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El cuento por su autor

El cartel aparece antes o después de los créditos y anuncia que la película que usted se dispone a ver es una historia verdadera (True Story), es decir, algo que realmente sucedió: tiene la garantía de lo auténtico y hace que las otras historias, las que nunca sucedieron, sean irremediablemente falsas, producto de la ficción. Esta dicotomía –verdadero-falso– también la encontramos en la literatura. En 1966 apareció A sangre fría. La novela de Truman Capote está basada en hechos reales, en crímenes que efectivamente se habían cometido. Non fiction, denominaron los estadounidense a ese nuevo género que nueve años antes fundara Rodolfo Walsh con Operación Masacre. En literatura, verdadero y verosímil no suelen ser sinónimos. A veces es preciso modificar lo verdadero para que se haga verosímil. No es verdadero que el señor Gregorio Samsa cierta mañana se despierte convertido en un enorme insecto, pero Kafka lo hace verosímil.

Poco importa, entonces, que Como absolutamente nada en el mundo sea una historia verdadera. Es cierta esa reunión que narro, como son ciertos, con sus propios nombres, los que participaron de esa reunión. Es cierta la pizzería de Montes de Oca y Suárez y es cierta la comida que compartimos en el Centro Asturiano. Recuerdo que en la sobremesa prometimos futuros encuentros y recuerdo que el cuento se me ocurrió a la mañana siguiente. Supuse que tendría que ser de tono costumbrista, los elementos no parecían dar para más. “El tema de una película norteamericana de los años ‘50, con guión de Paddy Chayefsky”, apunto en las primeras líneas. Sin embargo, a poco de comenzar a escribirlo noté ciertas modificaciones: sin abandonar ese tono costumbrista, todo parecía volcarse hacia una historia fantástica. Decidí dejarme llevar por lo que el propio texto me exigía; en definitiva, era mi historia y la estaba armando con mis palabras. Para el título había elegido un fragmento del título de un cuento de William Saroyan (“Como un cuchillo, como una flor, como absolutamente nada en el mundo”) y ahora creo que, secretamente, esa frase fue la que determinó el definitivo tono del relato. Aquella historia costumbrista, verdadera, esa Non Fiction, que me había propuesto escribir –la repetida imagen de viejos amigos que después de años se reencuentran para celebrar las fiestas navideñas– de pronto se convirtió en un cuento fantástico. Más tarde gozó de otros calificativos. Hubo quienes sostuvieron, ofreciendo razones de peso, que bien podría ser una metáfora de la última dictadura. No lo niego, pero confieso que nunca lo pensé así, aunque ciertamente tampoco lo había pensado como relato fantástico. La magia de la creación, me dije, o el capricho. No siempre las cosas resultan tal como uno las piensa.

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