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Cuando volvió
la política
por Mario Wainfeld


La tapa del día anterior, la del día en que ocurrió la renuncia de Carlos Alvarez, estaba buena. Su título: “El Estado soy yo”. Su ilustración, una foto de Fernando de la Rúa de brazos cruzados, con aires de mandamás. El mensaje: la delarruización del gabinete, la bofetada asestada a Chacho con el ascenso de Alberto Flamarique, la extrema rispidez entre el presidente y el vice. Estaba buena porque anticipaba la crisis por venir.
Hay días en que uno llega al diario sin saber cuál será la tapa. Entonces las discutimos porque hay más de una posible o –lo que es más aburrido y más estresante– porque no hay ninguna noticia que amerite la tapa de Página/12. Una tapa que dedica casi todo su capital simbólico a un hecho exige un cierto peso específico de ese hecho.
Ese viernes, todos supimos desde temprano cuál sería el tema de tapa de Página/12 del sábado. Lo sabíamos quienes trabajamos en este diario, mi prima la colorada, usted lector fiel. Desde la mañana se conoció la decisión de Alvarez y todos sabíamos que vivíamos un día bien diferente, de los inolvidables. Algo más conocemos quienes trabajamos en esto, a veces la creatividad encuentra una tapa donde parecía haber un erial. En tales casos pueden ocurrir prodigios de creatividad que urden una tapa simpática, agradable, inesperada, brillante. Pero, por suerte o por desgracia (en cualquier caso para ponerle coto a nuestra soberbia de editores), los diarios que el lector recuerda son aquellos que informan acerca de hechos memorables, de los que marcan hitos, de los que son nomás cachitos de historia. Como ese viernes.
Tengo una teoría sobre los equipos de fútbol: suelen comportarse como si fueran individuos. Hay días en que están desconcentrados, en otros enojados, ora enchufados, ora inspirados como si en vez de once fueran uno. En la redacción de un diario, un trabajo de equipo como pocos donde también pesan los solistas, suelo observar un fenómeno similar. Hay ocasiones en los que todos están inspirados o al menos con ganas de comerse la cancha, de regarla de sudor y adrenalina. “¡Qué bueno que viniste hoy!” pude decirle a nuestra colaboradora en Córdoba Mónica Gutiérrez, que pasaba por Buenos Aires, “esto, hoy, parece un diario”. Esto es, la idea de un diario que tienen usted lector o mi prima la colorada –quizá inspirada por un par de películas B norteamericanas– un lugar lleno de actividad, excitación y vértigo, con profesionales que se excitan porque están justo donde usted quisiera estar y tienen la chance y el desafío de contarlo.
El título de ese día, un textual de Chacho, era quizá el más lógico pero no me terminó de gustar entonces ni ahora. En cambio, releo el diario y me parece que conserva fuerza, que transmite bien el clima y en especial la sensación térmica de ese viernes. O sea, la tapa y el diario del sábado también estuvieron buenos.
¿Qué nos daba manija ese día? Creo que la sensación de estar relatando algo histórico y la fruición de quien ama la política por los momentos en los que ésta es creación, ruptura, generación de escenarios nuevos. Al renunciar Alvarez llevaba a un grado extremo una de sus características, la creatividad: ponía en crisis al gobierno, detonaba en su interior la polémica sobre la identidad de la Alianza. Un nuevo escenario parecía abrirse, “volvía la política”.
El lector dirá que hoy y acá, con agua corrida bajo los puentes ese reverdecer de la política fue efímero. El Gobierno, con De la Rúa a la cabeza no registró el sentido de la renuncia. A su vez, Alvarez (llevando al extremo sus límites) no supo cómo darle consistencia, carácter colectivo y continuidad al escenario que él mismo desencadenó. Todo eso ocurrió pero ocurrió luego. Ese día, algo parecía iniciarse, algo con sentido. Eso es lo que se recuerda, casi diría se siente aún hoy releyendo esa tapa, vieja como todo diario del ayer.