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El mayordomo que llegó a ser el favorito en la corte del Rey Sol

“Vatel”, superproducción franco-inglesa sobre la vida de un enigmático personaje de la historia francesa, llega al video.

 Por Horacio Bernades

Los libros de historia enseñan que François Vatel fue un mayordomo francés que durante el Ancien Régime sirvió primero a un noble caído en desgracia y más tarde al príncipe de Condé, general de los ejércitos del rey Luis XIV. Su trágico y sorpresivo final –cuando su fama dentro de la corte había llevado al mismísimo Rey Sol a solicitar sus servicios– arroja una variedad de interpretaciones, desde las más íntimas y personales hasta las decididamente conspirativas. Continuando la tendencia a enfocar no tanto a los representantes del poder como a quienes eventualmente lo rozan (el proyectorista de Stalin en The Inner Circle; un asistente de Kennedy en 13 días; una favorita de la corona en La prostituta del rey) el cine evoca ahora esa figura en Vatel, costosa producción de época que requirió de la asociación de las poderosas compañías Gaumont (por el lado francés) y la estadounidense Miramax. A pesar de contar con Gérard Depardieu al frente de un elenco tachonado de nombres de primera línea, en la Argentina la película sale directamente en video, editada por LK-Tel.
Dirigida por Roland Joffé (el mismo de Los gritos del silencio, La misión y La letra escarlata) y con el reputado dramaturgo inglés Tom Stoppard a cargo de la versión angloparlante del guión, al lado de Depardieu aparecen una pálida Uma Thurman (como la cortesana Anne de Montausier), el siempre excedido Tim Roth (como el marqués de Lauzun, asistente de Luis XIV), Julian Sands como el rey y el robusto Timothy Spall (el de Secretos y mentiras y Topsy-Turvy) como espía principesco. En medio de decorados y ropajes tan suntuosos como era de esperar (ambos rubros estuvieron nominados para el Oscar) y con música del internacional Ennio Morricone, todos ellos lucen sus respectivos pelucones y coturnos. Y, como corresponde a una superproducción cuya historia transcurre enteramente en la Francia del siglo XVII, hablan... en inglés. Incluido Depardieu, único francés del cast, cuya complicada pronunciación en la lengua de Shakespeare genera en el espectador la inevitable sensación de que no todo está en su lugar.
Aceptadas esas licencias (y el hecho de que, dos siglos antes de la invención de la lamparita eléctrica, los decorados luzcan más iluminados que un restorán chino), la trama de Vatel se presenta tan condimentada de intrigas como los manjares que les sirven a los miembros de la corte. Y cuya preparación el protagonista vigila con la dedicación de quien atiende la más alta misión de Estado. Que de hecho lo es. Todo comienza con una carta que anuncia el inminente arribo del Rey Sol a la residencia campestre del príncipe de Condé, cuyo lujo en su extensión la hacen digna de la revista Caras. Aunque quiera pasar por ello, no se trata precisamente de un relajado week-end en las afueras. Sucede que el rey de los Países Bajos, Guillermo de Orange, amenaza a los galos con una guerra, por más que Luis XIV esté tramando un casamiento intercortesano para apaciguar sus furias. De la visita de su majestad depende que Condé, conductor de sus ejércitos, sea elegido para ponerse al frente de esa guerra inminente, y el príncipe precisa de sus estipendios para levantar las deudas que lo tienen al borde de la bancarrota.
Para que el rey y los suyos salgan satisfechos de su estancia (y no se trata de gente que se conforme con poco) se organizará una larga serie de banquetes, fiestas y entremeses, cuyo costo ronda, irónicamente, el de una campaña bélica. Como un general, Vatel deberá conducir esa gigantesca maquinaria de entretenimiento. Pero el hombre es hijo de plebeyos y no ve con muy buenos ojos a la corona. Proliferarán tensiones, perversiones e intrigas (desde las políticas hasta las de alcoba, con Uma Thurman por protagonista), y en más de una ocasión todo correrá peligro de irse al demonio. A cargo de una superproducción tan ostentosa como la que se monta para entretener al soberano, Roland Joffé parece encontrar en Vatel –quien intenta mantener su dignidad en medio de tan elefantiásica empresa– a un alter ego. La identificación se ve subrayada tanto por el carácter de gran artesanía que adquiere la labor del protagonista (a cargo del personaje y aunque hable en un idioma hostil, Depardieu recupera buena parte del honor perdido últimamente) como por el detalle de que, en más de una ocasión, el mayordomo vigila las labores de su equipo mediante un sistema de espejos que recuerda enormemente las lentes con las que día a día debe lidiar un realizador de cine. Ni Vatel ni Joffé salen mal parados, aunque el destino del personaje resulte bastante más trágico que el del director.

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