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Acusar en silencio
por Marķa Moreno


¿Cómo era posible? En el diario más satírico e irrespetuoso aparecía en la misma tapa la imagen de una monja, la mención a una virgen y una cita de la homilía de un obispo. Era el 8 de diciembre de 1990, tres meses después del asesinato de María Soledad Morales. “Podríamos recordar a Caín y Abel o hablar de muerte, droga, coima, inseguridad, falso testimonio y difamación. Entre nosotros está presente la tensión dramática del pecado”, se había jugado el obispo de Catamarca, Elmer Miani, en medio de los honores rendidos a la Virgen del Valle. La tapa de este diario adelantaba un secreto a voces pero que parecía a prueba de evidencias que permitieran enjuiciar a los culpables. La cobertura hablaba de confluencias y bifurcaciones entre devotos peregrinos e imperiosos reclamantes de justicia, de un hombre de Saadi que acuña la curiosa expresión “gorilismo comunista religioso” para aludir principalmente a Martha Pelloni, rectora del colegio del Carmen y San José adonde asistía María Soledad. Pasarían años y jueces antes de que la verdad pudiera ser probada. Hay quienes encontraron excesiva la condena a Guillermo Luque y Luis Tula, injusto que la sentencia se haya hecho en base a indicios, que la causa se haya “politizado”. La prisión, gran perfeccionadora de delitos, ha sido la medida que la humanidad moderna encontró para distribuir sanciones. Falta de imaginación que, denunciada por Michel Foucault, al no tener sustitutos, no podría, a riesgo de dejar impune el delito, brillar por su ausencia. Y esto, aunque el sospechar de su capacidad purgatoria o rehabilitadora, de su eficacia en términos de tiempo de condena, sea algo más que un deber intelectual.
La sentencia por indicios no puede confundirse con la sentencia hecha en base a sospechas. Como en su momento señaló Ricardo Canaletti en un nota publicada en Clarín, los indicios en el caso de María Soledad Morales se convirtieron en prueba decisivas evitando la impunidad. En el cuento de Rodolfo Walsh “Esa mujer” aparecen una serie de objetos a los que les falta una parte, potiches coleccionados por un coronel enamorado del cadáver de Evita. El narrador busca una pista, no la encuentra. Los objetos a los que les faltan pedazos funcionan como una metáfora de la investigación. No hace falta encontrar la parte restante, se la puede reconstruir a través de la lógica, la experiencia y el sentido común. Esas fueron las palabras utilizadas por Canaletti para argumentar ejemplarmente la pertinencia de una sentencia hecha sobre la base de indicios.
La acusación de que la causa se había “politizado” se basaba en la capciosa certeza de que hay crímenes “naturales” y que las responsabilidades del poder deberían quedar fuera de un análisis “objetivo”.
En Catamarca a la verdad silenciada se opuso una verdad en silencio. Mientras que el cadáver de esa joven, María Soledad, aunque mudo, ha “hablado” desde sus marcas incriminatorias.
Uno de los desafíos del periodismo es la profecía. Lograrla siempre es una mezcla de azar, de análisis certero y de lectura interesada y a posteriori. Cuando el caso María Soledad llega a la tapa de Página/12, junto a la noticia de la muerte de Tadeusz Kantor, ecos de la visita de Bush y novedades sobre el levantamiento de los carapintada, lo hace bajo un título –como rara vez– sin ironía: Los sonidos del silencio. El nombre de una canción de los sesenta ya intuye el peso del acontecimiento. Pero no revelaba aún que con esos padres que empezaron a balbucear sus denuncias en los medios hasta ir ganando la firmeza y la precisión de la oratoria, con esa monja que puso en cuestión su voto de obediencia para pedir una justicia más allá del cielo, comenzaba a perfilarse una forma de protesta que tuvo su vanguardia en las Madres de Plaza de Mayo, quienes salieron a querellar a la impunidad desde el gajo de sus lazos de sangre.
El legado de María Soledad está en las marchas por los jóvenes asesinados en Floresta, por Miguel Bru, por Sebastián Bordón, donde los padres salen a reclamar justicia por sus hijos y por otros. Antígona, figura recurrente para definir una razón privada que deja de serlo cuando se enfrenta al poder de la ciudad, tuvo en ese 9 de diciembre la máscara de la virgen del Valle.