VERANO12

“ YO NO ME PROPUSE SER ESTO QUE SOY”

 Por Esteban Schmidt

Publicado en abril de 1996

“Yo no me propuse ser esto que soy”, dice Hebe Pintos de Bonafini. Sentada en un banquito, se apresta a vivir las intensas jornadas de repudio a los veinte años del golpe. Comparte unos mates al lado de la carpita que las Madres de Plaza de Mayo montaron en la Plaza. No pierde la calma y se da tiempo para todo. Entre preparativos y reportajes para la última de las FM barriales, da el beso número cien y el abrazo número treinta. No bien la tocan, algunos se largan a llorar. Para muchos de los que se acercan con sus hijos, un beso de Hebe a los chicos tiene más fuerza que un plan de vacunación. “A veces la gente idealiza”, interpreta.

Jorge y Raúl Bonafini, dos de sus tres hijos, desaparecieron con algunos meses de diferencia en 1977. Hebe suele decir que fueron ellos quienes la parieron. Siguiendo su interpretación, Hebe tiene dos vidas: “Yo nací en una época donde la mujer tenía muy poco lugar, la escuela la hice hasta sexto grado y después aprendí a coser. Fui tejedora toda mi vida, tejedora de máquina; me encargaban trabajo y lo hacía por tandas”, explica. En ese tiempo, vivía como las heroínas literarias. “Cuando era joven me habían gustado mucho Marianela y María”. No se acuerda bien por qué, pero enseguida balbucea que “por el amor”. Recuerda las páginas ajadas de la novela de Isaacs, y la evocación de esas historias de amor la mueve hacia sus afectos: “Yo fui una mujer muy enamorada de mi marido, fue el único hombre que conocí en mi vida hasta el día en que se murió”, confiesa.

De esa primera vida, Hebe admite un gran arrepentimiento: “Tendría que haber seguido estudiando, me hubiera dado más independencia para decidir”. De su segunda época, tiene otros arrepentimientos: “No haber empezado a reivindicar antes a mis hijos, a los treinta mil. No haberme dado cuenta desde el principio de quién era cada uno, qué hacía, cómo pensaba. Me di cuenta tarde de eso, y de la traición de los hombres de la Iglesia, ¡la traición, la traición!, de los políticos. Me di cuenta muy tarde de muchas cosas. Cuando creíamos que los militares nos podían dar una respuesta. Cuando vos tenés un policía cerca y creés que puede ser tu amigo. Pero de lo que me arrepiento más es de haberlos ido a ver, de haberle escrito una carta a Videla ‘como hombre y como ser humano’ cuando era mentira”.

Lo primero que hace Hebe cuando se levanta es prender la radio. “Escucho todos los informativos. Pero en ese lapso pequeño que va desde que me despierto hasta encender la radio, lo primero que pienso es en mis dos hijos, en esa hermosa familia que tuve. En esos instantes, quiero recordar la voz joven y alegre de mis hijos. Me cuesta pero finalmente esas voces son las que me dicen ‘vamos, te tenés que levantar’.”

En la primera vida Hebe votó tres veces. Comenzó a sufragar en 1952, cuando Evita consiguió el voto femenino. Aunque está a punto de confesarlo, se niega a decir por quién: “No te lo voy a decir. Tengo que ocultarlo porque no quiero embanderar mi movimiento con lo que yo pensaba, aunque sea cuando yo tenía dieciocho años. Quiero cuidar mucho eso, nunca digo a dónde pertenecían mis hijos ni a quién votaba yo”.

En la segunda vida, Hebe no volvió a votar. “Ahora no voto porque no encontré a nadie que merezca que yo le dé mi voto, porque hasta ahora ha habido una manga de traidores que postulan una cosa y hacen otra.”

Dice que no le molesta que la tilden de sectaria: “Reconozco que a veces me exaspero –admite–, pero me exaspero porque me exasperan. Una a veces se defiende así. Si yo digo y hago cosas fuertes es porque lo que pasó fue muy fuerte, demasiado fuerte. No entiendo cómo se puede ser blando o tierno frente a estas cosas, más allá de que a alguna gente le guste o no”.

Antes y después de la desaparición de sus hijos, Hebe se relacionó con Dios, pero de maneras distintas. “Cuando era chica y después joven, yo era católica porque iba a la iglesia, y no sé si porque te educan o porque nacés católica. Pero una rápidamente deja de creer cuando ve a la Iglesia que se prostituye.” Años más tarde Hebe volvió a creer: “Fue cuando mi vida se llenó de milagros, que me dieron más fe, más fuerza. Milagros cuando a veces me enfrentaba con una plaza, con sesenta mil personas y no había preparado mi discurso y decía ¡Dios mío!, ¿qué voy a decir? y me empezaron a salir las palabras, pero esto es un milagro. Si yo no había pensado nada, ¿cómo puedo decir todo esto? Mi vida está llena de encuentros milagrosos y mi último milagro fue Sergio Schoklender”.

Entre la primera y la segunda vida cambió su modo de caminar las calles y hasta sus gustos literarios y cinematográficos. “Ahora amo los libros de Eduardo Galeano, que me parecen apasionantes, serios, ilustrativos, y los de Osvaldo Bayer como historiador.” Si de joven la habían emocionado las historias de amor, Hebe disfruta ahora del cine político: “Películas de esas tan fuertes que hay, tipo Z”, ejemplifica.

A los 67 años, no le teme a la muerte. “Quiero vivir todo lo que pueda vivir, durar no quiero... quiero estar lo más entera posible, hasta el último día... Y de morir, me gustaría morir por las balas del enemigo, de frente, eso sí: quiero verlo cuando me tira.”

Se ajusta el pañuelo, se limpia los anteojos, estira las piernas y da indicaciones... “Yo no me propuse ser esto que soy. A veces la gente idealiza, pero yo soy una persona común, que tengo todos los problemas de la gente: una mamá de 86 años que tiene miedo de que me pase algo, una bolsa de ropa sucia para lavar porque hace cuatro días que no voy a casa, problemas de dinero porque tengo poca pensión, pero tengo esto, que es mi pasión, la lucha.”

Su renovada fe en Dios no le alcanza para creer en el cielo. No espera encontrar a sus hijos ahí. Cree, en cambio, que sus hijos “están en la Plaza”.

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