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Los EE.UU. vistos a través de la decadencia de un pueblito texano

La última película, de Peter Bogdanovich, funciona a la manera de un devastador fresco comunitario e intergeneracional.

 Por Horacio Bernades

Es increíble que hasta ahora no estuviera editada, ya que se trata de una de las obras maestras esenciales en la renovación que a fines de los ‘60 y comienzos de los ‘70 tuvo lugar en el cine estadounidense. Sólo quien no la haya visto podría no incluirla en el top ten de la época, junto a lo mejor de Coppola, Scorsese, Brian De Palma y otros. Lo cierto es que recién ahora La última película (The Last Picture Show), capolavoro que representó la definitiva consagración de Peter Bogdanovich, acaba de editarse finalmente en video en la Argentina. El recientemente relanzado sello Renacimiento Nuevo Siglo (RNS) la puso en circulación poco tiempo atrás, y debe enfatizarse que se trata de una copia impecable –que recupera en plenitud el deslumbrante blanco y negro original– y completa, ya que la censura argentina de la época se había encargado de tajear desnudeces varias.
Hijo de inmigrantes centroeuropeos, nacido a fines de los ‘30, Peter Bogdanovich es, como todos los nombrados más arriba, un auténtico hijo del cine, que a los 30 años se vanagloriaba no sólo de haber visto más de 5 mil películas (la mayoría de ellas estadounidenses: Bogdanovich fue siempre un militante de la escuela clásica norteamericana) sino además de haberlas registrado una por una, en fichitas que completaba en casa, cada vez que volvía del cine. Columnista en medios prestigiosos, precoz programador cinematográfico, entrevistador y exégeta de los grandes maestros de la vieja guardia y amigo de muchos de ellos –empezando por Welles y siguiendo por John Ford y Howard Hawks–, ese descubridor de talentos que siempre fue Roger Corman le ofreció primero la posibilidad de trabajar a su lado (en el film de motociclistas The Wild Angels) y de dirigir, enseguida, su primera película.
Corría el año 1967 y esa película (filmada con dos pesos, como todas las producidas por Corman) se llamó Targets. En la Argentina se estrenó con el título Míralos morir, es un film absolutamente inquietante sobre las relaciones entre la violencia cinematográfica y la real, y el video argentino está en deuda con ella. De allí en más, el compromiso que Bogdanovich siempre sintió hacia sus padres artísticos adoptaría distintas formas de nostalgia en su propia obra, desde los intentos de clonificación lisa y llana (¿Qué pasa, doctor? y Luna de papel) hasta los variados homenajes, en películas como ¿Qué pasa, director? (Nickelodeon) o el musical Al fin llegó el amor. Sin embargo, el Bogdanovich más interesante es el que no se deja arrastrar por la falsa ilusión de lo retro, abordando el cine en presente. Eso sucede en la aquí inédita (y cassavetiana) Saint Jack, en Nuestros amores tramposos, en Máscara o en Silencio, se enreda, que sólo se conoció en video.
Pero es en el díptico compuesto por La última película y su notable y muy amarga secuela Texasville (que filmó veinte años después de la original y aquí se editó directamente en video) donde el sentimiento de pérdida se hace carne, con resultados devastadores. Basta con ver el reparto de La última película para verificar el carácter de puente intergeneracional que Bogdanovich se había propuesto tender, y que se manifiesta en la confluencia de actores veteranos (el gran Ben Johnson, rostro característico de los westerns de John Ford, y la no menos grande Cloris Leachman, protagonista de Bésame mortalmente, que se llevaron sendos y justísimos Oscar) con chicos debutantes. Sobre todo, dos que darían que hablar: Jeff Bridges y Cybill Shepherd, cuya invitadora sexualidad temprana provocó tantos temporales durante el rodaje como los que desencadena en la ficción. Entre ambas generaciones, la intermedia, capitaneada por la soberbia Ellen Burstyn.
Basada en una novela de Larry McMurtry y adaptada por el propio autor junto a Bogdanovich, La última película es un vastísimo fresco comunitario e intergeneracional, en el que la vejez y muerte del patriarca (el icónico Ben Johnson) emblematiza la decadencia y muerte de un pueblito texano –y, con él, de toda una idea de América– a comienzos de los años ‘50. La reiteración de una misma y desoladora imagen, que abre y cierra la película (las calles despobladas del pueblito, barridas por el viento), es de las que, una vez que se vieron, no se borran jamás. Allí y en cada plano, corte y transición de La última película, Bogdanovich logra recuperar una potencia visual, una capacidad de elocuencia, emoción y concisión, que eran la marca del cine de los viejos maestros. Aquellos a quienes el por entonces joven Peter aspiraba a heredar.

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La última película consagró definitivamente a Peter Bogdanovich.
 
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