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El cuento por su autor

A este cuento, “Con las manos atadas”, le tengo un cariño especial. Seguramente porque cuando lo escribí me ayudó con el trabajo de campo una gran amiga que hoy ya no está. Una amiga con la que compartí ideales, lecturas, quejas, caminatas, cumpleaños de nuestros hijos, risas a carcajadas: Luisa Hairabedian.

Luisa era abogada y trabajaba en la escribanía de su familia. Cuando le conté que quería escribir un cuento que iba a transcurrir en una escribanía, me invitó a pasar una tarde en su oficina, y eso hice. Me senté en un escritorio, como uno más de los empleados, y me dediqué a escucharlos y a mirar. A medida que ellos entraban en confianza me empezaban a contar anécdotas de su trabajo, varias más interesantes que el cuento que terminé escribiendo. Como por ejemplo el día que uno tuvo que “ir a recoger una firma” en lancha porque el cliente estaba en una isla del Tigre y, mientras se moría de miedo porque no sabía nadar, cuidaba el protocolo a capa y espada de las gotas que salpicaba la embarcación, fingiendo que ese miedo no existía. O las veces que varios de ellos tuvieron que asistir a irreproducibles peleas de socios, matrimonios o amantes, mientras labraban un acta. O el cuento de aquel empleado que junto al escribano tuvo que presenciar la apertura de una caja de seguridad de una viejita fallecida, ante la familia de la muerta, y certificar, con cara de nada, que el contenido de la misma eran fotos pornográficas. Y antes de que terminara la tarde, como el cuento transcurriría en el depósito de protocolos, un lugar pequeño y que permite pocos movimientos, allí me encerré.

“Con las manos atadas” fue finalista del Concurso de Cuentos de la Fundación Avon, y recuerdo con cariño que Isidoro Blaisten, uno de los jurados que no pudo estar presente en la ceremonia de premiación, me dejó un simpático mensaje para Gutiérrez, el protagonista del cuento, como si de verdad existiera. Luego se publicó en una serie de cuentos que el Ministerio de Educación repartía en peluquerías y canchas de fútbol, en pequeños fascículos ilustrados por Maitena. Y más tarde apareció en la antología que hizo la editorial Andrés Bello con cuentos de escritores que participaron en el programa de Juan Sasturain Ver para leer.

Además del cuento existe una versión dramática de la historia, una obra de teatro que lleva el mismo título y que, aunque tiene más texto y más escenas que la versión original, respeta el espíritu del cuento. Se me ocurrió hacerlo mientras estudiaba en un seminario que dictaba Mauricio Kartun. Trabajé un borrador durante la cursada, y más tarde completé el trabajo. Para poder imitar las acciones de los personajes, me ataba las manos con uno de mis tres hijos y, delante de los otros dos, ensayábamos los movimientos y posiciones que yo les exigía en el texto a mis personajes, para poder definir así si eran situaciones posibles de llevar a escena. Mis hijos, siempre con espíritu alentador, dijeron que sí, aunque yo salí bastante contracturada de la prueba. Y la obra no tuvo la misma suerte que el cuento. Intentamos muchas veces ponerla en escena con mi amiga y directora Mónica Viñao, pero siempre nos encontramos con dificultades de distinto tipo que no logramos resolver. Una de ellas, sospecho, que no es fácil encontrar actores dispuestos a estar atados espalda con espalda. Una cosa es practicar un ratito atada con un hijo en el patio de tu casa, y otra cosa es soportar atado a otro adulto, más de una hora, sobre un escenario porteño.

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    Por Claudia Piñeiro

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