1 7   A Ñ O S
1987 / 2004
Desde aquella impunidad

Por Victoria Ginzberg

Página/12 surgió casi en el mismo momento que la impunidad. Desde sus primeros números le tocó describir cómo los militares acusados de violaciones a los derechos humanos durante la última dictadura iban recuperando su libertad al ser beneficiados por la entonces reciente ley de Obediencia Debida. Poco después, el indulto terminó de conformar la matriz de la Justicia que rigió en la Argentina durante la década del ‘90.
Los militares gozaron por un tiempo de una libertad irrestricta e inmerecida. Sus víctimas directas se topaban con ellos en los lugares menos pensados, como en el centro de atención a la víctima de la Policía Federal, donde se recicló mientras pudo el represor conocido como “Alacrán”. Mientras tanto, los funcionarios públicos se apoderaban sin remordimientos de lo que pertenecía al Estado. Era difícil que pensaran que podrían ser castigados si responsables de delitos atroces no recibían ninguna sanción.
Pero poco a poco quienes habían participado de la represión ilegal se fueron encontrando con una sociedad que los repudiaba: los “escrachaba” en sus casas, frente a sus vecinos, en los restaurantes o cafés, en los lugares de veraneo. Tampoco era fácil escaparse. La Argentina empezó a ser una gran cárcel.
La confesión del ex marino Adolfo Scilingo sobre su participación en los “vuelos de la muerte” sin duda marcó un quiebre. A pesar de que la situación de la Justicia en el país no se modificaba, crecía la idea de que los crímenes que se habían cometido veinte años atrás no podían quedar sin ser investigados y, por lo tanto, castigados. El fallo del juez Gabriel Cavallo cuestionando la validez de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final proporcionó un primer indicio de que la impunidad no era imbatible.
En estos 17 años, este diario siguió de cerca los avatares de víctimas y victimarios del terrorismo de Estado. Ahora, los periodistas de Página/12 describimos, sin ocultar satisfacción, cómo quienes no deberían haberse librado de la prisión son detenidos, en su mayoría, por primera vez.
Los represores no están en la cárcel que se merecen. De hecho, hasta que la Corte Suprema se decida a expresar su opinión, no es seguro que sigan allí. Pero los mecanismos institucionales están funcionando, lo que implica que el respeto por el estado de derecho que los organismos de derechos humanos, los sobrevivientes y los familiares de las víctimas no sólo demostraron sino que además intentaron difundir, les fue retribuido. Porque lo que permite que se juzguen los crímenes cometidos durante la última dictadura es la existencia de normas internacionales establecidas desde que el nazismo mostró en pleno siglo XX de lo que eran capaces los hombres “civilizados”.
A diferencia de lo que un sector de la sociedad pretende instalar, la concreción de esos juicios no son una señal de que estamos anclados al pasado sino más bien de que por fin podremos empezar a caminar hacia delante sin desangrarnos en cada paso. Un signo que debe implicar también el levantar los ojos hacia el funcionamiento de la Justicia en general, a reactivar las causas pendientes contra las decenas de ex funcionarios públicos entre los que María Julia Alsogaray es sólo una pequeña muestra y a mirar dentro de las cárceles donde miles de presos comunes cada vez más jóvenes aprenden de la crueldad a la que son sometidos.
El regreso, 17 años después, de los militares a prisión fue posible por una cantidad diversa de factores. Pero sobre todo porque, más allá de los avatares, de las altas y bajas de la Justicia, hubo mucha gente que mantuvo los brazos en alto. Mujeres que marcharon todos los jueves en la Plaza, que denunciaron frente a todos los gobiernos la relación entre las injusticias pasadas y las actuales, sobrevivientes que no dejaron de buscar ni en las calles ni en su memoria, abogados que se colaron entre las grietas (y las ampliaron) del sistema judicial, tanto en la Argentina como en el mundo. Y en todo este tiempo, estas páginas intentaron estar lo más cerca posible de ellos.