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ETERNO RESPLANDOR DE UNA MENTE SIN RECUERDOS
de Michel Gondry. Con J. Carrey, K. Winslet.
2004, 108 min. AVH.

Con el pie derecho debuta en cine el francés Gondry, que viene a ser el más reputado realizador de videoclips. Lejos de los efectismos espasmódicos que caracterizan ese género –y sostenido sobre un brillante guión coescrito con Charlie Kaufman–, Gondry entona una melancólica balada tecno a la pérdida del amor, disfrazada de farsa de ciencia ficción. Confirmándose como máxima representación del hombre solo en el cine contemporáneo, Jim Carrey decide borrar sus recuerdos de la más que sublime Kate Winslet. Enseguida se arrepiente, pero el proceso de borrado ya empezó. Lo interesante de Gondry es que, en el altar de la imaginación visual desatada, jamás sacrifica reflexividad ni sentimiento, con lo cual aparece como versión superadora de Spike Jonze.



CHICAS PESADAS
de Mark Waters. Con Lindsay Lohan, Tina Fey y Tim Meadows.
2004, 97 min. AVH.

Una de las sorpresitas de la temporada es esta aparentemente banal comedia de high school. Como había sucedido en su momento con Ni idea, Chicas pesadas contrabandea pilas de inteligencia, acidez y hasta crítica social y generacional, dentro de uno de los formatos más adocenados del cine estadounidense. Con guión de Tina Fey –brillante comediante de Saturday Night Live, que se luce en el papel de profesora– y participación de algunos de sus compañeros de programa, Chicas pesadas narra una historia digna de Donnie Brasco, aquella película de mafiosos. Una chica recién llegada se “infiltra” dentro del grupo de chicas “plásticas” del cole para destruir a la líder, pero termina “chupada” por ellas. Ligera, aguda y graciosa, Chicas pesadas incluye una suerte de apocalipsis escolar, que es una de las secuencias del año.



PELIGROSAS COMPAÑÍAS
de Chris Ver Wiel. Con Christian Slater, Richard Dreyfuss y Tim Allen.
2001, 92 min. Gativideo.

Tras el robo de unos diamantes de valor incalculable, un grupo de hampones y policías corruptos confunde a uno de sus autores con un tipo al que buscan desde hace rato. Le mandan un asesino profesional, para que dé cuenta de él. Pero sucede que no por nada al asesino lo llaman “El Crítico”: es un cinéfilo pasado de revoluciones. Hasta el punto que está dispuesto a perdonarle la vida a su presa, siempre y cuando éste le cuente una buena historia. La película en sí es esa historia, que la víctima le narra al victimario. Hasta acá todo bien. De aquí en más todo mal, por varias razones. En primer lugar, la película jamás encuentra el tono adecuado, quedándose a medio camino en todos los terrenos, estirándose ad eternum y luciendo tanta gracia como sus protagonistas, los impávidos Christian Slater y Tim Allen.



LA MUJER VAMPIRO
de Roy Ward Baker. Con Ingrid Pitt, Jon Finch y Peter Cushing.
1970, 88 min. Epoca.

Se edita este miniclásico del género vampírico, versión de la célebre novela Carmilla, de Sheridan Le Fanu. Realizada en los ’70, esta película británica –coproducida por el sello Hammer con la American International Pictures, de Corman & Asociados– se permite hacer literal la metáfora sexual que está en la base del género mismo, convirtiendo los encuentros entre la vampira y sus “víctimas” en una variante explícita del rubro erótico. Ubicada en el siglo XVIII en un país imaginario (que vendría a funcionar como sucursal centroeuropea de la isla de Lesbos) y narrada con sugestión y fluidez visual, The Vampire Lovers incluye desnudos y piquitos antes de alcanzar el éxtasis. Pero aquí, como corresponde, los colmillos no se hunden en el cuello, sino en los pechos de la amante.

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