tantas clases que me decepciona”.

En su despacho, Viegas –cuya renuncia reclaman diversos sectores de la comunidad educativa– debió atender durante el día a grupos de padres que acudieron al colegio preocupados por el temor a que las clases fueran “virtualmente suspendidas” por la seguidilla de amenazas. Las autoridades confirmaron que la actividad continuará en forma normal y que sí se está adoptando “una medida que se toma todos los años cuando los alumnos ya recibieron toda la cursada”, por la que se los exime de continuar yendo a la escuela. Incluso “se extendió una semana más el plazo para que los profesores puedan cerrar las notas”, afirmó a Página/12 un preceptor de la escuela. Jorge, estudiante de quinto año, decía enojado que “a los sensacionalistas les importa solamente el tema de las bombas e inventan cualquier cosa. Las materias que ya terminamos de rendir, todos los años nos eximen de presenciarlas. Si ya no tenemos nada que hacer”.

Un grupito de chicas salía de la escuela memorizando datos de geografía. “Llanura pampeana”, anunciaba una para que las demás se acomodaran al tema que tenían que rendir en un rato. Consultadas sobre la figura del cuestionado rector, todas coincidieron en un “no tengo ni la menor idea”. Paula, alumna de segundo año, esperaba para entrar a clases y decía no saber “cómo es Viegas. Desde que llegó ni siquiera se presentó ante nosotros”. Otro chico que escuchaba la conversación decía que al rector lo vio “cuando pudo entrar al colegio por primera vez, pero porque me asomé a ver cómo era. Después apareció el día que se hicieron las elecciones del centro de estudiantes”.

Durante las evacuaciones, la plaza sirvió tanto de cancha de fútbol como de aula para tomar exámenes, según los alumnos. “Cada vez que hay una amenaza suenan dos timbres como aviso para salir del colegio evacuados. Viene la policía y tenemos que esperar a que lleguen los bomberos con dos perros para chequear el edificio. Ayer (por el miércoles) tardaron casi dos horas en venir. Nos cansamos de jugar a la pelota”, decía un estudiante de primero entre los bocinazos del colectivo 152.

Todos los consultados sobre el alumno imputado junto a su madre por el juez Norberto Oyarbide, como responsables por uno de los casi cincuenta llamados intimidatorios, coincidieron: “Seguro que al principio eran llamados de los chicos, pero la policía misma nos dijo que la mayoría eran voces de adultos”. Pasadas las 17, el timbre anunciaba que había que volver a clase. Un alumno se topó con un compañero que entraba: “Es la primera vez en muchos días que tuvimos el día completo de clases. Ojalá ustedes puedan estar tranquilos también”.

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